/

Los tacos de Carnitas

¿Tienes hambre? Pues Jorge Martínez Ibarra nos abrirá el apetito con esta crónica sobre unos tacos de carnitas que comió en Guadalajara.

Columna de opinión tacos de carnitas
Foto: Cortesía

Era un domingo por la mañana y esa zona de Guadalajara plagada de oficinas, comercios y negocios, ruidos diversos y tráfico constante durante el fin de semana se percibía tranquilo y solitario.

Después de realizar una tarea pendiente, salimos del edificio en la búsqueda de un sitio cercano para desayunar pues el estómago comenzaba a protestar, inquieto por la falta de alimento. Cruzamos la amplia avenida y nos dirigimos a la plaza comercial situada justo enfrente de nuestra ubicación

Al llegar, los locales comerciales de la planta baja aún cerrados auguraban la misma circunstancia en el segundo piso, en la zona de comidas. Efectivamente, ¡oh desilusión! los vistosos anuncios de los establecimientos de crepas, cortes, sushis o cocina mexicana que rivalizaban en antojar a nuestro paladar aún no iniciaban labores. Ni hablar, se hizo necesario explorar nuevas posibilidades lo más rápido posible pues la tensión alimenticia iba en aumento.

Bajamos las elegantes escaleras y nos dirigimos a la salida donde un amable guardia de seguridad nos indicó las dos únicas alternativas gastronómicas de los alrededores: el puesto de tamales y atole de la esquina o los tacos de carnitas situados una cuadra más allá. Optamos por la segunda opción.

Carnitas y tortillas

Una guapachosa cumbia de los Ángeles Azules nos recibió mientras observábamos cómo grandes trozos de carne eran sacados de un amplio cazo de acero inoxidable con un largo cucharón de madera, que pareciera utilizado por los comensales gigantes de un cuento infantil.

El tableteo del filoso cuchillo en manos de un experto, reducía rápidamente el tamaño de la carne convirtiéndola en pequeñas porciones, las cuáles eran hábilmente distribuidas sobre la superficie de un par de tortillas, extraídas de una hielera Coleman de tapa blanca y costados azules que ya había visto sus mejores años.

Las redondas de maíz no estaban calientes sino tibias al tacto, pero lo suficientemente suaves para ser dobladas sin romperse y con ello evitar que la carne se escabullera por los lados. Esperamos impacientemente nuestro turno, envidiando en silencio a los que con entusiasmo le hincaban el diente a sus tacos. Ella pidió dos y yo otros tantos para empezar a marcar el ritmo.

Nos sentamos a la mesa distribuyéndonos estratégicamente el espacio con otros comensales que respondieron a mi comentario de “provecho” con un cortés “igualmente” o “gracias”. En el largo tablón compartido, se encontraban en pequeños recipientes la variedad de salsas necesaria para complementar la vianda. La salsa roja, muy picante a decir del taquero; la salsa verde, menos picante “pero no le haga confianza” y la salsa mexicana cuyos traicioneros chiles serranos me obligarán a desconfiar de los jitomates que los esconden.

¡A comer tacos!

Debido a la cantidad de ingredientes en los tacos, era requerida una básica habilidad de los dedos de la mano para otorgarle constantemente la presión adecuada a la tortilla en distintos puntos, cerrando con ello cualquier vía de escape del contenido. La tarea no era fácil e implicaba contar con una permanente cantidad de servilletas de papel, encomienda cumplida con celeridad por un pequeñuelo de aproximadamente ocho años, hijo del dueño del dueño del local.

Los diálogos entre los que participábamos en el improvisado festín colectivo eran disímbolos: dos jóvenes motociclistas comentaban las particularidades de cada uno de sus vehículos: cilindraje, potencia, velocidad, comodidad, precio. Una pareja adulta que había salido de la misa de nueve del templo de la esquina continuaba charlando acerca del culto y dos chavales bromeaban acerca de la anhelada temporada ganadora de las Chivas del Guadalajara.

¿Otro taco?

Al término del segundo taco, medité la posibilidad de continuar con la tarea. Ella, como sabia jugadora de póker, dijo: “no voy más”. Entretanto, varios de nuestros circunstanciales compañeros de festín comenzaban a irse.

Los bikers encendieron sus máquinas, se colocaron sus cascos y comenzaron a rodar. Los futboleros pagaron su consumo, dirigiéndose a la parada del camión y los ancianos continuaron reflexionando sobre la ceremonia, mientras caminaban lentamente. Percibí de reojo que rápidamente se acercaba un grupo atraído por el inconfundible olor.

El taquero entonces me miró con una mezcla de curiosidad y anhelo mientras preguntaba: ¿otro? mientras que el barullo de los recién llegados se hacía cada vez más fuerte. Tras una breve pausa le contesté, casi con un grito: ¡sí, con todo!.  Sonreímos a la vez, habíamos creado un vínculo.

Profesor e Investigador del Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara. Productor audiovisual. Apasionado de los viajes, la fotografía, los animales, la buena lectura, el café y las charlas interesantes.
Columnista en Letra Fría.
Correo: jorge.martinez@cusur.udg.mx

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos y para mostrarte publicidad relacionada con sus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Configurar y más información
Privacidad