Por: Mayra Vargas | #NoSomosVíctimas
Autlán de Navarro, Jalisco.- “Soy madre, hija, esposa y me dedico a la agricultura”, dice Herlen Quintero Barajas. Tiene 35 años de edad y es una mujer que resiste. Ella se define “muy capaz de hacer muchas cosas, como todas las mujeres, con esa sensibilidad e intuición. Me gusta mucho poder plantear esas metas y desafíos que a veces parecen difíciles”.
Herlen ha vivido casi toda su vida en el valle de Autlán de Navarro. Ella junto con su esposo y sus hijas crearon el Rancho Agroecológico El Casco, ubicado en carretera a El Chante kilómetro 1, en Las Paredes. Es un espacio familiar abierto para quienes quieran conocer y visitar.
La idea de hacer un rancho agroecológico surgió hace varios años en este espacio de al menos una hectárea en donde sólo había huizaches y mezquites. “Se empezó a trabajar en ver qué era lo que podía darle vida, para que pudiera ser fértil. Alrededor de este espacio se creó una zanjita que forma como una chinampa, que es la que permite que drene el agua y que no se concentren tanto las sales y que podamos tener una serie de cultivos diferentes”, cuenta Herlen.
Como familia, decidieron trabajar la tierra, principalmente para alimentarse. Tener y producir su propia comida, es decir, tener la certeza de que lo que llega a la mesa, es sano. Además de vender el excedente, que se ha vuelto una fuente de ingresos.
A Herlen la movilizó saber que los alimentos en su proceso de desarrollo en la agricultura convencional, llevan agroquímicos. “Fue momento de pensar qué les damos de alimentos y qué consumimos nosotros… eso nos hizo tomar conciencia de que si tenemos un espacio, por qué no aprovecharlo para nosotros mismos: producir… ser autosuficientes, y quienes se acerquen a nosotros también ofrecer esos alimentos saludables”, explica.
El uso de agroquímicos en la agroindustria que se extiende a lo largo y ancho de Jalisco y México es una situación de alarma para Herlen. “La salud es un derecho y debería ser una seguridad para todos y más para los niños. Yo soy madre, entonces, para mí es muy alarmante que esto no pare y que nosotros como sociedad tengamos esa conciencia”.
Ante el panorama, llama a preocuparse por los alimentos que se llevan a casa y a impulsar la producción de frutas y verduras libres de químicos. “Lamentablemente pensamos que si comemos frutas y verduras estamos consumiendo más saludable, pero realmente no sabemos de dónde vienen esos alimentos o cuál fue su proceso de producción”, reflexiona.
La mujer y su vínculo con la semilla
Herlen piensa que su llegada al campo no fue por casualidad, fue algo que se dio porque ella ve esa vinculación que tiene la tierra con la familia, “somos las protectoras, las que cuidamos a los hijos, pero también miro ese vínculo con la semilla, el cuidarla, reproducirla”.
Ahora que ella se dedica a trabajar la tierra desde hace 11 años, admira mucho a todas aquellas que se entregan a esta labor: “Admiro mucho a la mujer, aunque lamentablemente está ese menosprecio, de que es la mujer campesina, que de por sí al ser mujer ya se es desvalorada, entonces en el campo se ve más eso”.
Ella destaca que las mujeres tienen esa relación cercana con la familia, con su alimentación, por lo que esta situación vinculada al campo ha creado una cultura y conciencia para cuidar lo que llega a su mesa.
“La agroecología es importante porque nos permite a las mujeres ser ese vínculo entre la tierra, la familia y los alimentos. También porque nos dignifica a nosotras como mujeres, a nuestro territorio, a nuestro cuerpo y a la salud, no solo de nosotras mismas, sino de toda la familia”, expresa.
Crecer y creer en el campo
Para Herlen, la agroecología no sólo crea alimentos sanos y hace comunidad, también es maestra, porque quien la practica, aprende de la vida: “Hemos criado chivas y borregas, entonces han aprendido ese proceso de la vida, desde la concepción de un animal, el parto (…) y en la agricultura desde el crecimiento de una semilla hasta convertirse en el alimento”.
La temporada de mayor producción es de octubre a enero-febrero; durante este tiempo producen alimentos variados como acelgas, ejotes, tomate, maíz, coles, brócoli, zanahoria, papas, entre otras hortalizas.
Entre los retos que han enfrentado ella, su esposo y sus hijas están las inundaciones, donde han perdido sus cosechas. La poca valoración de la producción orgánica es otro, debido a “la comodidad de consumir lo que está más cercano”, aunque a veces no sea lo más sano, señala Herlen con preocupación.
“Nos ha tocado que no lo valoran en cuanto a utilidad, precio y lamentablemente el campesino es el que menos gana. Nos pasó, por ejemplo, que tenemos zanahorias y cuando las hemos querido vender nos la pagan a $1.20 o $1.50 pesos por mucho, el kilo, entonces es un reto, que se sepa valorar el trabajo del campo”, expresa.
Además, en el Rancho Agroecológico El Casco todo el año hay huevo y también producen pescado, gracias a los dos estanques naturales que hay en el lugar.
*Esta publicación forma parte del proyecto #NoSomosVíctimas, de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie, financiado por la Embajada Suiza en México.