Encuentros | Desde San Gabriel, horas antes de la tragedia

Por: Oswaldo Ramos

San Gabriel, Jalisco; 04 de junio de 2019. (Letra Fría) Hablar del campo mexicano me duele demasiado. Crecí arando la tierra junto a mi abuelo en San Gabriel para después hacer lo mismo con mi padre, durante ese tiempo presencié la desigualdad rampante que existe en ese espacio, a la par de escuchar a mi madre narrar cómo ella y su familia subsistían a base de cultivar para el autoconsumo, procurando en cada cosecha no dañar al ecosistema que les daba lo necesario para vivir.

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Así al paso de los años, ya en mi juventud, vi cómo desaparecían los espacios autoconsumo para abrir paso al despojo de tierras donde el cultivo de berries se esparcía como una plaga.

Al poco tiempo quienes antes araban la tierra para sembrar maíz que sería empleado en el autoconsumo, ahora trabajaban en jornadas de hasta doce horas en la pizca de berries, ganando un salario mínimo al día para mantener a familias de siete u ocho integrantes. Después la historia se repitió con la fiebre del aguacate.

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A muchos nos consta (porque lo hemos vivido en carne propia) cómo la agroindustria vive y se alimente del despojo de territorio y recursos naturales para hacer de ello una ganancia que termina en manos de unos cuántos, quizá ni siquiera generando ganancias netas para el PIB del Estado porque todo se va a cuentas en el extranjero. Simultáneamente la destrucción del entorno y los ciclos medioambientales nos hace padecer a las personas de a pie los terribles estragos del desastre climático.

Recientemente la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura publicó el Plan de Acción Mundial para la agricultura familiar, un documento que considera, entre otras cosas, siete pilares para reorientar el desarrollo agrícola y mejorar los sistemas alimentarios. Estos pilares tienen su base en el fortalecimiento de los entornos políticos para que las comunidades tengan condiciones óptimas para lograr la transformación del sistema agrícola. Esto significa que los agricultores tengan la posibilidad de estar en la toma de decisiones sobre los marcos normativos que serán garantes de sus actividades. Otro paso importante a considerar es la inclusión de los jóvenes, asegurando que tengan acceso a la tierra, recursos naturales y servicios financieros además de garantizar la creación de esquemas de innovación.

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“Suena a utopía”, comentaba un vendedor que escuchaba una conversación que estaba teniendo sobre esto con un amigo. Y tiene razón, ciertamente es difícil lograr que se cumplan los objetivos que se plantean dentro del Plan que estructuró la ONU, sin embargo, también  nos invita a imaginar el futuro que nos depararía el poner manos a la obra alrededor de éste, ¿pues qué no las utopías sirven para caminar?

Soñemos y hagamos un mundo en el que converjan sistemas alimentarios y agrícolas de forma saludable y sostenible, en el que los pequeños agricultores, las cooperativas, los jóvenes, y las mujeres puedan ser uno de los pilares para el combate a la crisis ambiental.

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Que nuestros gobiernos dirijan sus esfuerzos únicamente para impulsar a las grandes industrias del campo origina y asienta la precarización laboral, el despojo a los comuneros, el déficit ambiental. Así pues, es urgente repensar el desarrollo desde la lógica de producción sostenible, regresando a nuestra comunidad la posibilidad de organización priorizando su independización económica y el cuidado a los ciclos ambientales.

Según la ONU el 80% de los alimentos que consumimos a nivel mundial los genera la pequeña industria, sin embargo, son estas personas las que en los últimos años se han visto más afectadas por la precarización laboral y la desigualdad en condiciones para competir monetariamente con las industria trasnacional. Lo anterior es alarmante, porque son los agricultores los que cultivan con empatía y cariño nuestros campos, de ellos depende el cuidado de los ciclos ambientales, a diferencia de las trasnacionales, que para ser claro son exponentedel más rancio neoliberalismo que hayamos conocido en nuestros pueblos.

Lo anterior confirma la situación que vivimos en Jalisco: abandono al pequeño agricultor, nulo incentivo para que los jóvenes tengan acceso a la tierra y por lo tanto, nula motivación para seguir insertándose en el trabajo del campo.

Darnos cuenta del panorama mundial respecto a la crisis ambiental debe generar conciencia sobre lo que hemos hecho mal. Reorientar la visión que tenemos sobre el desarrollo es un paso primordial, reconocer la importancia del campo y todo lo que en él converge es fundamental para mejorar nuestras condiciones de vida.

NOTA DEL EDITOR

Esta columna fue escrita por el autor, horas antes de la tragedia que golpea a San Gabriel, por el desbordamiento del río Salsipuedes, el domingo de este fin de semana.

AC

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