Agustín del Castillo
Guadalajara, Jalisco. 31 de mayo de 2022. (Letra Fría) Quien guste de ser engañado y comprar la política por los discursos llenos de buenas intenciones de la demagogia, que mire embelesado cómo la alianza de dos super caciques sexenales, Andrés Manuel López Obrador y Enrique Alfaro Ramírez, se lanza por las rutas de lo grotesco, y exhibe de forma impúdica el papel del Congreso de Jalisco, como mero operador de acuerdos del ejecutivo y, sobre todo, como comisión de festejos, loas y apoteosis de tan buenos gobernantes que nos concedió Dios en 2018 cuando decidió apiadarse de México e iluminar al pueblo.
La votación (eso sí, dividida, lo que honra a quienes no la respaldaron) del acuerdo de “reconocimiento” a ambos gobernantes, el pasado 26 de mayo, por anunciar que tal vez harán una parte de lo que les corresponde por el mandato de los votantes, es un capítulo más en la historia universal de la infamia… al menos, de la infamante mediocridad y servilismo del órgano constitucional fundamental para que la nuestra se siga llamado democracia.
No existe la casualidad en política, dicen los astutos. Creo que negar al azar su papel no es muy agudo por parte de quien consagró tal aforismo, pero en este caso, la cadena de causalidades es transparente. Podemos remontarnos a varios meses atrás, a la visita del presidente a Temacapulín en noviembre de 2021, cuando anunció que no se inundarían los pueblos por la represa de El Zapotillo y se adecuaría el vaso artificial para que operara exclusivamente en abastecimiento de Guadalajara. La noticia fue balde de agua fría para Enrique Alfaro, quien se había desgastado dando espalda a sus acuerdos originales con los pueblos alteños y con un acercamiento con el gobierno de Guanajuato para sostener el proyecto de Emilio González Márquez, de la presa a 105 metros de altura. No obstante, poco después, el presidente le aseguró que habría dinero para concluir la obra con un acueducto hacia Guadalajara, y que daría apoyo a otros proyectos.
En ese contexto se dio el acuerdo para financiar un proyecto cuya obsesión del gobernador es equiparable a la del presidente por el Tren Maya: la construcción de la Línea 4 (humorísticamente, la Línea 4T), a Tlajomulco. Es una obsesión que sostiene desde sus años de alcalde esa demarcación emergente en el área metropolitana de Guadalajara, cuando llamaba furioso (la marca de la casa, o de la “autenticidad”, como le gusta decir a sus propagandistas oficiales y oficiosos) a las estaciones de radio para reclamar todas las críticas, con datos o sin ellos, a su proyecto de llevar este sistema de transporte a las colonias de ese municipio, confiando en la alianza aque claramente estableció con González Márquez, quien en el proceso electoral de 2012 dio la espalda al propio candidato panista para apoyar la llegada de Alfaro a Casa Jalisco, lo que para su desgracia, demoró otros seis años.
Línea 4 no es mera obsesión, y con el tiempo se ha convertido en una obra menos arbitraria y caprichosa, pues nadie puede negar el enorme peso que adquiere Tlajomulco con el paso de los años en cuanto a demografía y economía metropolitana. Pero sigue dentro del rango dado que hay zonas de la metrópolis donde un sistema de este tipo sería social y económicamente más rentable, por tener mayor población: el eje que va de Santa Ana Tepetitlán hacia el aeropuerto de la ciudad, y de ahí a Tonalá y El Salto, por ejemplo, ya estaba propuesto desde los años de gobierno de Carlos Rivera Aceves (1992-1995), cuando Tlajomulco no tenía ni 100 mil habitantes. También sería más sensato crecer la línea 2 desde el Centro Universitario de Tonalá, en el “nuevo periférico”, hasta San Juan de Ocotán por el poniente.
