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Crónica | «Una madre nunca se olvida»

"lo importante es visitar a tu madre en vida. No está mal venir al panteón, pero no es lo mismo. Le traes flores y ella ya no las ve, vienes a visitarla pero ella ya no sabe que estás aquí", eso confiesa Don Jorge sentado frente a la tumba de su madre, en el panteón Los Dolores. Al igual que él, este martes 10 de mayo, cientos de familias autlenses acudieron a limpiar y llevar flores frescas a las tumbas de sus madres, abuelas y bisabuelas. A continuación una serie de breves historias de la cómo se vivió el día de las madres desde los cementerios de Autlán.

Por: Darinka Rodríguez

Autlán de Navarro, Jalisco. 11 de mayo de 2022.- «Perder a tu madre siempre va a doler ¿Cómo te explico? Aunque seas adulto la sigues necesitando, anhelas su compañía». Eso me confiesa Don Jorge, sentado frente a la tumba donde está enterrada su madre y sus dos abuelos maternos. En la tumba cubierta de azulejo blanco, recién ha colocado dos macetas con flores blancas y rojas. 

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Me topé con Don Jorge apenas unos minutos después de haber entrado al panteón de Los Dolores. Lo vi sentado a pocos metros del tejabancito que está al centro del panteón. Ahí un padre todo vestido de blanco, oficiaba una misa dedicada a todas las madres que reposan en el camposanto, y a las que aún caminan fuera de estos muros, las que aún tienen las mejillas encendidas por el movimiento de la sangre. 

No fue su sombrero blanco, ni su playera tropical en tonos grises lo que más me llamó la atención de Don Jorge; fueron sus lentes negros los que me empujaron a hablarle. Esa forma de ocultar sus ojos al resto del mundo… me intrigó el no poder saber si sus ojos estaban inundados por las lágrimas o encendidos por la furia, o simplemente cerrados, soñando con algún lugar lejos de este plano terrenal.

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— ¿A quién visita? le pregunté.

— A mí mamá y a mi abuela especialmente. Pero también están enterrados aquí mi abuelo y mi tío me respondió. 

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— ¿Siempre viene a verlas el día de las madres? continué la conversación.

— Sí, trato de venir con más frecuencia, pero de rigor cada 10 de mayo estoy aquí, al menos cuando se ha podido contestó.

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Don Jorge. (Foto: Darinka Rodríguez)

Don Jorge me cuenta que aunque aquí fue donde su madre lo trajo al mundo, ya no vive aquí. Hace más de 30 años que vive en Estados Unidos. Sus padres estuvieron unos años por allá también, pero cuando sintieron que estaban envejeciendo quisieron regresar a su tierra. Él relata que después de eso trató de visitarlos con frecuencia, aunque fuera una vez cada tres meses.

«Es que lo importante es visitar a tu madre en vida. No está mal venir a visitarla al panteón, pero no es lo mismo. Le traes flores y ella ya no las ve, algunos hasta traen mariachi, pero para qué si ya tampoco puede escuchar, vienes a visitarla pero ella ya no sabe que estás aquí«, me dice mientras señala la tumba de su madre.

De pronto todo el panteón se sumerge en el silencio, hasta el padre que oficia la misa se ha quedado callado. Hay tanta quietud a pesar de los visitantes, que no puedo evitar pensar que Don Jorge tiene razón, y que allá abajo de la tierra nadie sabe que estamos aquí.

***

La entrada del panteón La Soledad parece el cuadro de un paisaje en primavera, lleno de flores coloridas de diferentes formas y tamaños. Las hay de plástico, las hay naturales, en ramos, en coronas y en macetas. A las vendedoras de flores les ha caído de maravilla que los panteones abrieran nuevamente durante el Día de las Madres.

En el año 2020 y 2021, los panteones de Autlán y de los otros 124 municipios de Jalisco, permanecieron cerrados durante el 10 de mayo, como una medida dictada por el Gobierno del Estado para evitar aglomeraciones por la celebración del día de las madres y reducir los contagios de COVID-19.

Sin embargo, este año el Gobierno de Autlán anunció que el martes 10 de mayo los 4 panteones permanecerían abiertos en un horario de 5:00 de la mañana a 11:00 de la noche.

El cielo entero es una sola nube blanca extendida sobre el valle; es tan resplandeciente que cuesta abrir los ojos. Contrario a la ausencia de colores del cielo, aquí en la tierra el panteón está lleno de colores a causa de la multitud que ingresa cargando decenas de coloridas flores. Los visitantes traen consigo además escobas, trapeadores, cubetas, cepillos y trapos para limpiar las tumbas de las homenajeadas.

