Agenda Ciudadana | México trágico

Por: David Chávez Camacho

Autlán, Jalisco; 13 de agosto de 2019. (Letra Fría) Las imágenes son terribles y para los implicados directos, como los familiares o quienes les observan en la inmediatez de su entorno vital, no son imágenes, sino hechos que abruman. Refiero a las personas que aparecieron colgadas de un puente vehicular en Uruapan, Michoacán, como una anomalía imposible de racionalizar.

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Se sabe que tales víctimas derivan de la complejidad delincuencial en boga, pero observarles sólo como un asunto de nota policiaca les reduce a dato que se olvida al paso de unos días, incluso a entretenimiento mediático sadomasoquista. Se debe notar que ésas imágenes no son raras, en el sentido de que no son novedosas, pues otras similares han aparecido por el país en diversos lugares, y nada proporcional han provocado, nada esperable del poder: renuncias de altos funcionarios, investigaciones transparentadas, etcétera.

Lo que han provocado son manifestaciones de fortaleza dolida, de moralidad indignada, por parte de los débiles, especialmente familiares de desaparecidos, 40 mil desaparecidos, y más que 26 mil cadáveres sin identificar.

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En Veracruz, personas así, comunes, no del tipo de gente que hace la historia, sino que la sufre, madres y otros familiares de desaparecidos, integrantes del Colectivo Solecito, han buscado durante tres largos años y hallaron 22 mil restos óseos y 298 cráneos, en lo que ha sido llamado como la fosa más grande de América Latina, por la cantidad de restos humanos.

Pero, el saldo tremendo de la violencia no sólo ha provocado en los débiles ésta manifestación desesperada –y también tensamente esperanzada- de búsqueda. Las imágenes referidas al inicio de esta columna, las de los colgados de Uruapan, han llamado la atención por un detalle nada pequeño.

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En tales imágenes de Uruapan, bajo el puente vehicular del que penden los colgados, circulan algunos vehículos conducidos por personas seguramente sorprendidas, pero también se observa un puesto callejero de comida, en funcionamiento, con el pobre vendedor a la espera de clientes, como si ninguna anomalía hubiese ahí.

Alguien podría pensar que el vendedor callejero es insensible, pero tal percepción sería superficial y facilona. Lo que vemos ahí es la terrible debilidad de la mayoría de los mexicanos, llevados como hemos sido al último reducto, al de la mera sobrevivencia.

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Imágenes similares han sido vistas sólo en conflictos bélicos, de niños que juegan entre los escombros y las ruinas, de personas que parten algún trozo de carne de un caballo cadavérico, de viejos cocinando su desesperación en alguna fogata, de vendedores ambulantes que esperan vender algo, y que hacen involuntariamente no un estudio de mercado, sino un profundo estudio de la existencia.

Los delincuentes organizados –a quienes tememos, por supuesto-, y los más altos funcionarios gubernamentales –a quienes también tememos y sólo a veces, muy raramente, respetamos-, debieran tomar conciencia de que los afectados por la violencia no son sobre todo ellos, sino los más débiles, los pobres, los olvidados.

En esta crónica no aparece Batman, ni Robin Hood.

MA/MA

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