Pero más sensato todavía es que ese costoso proyecto de tren se transforme en cuatro o cinco líneas de transporte articulado para terminar de darle a la AMG el sistema que se necesita para después, pasar a exigirle a los ciudadanos que se bajen de sus automóviles y que paguen sobrecostos por gasolina y verificación, dado el enorme pasivo ambiental que generan, en perjuicio de la salud pública, con enfermedades crónicas y muertes.
No será así. El gobernador quiere su nombre inmortalizado en una placa, y como buen político de estilo populista, demostrar que “cumple lo que promete” (selectivamente, si nos atenemos a su desaseada relación con Temaca y los alteños). Tlajomulco tiene una reserva de votos nada despreciable en sus casi 700 mil habitantes (diez tantos Autlán, siete veces Ciudad Guzmán, por ejemplo). Además, la plusvalía que el tren dará a muchas zonas hoy baldías pero con licencias de construcción (¿piensa mal y acertarás?) puede explicar el poder fáctico que presiona para concluir un tren en vez de un BRT. La cuestión es que el presidente López Obrador va a aprovechar esa obsesión alfarista para sacarle la mayor renta política. Y buscar las coincidencias. Y una de esas coincidencias es la incomodidad que ambos caciques sexenales les provoca el cacique universitario, eternizado como hombre fuerte en la UdeG: Raúl Padilla López.
¿Me excedo al llamarles caciques a dos políticos electos legítimamente para un periodo determinado de gobierno? Dejémonos de hipocresías: Alfaro y López Obrador ejercen el poder desde el carisma, la arenga, la invectiva, la división del mundo en buenos y malos. No son políticos democráticos. El odio a Padilla López no deriva de su deseo de justicia a una institución que siempre es una piedra en el camino del poder total. Por un lado, hay un afán práctico: apoderarse de la segunda universidad del país y sus más de cien mil estudiantes es un premio mayor. De este modo, barren con disidencias y preparan un dominio a largo plazo de la educación del país y de sus instituciones. Alfaro, según ha revelado con claridad mi colega Rubén Martín en El Informador, buscaba una negociación con el rector Ricardo Villanueva para entregarle los 140 millones de pesos arrebatados a la universidad para el Museo de Ciencias Ambientales, a cambio de que se dejara de criticar los excesos de su gobierno y se sometiera a los periodistas que trabajan en Canal 44, donde ejerce una parte importante de los comunicadores que han sido desplazados de otros medios por la acción de la “inteligencia” alfarista, es decir, la zanahoria o garrote del presupuesto de medios, la gran metáfora que subraya la hipocresía de estos políticos neopopulistas.
El rector no cayó en la trampa, y Alfaro uso con absoluto desaseo al Congreso, y su aliado coyuntural, Morena, para pegarle al temible amo de la UdeG, mientras este patrocinaba una megamarcha estudiantil por la autonomía y el presupuesto universitario el mismo 26 de mayo, que fue minimizada por los medios aliados del tándem emecista-morenista.
El colmo de la abyección ha sido el acuerdo con el que arranqué el comentario de esta columna. La iniciativa salió del coordinador de Morena, José María Martínez, quien en la víspera había firmado un desplegado contra la UdeG a nombre de todos los legisladores, lo que lógicamente fue reclamado por muchos opositores. La fracción mayoritaria, de Movimiento Ciudadano, consideró que si se trata de reconocimientos, el patrón de Casa Jalisco también lo merece. Y se sumaron en la gozosa autoflagelación de la imagen legislativa, el dominante MC, Morena, Verde, PT… y Futuro (¿cuál es la apuesta del partido que encabeza Pedro Kumamoto al unirse a esta vergonzosa exhibición de servidumbre?). En contra, solamente el PRI. Abstenciones del PAN (¿recuperan el pudor?) y de Hagamos, el partido ligado a la UdeG.
Un ladrillo más con que los cínicos redentores de nuestra democracia pavimentan la ruta hacia la no-democracia. Gloria eterna a estos superhombres que desterrarán el decadente y corrupto disenso, y nos regresarán la patria unida, monolítica, inamovible como el verso de Ramón López Velarde: “sé siempre igual, fiel a tu espejo diario” (La suave patria).
MA/MA