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De un monstruo que nació en el pueblo de Zapotitlán de Vadillo, Jalisco

José de Jesús Guzmán Mora, cronista de San Gabriel, en su columna "Desde el Llano rulfiano", nos invita a conocer la crónica de la visita que Fray Alonso Ponce realizara en 1587 en la región Sur de lo que hoy es Jalisco (partiendo de Autlán) y de cómo era "un niño monstruo" que nació en Zapotitlán (hoy de Vadillo).

Por José de Jesús Guzmán Mora, Cronista de San Gabriel | Desde El Llano rulfiano

San Gabriel, Jalisco. (Letra Fría).- Este texto contiene parte de la transcripción del TRATADO CURIOSO Y DOCTO DE LAS GRANDEZAS DE LA NUEVA ESPAÑA. Es la relación breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que sucedieron al padre fray Alonso Ponce en las provincias de la Nueva España siendo comisario general de aquellas partes, escrito por fray Antonio de Ciudad Real y publicado en dos tomos en 1993 por la Universidad Nacional Autónoma de México. 

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Se trata, en suma,  de la visita que fray Alonso Ponce realizó en 1587 en la región Sur de lo que hoy es el estado de Jalisco.

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APYSA

TOMO DOS. Capítulo LXXXVIII. [De cómo el Padre comisario prosiguió su visita y llegó a Zapotitlán, y de algunas cosas notables].

Domingo primero de cuaresma, quince de febrero [de 1587], salió el padre comisario, después de comer, del convento y pueblo de Autlán, acompañado del alcalde mayor y de otros españoles, los cuales fueron con él un gran trecho, y vueltos para sus casas prosiguió él su viaje; y andadas dos leguas de camino llano, con un bravísimo sol, llegó antes que se pusiese a un poblecito pequeño llamado Zacapala, visita de Autlán y de aquella lengua donde fue recebido con música de flautas y chirimías y con algunas danzas, y se le hizo mucha caridad. 

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Cuipala

Por cerca de aquel pueblo corre el riachuelo que el padre comisario pasó por cuatro brazos junto a Ayuquila el día que entró en Autlán, el cual, según lo certificaron frailes y seglares, había venido pocos días antes con tan grande y furiosa avenida y creciente, que no solo destruyó a los pobres indios las milpas de maíz que tenían en sus riberas, pero aún no les dejó tierra en qué poder sembrar otras, porque se le llevó con su creciente y dejó en su lugar mucha piedra guijeña que trajo de otras partes.

Derribó y anegó muchas casas de indios, pero saliéronse los moradores huyendo con tiempo; solas seis personas, o porque les cogió durmiendo o porque estaban descuidados, no pudieron huir porque cuando lo quisieron hacer se hallaron cercados de agua; hicieron un agujero en el techo de la casa, que era de maderos y paja, por el cual subieron a lo alto y se pusieron sobre el caballete, pensando librarse allí, entendiendo que presto se amansaría aquel ímpetu; pero fue tanta el agua que cubrió las paredes de la casa, y tan recia su furia, que arrancó el techo todo entero, y se lo llevó yendo sobre él las seis personas, que eran marido, mujer y cuatro hijos, quiso Dios que no se trastornase el techo, y que llevado así por el agua se detuviese atravesado en unos árboles, donde estuvieron los pobres cuatro días hasta tanto que pasó la avenida y los socorrieron y remediaron; halláronlos muy fatigados y desmayados porque no habían comido sino algunas cañas y mazorcas de maíz que pudieron coger de las que el río llevaba de las milpas y casas que había destruido; sólo un niño de teta murió por el frío y humedad del agua y tiempo, y por no poderle la madre socorrer con leche; sucedió esto el día de la natividad de nuestra Señora en su infraoctava, y túvose por misericordia y beneficio de la madre de Dios.

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Lunes diez y seis de febrero [de 1587], salió muy de madrugada el padre comisario de Zacapala, y pasando allí junto el río sobredicho, que ya entonces llevaba poca agua, y andadas dos leguas de buen camino salió al amanecer del valle de Autlán, por una cuesta llena de muchas piedras; y subidas y bajas otras muchas, y pasando otro arroyo que corre una legua más adelante, y andadas después otras dos, y pasando junto al cabo dellas un río que llaman de Tuchcacuexco, en que se pescan buenos bagres y algunas truchas, llegó al mesmo pueblo de Tuchcacuexco cinco leguas de Zacapala de la guardianía de Zapotitlán, donde fue muy bien recebido ; salió el alcalde mayor y tres o cuatro españoles una legua del pueblo, después salieron los indios con mucha música y algunas danzas e invenciones. Díjoles luego misa el padre comisario, y detúvose allí todo aquel día en el cual le hicieron mucha fiesta y caridad.

Martes diez y siete de febrero [de 1587], salió el padre comisario de aquel pueblo tan de madrugada, que pasado tres veces el río sobredicho de Tuchcacuexco, y andadas dos leguas y media, llegó aún muy de noche a otro poblecito de la mesma guardianía llamado San Pedro. 