Cerca de mí va caminando un grupo de tres personas, se mueven con mucha precaución entre las lápidas, tienen dificultades para avanzar debido al tamaño de los arreglos de flores que llevan cargando. Finalmente se detienen enfrente de una tumba que está techada y parece una casita hecha de piedras color café claro.

(Foto: Darinka Rodríguez)

Los tres conversan entre ellos y alcanzo a escuchar algunas de las palabras que quedan en el aire. Al parecer son hermanos y los voluminosos arreglos de flores, en lo que predominan los girasoles, son para su difunta madre.

— Hola, soy reportera ¿Les puedo tomar una foto mientras arreglan la tumba? pregunto.

— Sí, claro, la estamos dejando bien bonita. Casi todos le enviaron girasoles en esta ocasión, va a quedar muy vistosa me contesta.

Me responde el más alto de los tres, de cabello canoso y lentes con el cristal bastante grueso. Entonces me acerco a la mujer, que tiene el cabello corto y teñido de rojo, y con unos rizos que parecen el resultado de un permanente.

— ¿Tiene mucho que falleció su madre? pregunto nuevamente.

— Uy sí, ya tiene 20 años que falleció. Falleció en el 2002, pero una madre nunca se olvida. Venimos seguido a visitarla me contestó.

Al parecer son cientos de personas las que comparten este pensamiento, pues desde las primera horas de la mañana de este martes, las familias no han parado de llegar al panteón. Ya es casi el medio día y el calor golpea con violencia las tumbas, pero la entrada y salida de personas al lugar continúa. Es intermitente, como el goteo de una llave de agua mal cerrada.

Entre los pasillos del panteón se levantan nubes de polvo a causa del vaivén de las escobas, y unos minutos después, los rayos del sol arrancan reflejos a los azulejos recién desempolvados de las lápidas. Poco a poco los nombres de las madres resurgen del polvo, y al parecer también de la memoria, pues las y los visitante comienzan a relatar anécdotas protagonizadas por la figura materna; el aire se impregna de nostalgia.

Asombra ver cuantas generaciones pueden reunirse en torno a la figura de una madre, que es al mismo tiempo una abuela, e inclusive una bisabuela. La tumba a la que he llegado es la escenificación perfecta de ello. Hay allí una mujer con un largo cabello canoso y el rostro surcado de arrugas, a un lado de ella está una señora de cabello castaño, enseguida una joven de cabello negro recogido en una coleta sostiene a una bebé que tiene un enorme moño dorado en la cabeza.

Con ellas viene también un pequeño grupo de niños de diversas edades, dotados de la imaginación necesaria para inventar esos juegos que únicamente se pueden llevar a cabo en un cementerio. No tardan en brotar las risas y los gritos. El panteón se llena de vida.

A unas tumbas de distancia todo es diferente. Una mujer acompañada de sus hijos luce furiosa. Arregla una tumba con azulejos de color verde. Saca unas flores desteñidas por el sol de unos floreros incorporados a la lápida, y coloca nuevas flores de color rosa vibrante. Entonces se vuelve a sus hijos y exclama indignada:

¿Pero por qué no vienen los demás a visitarla? Tiene siete hijos, pero al parecer todos son unos malagradecidos. Ella, en paz descanse no nos hizo el feo a ninguno, hasta con el hijo más cabrón fue amorosa. Y ahora estos desgraciados no se aparecen por aquí, ni siquiera porque es día de las madres. expresa.

Tranquila ma, no se enoje, no vale la pena. Si no iban a visitarla cuando estaba viva no van a venir ahorita — le responde su hija.

(Foto: Darinka Rodríguez)

Afuera del panteón La Soledad se ha puesto un señor a vender raspados y tejuinos. Por esta época del año y a esta hora del día, cualquier persona que venda algo refrescante tiene clientes asegurados. Pero justamente hoy la afluencia de visitantes al panteón lo tiene despachando un raspado tras otro sin parar.

Mientras espero mi turno para comprar un tejuino, en la fila me cruzo con una joven que carga un pequeño bebé. La muchacha no para de sonreírle al bebé, que por más que trata de abrir sus ojitos los vuelve a cerrar; imagino que es demasiada luz para alguien que parece no tener más de un mes de haber abandonado el vientre materno. Aún así el bebé le devuelve la sonrisa a ciegas a su madre y con una manita se aferra a uno de sus dedos.

Ella se percata de que la miro y se vuelve para hablarme.

Es la primera vez que salimos de casa. Lo traje para que conociera a su abuela, no es necesario que la vea. La siente me dijo la joven madre.

Edición: CAC

Queda prohibida la reproducción total o parcial. El contenido es propiedad de Letra Fría.

Egresada de la Licenciatura en Periodismo del Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara. Colaboró como reportera para Radio Universidad de Guadalajara Ciudad Guzmán, y en el periódico mensual El Puente. Apasionada de las letras y la defensa de los Derechos Humanos.

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