Agenda ciudadana | La vacuna que tardará

Este lunes, David Chávez Camacho reflexiona en torno a la anunciada vacuna contra el COVID-19, recordando que su llegada a México podría tomar varios meses, y por lo tanto no se debe permitir el relajamiento de las medidas preventivas.

Por: David Chávez Camacho

Autlán de Navarro, Jalisco. 17 de agosto de 2020. (Letra Fría) Por estos días, los asomos de vacuna en México pudieran generar un optimismo revisable respecto a la pandemia de COVID-19. El problema con tal optimismo, tan deseable como propicio a imprudencias, es que ocasiona una relajación de las medidas preventivas.

Cabe destacar que los ensayos en la fase tres de la vacuna acabarían en noviembre o diciembre, por lo que, durante cuatro meses —por lo menos— no será autorizada. Lógicamente, luego tendría que ser producida, distribuida y aplicada en primer lugar al personal del sector salud, por razones obvias.

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Mientras tanto, las medidas preventivas deben ser acatadas. No me parece vano recordar tales acciones fáciles de realizar: conservar la sana distancia, evitar aglomeraciones, lavarse las manos con agua y con jabón frecuentemente o desinfectarlas con gel.

Otra acción preventiva que debe ser destacada es la del uso de cubrebocas, que ha adquirido mucha importancia debido al registro de un dato a difundir ampliamente, el de que las partículas de saliva contaminada de virus SARS-COV-2 pueden flotar en el aire por minutos, especialmente en lugares cerrados cuando hay efecto aerosol por tosidos, estornudos, gritos o cantos.

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Según infectólogos, el uso de cubrebocas disminuye considerablemente el peligro de contagio, pero también disminuye la potencia de la enfermedad en caso de contagiarse, ya que el cubrebocas reduce la cantidad de virus que ingresa al cuerpo.

Otro dato importante es el de la pertinencia de ventilar los espacios cerrados para dispersar el virus hacia el aire libre, donde su capacidad de contagio se reduce, pero no por ello se debe estar o andar sin prevención.

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Hay, claro está, un estado de ánimo decaído y desesperado, incluso un hartazgo por la mucha información, incluso contradictoria y aún cambiante respecto a esta pandemia. Pero debe entenderse que el COVID-19 es una enfermedad novedosa, de la que no se tiene antecedentes y, por tanto, imprevisible.

Debe recordarse que al principio y durante meses se evitó recomendar el uso generalizado de cubrebocas, pero ahora se recomienda. Ello se debe a lo dicho en el párrafo anterior y a la inevitablemente lenta información que se va organizando, sistematizando y comprobando de manera científica.

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Hay también una desesperación debida a los efectos económicos de la pandemia que sufren muchas familias y muchas empresas. Sin embargo, cabe notar que las sociedades en las que se ha suspendido el confinamiento y las medidas elementales de prevención han registrado repuntes de contagio.

En el caso de México, a la desesperación económica se suma la tendencia al convivio por cualquier motivo, al grado de la irresponsabilidad. Al respecto hay que decir que la “nueva normalidad” es que ya no hay normalidad, no la de antes que la pandemia emergiera.

Estos son momentos de seriedad. Si el doctor López-Gatell, por causas seguramente de populismo y de cálculo electoral, rechaza la obligatoriedad del uso de cubrebocas, en esta columna no se le hará eco. Al contrario, seré psicológicamente coercitivo y exigiré a usted, apreciado lector o lectora, un mínimo de amor propio y de amor social: use el cubrebocas.

LL/LL

*Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente. Se prohíbe su reproducción si es con fines comerciales.

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