Es el camino sin piedras, pero tiene algunas cuestas y barranquillas, orilla del río, de pasos no muy gustosos, y para entrar en el pueblo se pasa otro río que lleva más agua y que corre entre piedras con más furia; llámase el río de San Pedro y péscanse en él bagres y truchas como en el de Tuchcacuexco, con el cual se junta allí cerca; hízosele en aquel lugar muy buen recibimiento, salieron al camino muchos indios en traje de chichimecas y fueron delante del padre comisario bailando y danzando, dando gritos y alaridos por entre arcos y ramadas hasta que le metieron en su pueblo, donde estaba toda la gente junta con muchas luminarias con música de trompetas y flautas y todos acompañarle hasta el otro pueblo, pero no permitió el padre comisario que pasasen de las últimas casas del suyo, y habiéndoles dado allí las gracias prosiguió su viaje; y andada otra legua y media de camino razonable llegó, cuando amanecía, a otro pueblo de la mesma guardianía llamado Teuhtlán, donde fue recebido aún con mayor solemnidad que en el de San Pedro, porque en toda aquella legua y media fueron delante dél muchos indios, unos tañendo trompetas, otros bailando y cantando como chichimecas, dando gritos y alaridos de fiesta y regocijo. 

Desde un pueblo al otro estaba todo el camino lleno de arcos puestos a trechos, y junto a Teuhtlán había muchos más y muchas ramadas, y a la entrada del pueblo estaba toda la gente junta puesta en procesión con música de flautas y chirimías y con candelas de cera encendidas en las manos; hincáronse todos de rodillas, y pedida la bendición por los cantores, se la dio el padre comisario, y luego las mujeres comenzaron el Te Deum Laudamus, en lengua mexicana y le fueron cantando hasta llegar al patio de la iglesia, donde acudieron todos a besarle el hábito, y la mano con tanta priesa, que unos a otros se impedían, y habiéndole ofrecido muchos melones, piñas y pan de Castilla, les dio las gracias y pasó adelante; bajó allí junto al pueblo una barranquilla y pasó por ella los dos ríos, el de Tuchcacuexco y el de San Pedro, que van ya por allí juntos en uno; vadeóle y luego subió una penosa cuesta, y andando un trecho de camino llano llegó a una muy honda barranca, la cual se le hizo menos dificultosa de pasar porque tenían lo indios aderezado el camino.

A la entrada tenían hecha una ramada y en los bajos otra y a la salida otra, allá en lo alto, en la cual estaban los principales de un pueblo aguardando al padre comisario con un buen recebimiento y ofrenda de plátanos y piñas, y una gallina de la tierra. 

Dioles las gracias y pasó adelante, y por camino llano aunque de rodeo, por salvar unas malas barrancas, llegó temprano al pueblo y convento de Zapotitlán, tres leguas de Teuhtlán; salieron a recebirle muchos indios de a caballo y otros de a pie, en trajes de chichimecas con sus arcos y flechas, dando gritos y alaridos y espantando los caballos; salió asimismo todo el pueblo con música de trompetas, flautas y chirimías, y con ello y una danza llegó a la iglesia y convento, adonde acudieron los indios de toda la guardianía con ofrendas de bagres, truchas, melones, plátanos, piñas y pan de Castilla. 

El convento es de aposentos bajos hechos de adobes y cubiertos de terrados; la iglesia de lo mesmo, cubierta de paja; su vocación es de Santa María Magdalena; moraban en él dos religiosos, visitólos y detúvose allí hasta otro día por la tarde.

El pueblo es de mediana vecindad, no hay en él agua, tráese a cuestas de un río, grande trecho de allí; tienen los indios tres cisternas grandes junto al convento, las cuales antiguamente se henchían de buena agua que traían encañada desde la sierra, pero con un terremoto se hundió el manantial y se fue el agua por otra parte y los aljibes quedaron perdidos, pero el padre comisario dio orden a los indios para que los limpiasen y aderezasen y se hinchesen cada año de agua llovediza, porque había harta para el pueblo, hay en aquel pueblo muchos zapotes de los comunes, y muchos de los árboles que llevan la fruta llamada bonetes de abad.

Los indios de aquel pueblo y los demás de la guardianía hablan una lengua particular, excepto los de uno llamado Amolan, que hablan otra diferente, pero los más entienden la mexicana, y en ella se confiesan y se les predica y caen todos en la jurisdicción de México y en el obispado de Xalisco; en una visita de aquella guardianía se coge algún trigo y en otra moraba un español. 

Cuatro leguas de Zapotitlán está una sierra muy alta que casi todo el año tiene nieve, poca o mucha, y no muy lejos della está un volcán que de cuando en cuando echa de sí mucho humo; óyese dentro del volcán gran ruido y tiembla algunas veces la tierra en sus alrededores; parécence mucho al volcán y a la Sierra Nevada de junto a México, aunque por las profundas barrancas que hay en su circuito no se puede subir a lo alto.

