Tengo fe en que el próximo martes nos volvamos a leer, porque lo más seguro es que el mundo no termine el domingo. Lo que sí se acabarán serán las insufribles campañas.
Aunque estoy seguro que durante algunos días más seguiremos hablando de quienes ganaron y quienes perdieron, podremos volver a concentrarnos en cosas importantes.
No es que el vaivén político no lo sea, sí es trascendente, pero, basado en las conversaciones que he tenido en los últimos días, a ocho de cada diez personas ya nos tienen hasta la coronilla las canciones pegajosas, la avalancha de selfies y el intercambio de golpes cual pelea en el mercado de Autlán.
El mundo no se va a terminar, aunque su candidato o candidata favorita pierda. Aun así, entiendo la frustración. Uno apuesta, se identifica con tal o cual proyecto, les tiene más confianza a unas personas que a otras.
El tono fatalista y extremo con que se comunica en la contienda no ayuda a mantenerse ecuánime, pero recuerde las consignas de hace seis años. Resulta que ni somos Venezuela, ni nuestro sistema de salud se parece al de Finlandia. Honestamente.
Así que no vale la pena hipotecar la casa ni agotar el límite del crédito de la tarjeta. Porque nadie nos salvará de pagarla. El próximo martes habrá que enfrentar la realidad. ¿Qué haremos entonces?
En primer lugar, valdría la pena reconciliarse con aquellas personas a quienes, al calor de la revuelta electoral, alejamos un poco de nuestras vidas. Tengo muchas ganas de volver a estrechar la mano de ciertas amistades que, aún esta semana, me piden el voto antes de darme los buenos días.
El país no puede prescindir de quienes voten por Xóchitl o Máynez si gana Claudia; en Autlán sería una tragedia si la planilla que no gane decide archivar sus propuestas y sus talentos. Que el declarado amor en abundancia que han gritado en las últimas semanas también les alcance para implementar algunos proyectos en caso de derrota.
Confiando en que no haya conflictos postelectorales, el próximo martes se podría proponer una agenda compartida.
Oficialmente, las campañas tienen dos funciones: la primera es que la gente conozca a candidatas y candidatos, y la segunda es que los futuros gobernantes recojan y sistematicen información sobre las necesidades de la población. Entonces, es necesario que se arme una agenda de prioridades y recursos reales actualizada, porque una buena parte de las propuestas sonaban a quiméricas pretensiones.
Hay dos cosas que me gustaría pedirles a quienes triunfen, aunque reconozco que no les tengo tanta fe. En primer lugar, estaría bien que hicieran política de altura y dialogaran con quienes perdieron, que busquen integrar propuestas y colaboraciones.
La época del contraste ya pasó; es necesario asumir que nadie tiene la verdad absoluta y que solo las visiones compartidas construirán soluciones más sólidas.
La otra cosa que quiero pedirles es más sencilla: quiten sus lonas y denles un buen uso. Gracias.