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A propósito del fútbol…

¿Recuerdan cómo jugaban cuando eran niños? ¿Las tardes de juegos de pelota, raspones, risas y llantos? ¿Recuerdan cómo convertían las calles en estadios de futbol y ahí se disputaban partidos emocionantes? De eso nos habla hoy en su columna, Jorge Martínez Ibarra, El Caminante.

Por: Jorge Martínez Ibarra | El Caminante

Autlán de Navarro, Jalisco. 27 de octubre de 2022. (Letra Fría) El fútbol siempre ha sido uno de mis deportes favoritos. Desde pequeño practicaba patear la pelota junto con mi hermano, mis primos, mi padre o mis compañeros de la escuela. El lugar para jugar era lo de menos, podría ser en la cochera con el constante riesgo de romper los cristales de la ventana (lo cual sucedió en más de una ocasión) o en la calle en donde la intensidad de los partidos se veía momentáneamente suspendida por un inoportuno auto que buscaba circular en medio de nuestra cancha. 

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Sin duda, uno de los mejores sitios era el parque frente a casa en el cual la superficie de juego estaba compuesta por una mezcla de piedras, tierra, pasto, plantas, hoyos, raíces, hormigas y ocasionalmente botes de plástico o empaques, el espacio ideal para poner en práctica nuestras habilidades futboleras.

Para armar los equipos, se nombraba a dos capitanes que elegían alternadamente a cada miembro de su escuadra hasta completar la cantidad de jugadores acordada. La selección se realizaba con base en los conocimientos previos de la habilidad de los presentes, en el código de honor de “si te toca, me escoges Compa” casi siempre respetado y en el compromiso de incluir a los parientes presentes (desde hermanos menores hasta primos lejanos) lo cual no siempre daba buenos resultados pero innegablemente evitaba discordias familiares.

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Una vez que los equipos estaban completos el lugar se transformaba en un pequeño estadio. Los hinchas eran los camaradas que no habían sido escogidos, los familiares de los jugadores, los vecinos, los curiosos que iban pasando y los vendedores de raspados, cocos, aguas frescas, tejuino, dulces o fruta.

Las arbitrarias medidas de la cancha eran determinadas de acuerdo a las edades y al número de participantes de cada equipo, restringiéndose el tamaño conforme a la cantidad de jugadores. Los machuelos servían como referente para los saques de banda y los tiros de esquina, mientras que los imaginarios postes laterales de las porterías se configuraban con base en dos piedras colocadas a una distancia determinada (cuatro pasos, cinco pasos, seis pasos) dependiendo del acuerdo entre los contrincantes. El poste horizontal era una construcción visual inmaterial: se le solicitaba al niño-guardameta que levantara su brazo derecho y un poco por encima de la punta de sus dedos se establecía la altura del larguero. 

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El área grande de la portería dentro de la cual el arquero podía tomar el balón con las manos sin considerarlo ilegal, era un verdadero misterio. Sus dimensiones dependían de la sagacidad del portero para argumentar por qué esa medida la consideraba necesaria, adecuada y justa, enfrentándose con ello a los cuestionamientos de los delanteros adversarios…hasta que el cancerbero contrario consideraba las mismas premisas para su propio equipo. Ahí se zanjaba la discusión. 

La carencia de un árbitro implicaba que las decisiones sobre los tiros de esquina, los saques de banda, los tiros libres, los penales, el juego sucio y otros aspectos del partido fueran establecidas por los propios jugadores. Las faltas se catalogaban según la brusquedad de la jugada, la mala fe del agresor, el raspón, morete o golpe generado y la reacción del agredido (enojo, dolor, llanto o abandono definitivo del partido).  Dichas resoluciones no siempre contaban con el irrestricto apoyo de los espectadores y éstos lo hacían manifiesto con airados y sonoros abucheos para exigir la modificación de lo previamente decretado.

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El encuentro conforme se iba desarrollando se convertía en una cacofonía con las voces de los amigos alentando a sus compañeros, las de los padres enviando consejos y las del público en general gritando a todo pulmón diversas instrucciones para moverse en el campo, pedir la pelota de manera adecuada, tocar el balón, correr por la banda a toda velocidad, desmarcarse con agilidad o defender un tiro de esquina. Era admirable ver la cantidad de directores técnicos apostados al costado del campo que con frenesí lamentaban los yerros cometidos.

Uno de los mayores conflictos durante la contienda futbolística era la discusión para otorgarle validez a un gol cuando el balón pasaba sobre la piedra-poste a una determinada altura; los atacantes gritaban ¡gooool! mientras que los defensores gritaban simplemente ¡fueraaaa!. Se hacía entonces un alto en el juego para analizar la legitimidad de la anotación. 

Cual juicio sumario, ambas partes presentaban sus argumentos; el equipo querellante manifestaba que “el balón iba a una altura en la cual el portero la pudo haber detenido, pero no lo hizo, fue gol”. El otro rebatía: “el tiro pasó muy arriba y aunque se hubiera lanzado no lo habría alcanzado, fue fuera”. Uno y otro conjunto buscaban evidencias para echar a tierra la tesis del adversario. A ello se sumaban los desaforados gritos, reclamos y sugerencias de los concurrentes que invariablemente terminaban con un salomónico “¡órale, ya no aleguen y sigan jugando!”.

La batalla finalizaba cuando un equipo alcanzaba el número de goles necesarios convenidos al inicio del encuentro para obtener el triunfo (“el primero que anote cinco, gana”), cuando existía la repentina pérdida de un miembro del equipo (“¡ya me hablaron de la casa, ya me voooy!”) o al momento en que se evidenciaba la carencia de tecnología (“ya está oscuro y no se ve el balón, ¡ámonoooos!”).

El epílogo del encuentro lo marcaban las imágenes de los jugadores nuevamente transformados en críos corriendo hacia las llaves de agua para para detener un poco la aridez de su garganta, dirigiéndose apresuradamente a sus viviendas para evitar un mayor regaño y despidiéndose afectuosamente desde lejos y con una enorme sonrisa de sus adversarios.

Profesor e Investigador del Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara. Productor audiovisual. Apasionado de los viajes, la fotografía, los animales, la buena lectura, el café y las charlas interesantes.
Columnista en Letra Fría.
Correo: jorge.martinez@cusur.udg.mx

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