Hay entre los indios de aquella guardianía [según certificaron al padre comisario] muchos hechiceros, y ora fuese por sus hechicerías, ora por alguna virtud y secreto de naturaleza, por otra vía sobrenatural, sucedió que estando un indio cavando un hormiguero allí en Zapotitlán para sacarle de cuajo, en las casas de la comunidad, hecho ya un hoyo que le llegaba hasta la cinta, salieron del mesmo hoy tantas y tan grandes llamas de fuego, que hicieron salir al pobre indio muy de prisa, y más que de paso, saltando y dando voces, a las cuales acudió el alcalde mayor y vio salir las llamas, y viendo que no cesaban, hizo traer agua bendita, y echándola dentro del hoyo cesaron, y luego le mandó cegar.

A este mesmo alcalde mayor le cogió una vez, según él mismo contaba, un torbellino o remolino tan recio, que le llevaba tras sí y se levantaba de la tierra de tal manera, que tuvo necesidad de asirse muy fuertemente a un poste; y aún los frailes de aquel convento certificaban que vieron una noche grandísimas llamas de fuego en el hospital, que está junto al mismo convento, que parecía quemarse todo, y que habiendo ido a ver lo que era, no hallaron llama ni fuego ninguno, sino un bulto negro y grande, el cual se les desapareció delante de sus ojos.

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Capítulo LXXXIX.  [De un monstruo que nació en el pueblo de Zapotitlán].

En aquel convento de Zapotitlán moraba un religioso sacerdote, el cual certificó el padre comisario afirmándolo con juramento que a veinticuatro de febrero del año de [mil quinientos] ochenta y seis, día de San Mathías parió una india de aquel poblado, llamada Elena, un monstruo, el cual él baptizó y le puso por nombre Pablo, y vivió doce horas. 

Tenía este monstruo las particularidades y las proporciones siguientes, las cuales son bien de notar: 

La cabeza era de anchura de un sombrero de copa muy alta, la frente tenía muy grande y salida en demasía y algo blanca, las sienes muy hundidas, los ojos de color azul, y las niñetas negras y sin cejas ni pestañas; las narices tenía muy chicas y chatas, y los carrillos muy grandes y muy salidos, y la boca asimesmo muy grande y muy abierta; tenía las orejas debajo de los carrillos, y no tenía pescuezo ninguno; desde lo alto de las espaldas, hasta lo bajo de los lomos, estaba cubierto de cabello negro, algo largo, y por debajo deste cabello le iba un hueso delgado.

 En toda la cabeza no tenía hueso ni casco, todo era carne y sus brazos y sus manos eran pequeños y bien proporcionados, pero sin canillas ni huesos; la barriga y vientre con el pecho era de hechura de un costal, sin costilla ninguna sino solo dos huesos en el pecho; tenía el miembro viril muy pequeño, y los testículos muy grandes, las piernas y pies tenía pequeños y bien sacados, pero sin canillas ni huesos, como los brazos y las manos; medida la cabeza era mayor que todo el cuerpo, con piernas y todo.

Vieron este monstruo muchas personas, y el fraile que le baptizó sacó dél un retrato y se lo dio al padre comisario, y de él se sacó el que va puesto aquí.

 REFERENCIA:

  • TRATADO CURIOSO Y DOCTO DE LAS GRANDEZAS DE LA NUEVA ESPAÑA. Relación breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que sucedieron al padre fray Alonso Ponce en las provincias de la Nueva España siendo comisario general de aquellas partes escrito por fray ANTONIO DE CIUDAD REAL, UNAM, 1993. 

MV

Profesor, músico y cronista municipal, originario de San Gabriel, Jalisco.

El 1° de septiembre de 1994, recibió el nombramiento de “Cronista de la ciudad”, de manos de la autoridad municipal.

Es miembro Cofundador de la Asociación de Cronistas Municipales del Estado de Jalisco, A. C., desde el 19 de octubre de 1996.

Primer cronista vitalicio de San Gabriel, desde el 28 de julio de 2010.

En noviembre de 2011 se integró a la Asociación de Cronistas Municipales del Occidente de México, formada por Jalisco, Colima, Michoacán y Nayarit.

Con treinta y cinco años de servicio en el magisterio estatal en primaria y secundaria, es maestro jubilado desde el 1° de junio de 2011.

Ingresó como consocio a la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco, Capítulo Sur, el 15 de octubre de 2016 con el tema: “La hacienda de Nuestra Señora de Guadalupe del Salto del Agua”.

De 2009 a 2021 fue el responsable del Archivo Histórico Municipal de San Gabriel, Jalisco.

Ha publicado una treintena de libros con temas históricos, genealógicos y monográficos. Ha participado en la prensa jalisciense, en revistas locales y en programas de radio y televisión estatal, nacional y del extranjero.

Correo: cronistademipueblo1994@hotmail.com

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