A los mineros atrapados en Coahuila, y sus familiares.
Por: Jesús D. Medina García
Autlán de Navarro, Jalisco. 14 de agosto de 2022. (Letra Fría) Yo tendría otra experiencia marcadora en tren. Viajaba a Veracruz, a Jalapa específicamente, vía San Juan Teotihuacán. La ruta era México-Perote-Jalapa-Veracruz y el juego de palabras propicia México, Pero te Jala pa Veracruz.
Mi asiento quedó cerca de una muchachita que me encantó, iba con su tía o su mamá, no lo recuerdo. El caso aquí es que nos simpatizamos y nos paramos de nuestros asientos para platicar a la orilla del vagón, conversamos un poco, observando el paisaje y escuchando los poderosos sonidos del ferrocarril.
Lo malo estuvo cuando me dijo:
– Me voy a bajar en el poblado que sigue –
– Pero, ¿cómo? – pregunté sorprendido-, ¿no vas a Jalapa?
– No, me bajo antes de que suban para el Cofre de Perote…-
Recuerdo que en esos momentos sentía un profundo amor hacia ella, pero también, comprendí que nunca más nos volveríamos a volver a ver. En esa época decía que yo sólo me enamoraba de una mujer: la que tuviera enfrente.
Algo más pensando en ella… ¿conservará ese recuerdo?, ¿será de las anécdotas que durante años les ha contado a sus amigas? ¿o se habrá escondido en algún laberinto de su inconsciente?
Le ayudé a bajar su equipaje, los vendedores abordaban canasta al hombro, los vagones grises con franjas horizontales rojizas y azules. Entre la grita y el bullicioso momento, creo que lo último que le dije fue:
– Me gustas mucho…. que te vaya muy bien…-
Su imponente sonrisa, contrastaba con la fugacidad de su mirada.
Y el tren siguió su marcha.
Pude haber quemado naves y haber seguido a la muchacha del tren que iba de la ciudad de México al Puerto de Veracruz. Pasando por Teotihuacán, corazón del altiplano central.
En Perote nos detuvimos inesperadamente debido a que un árbol estaba tapando la vía, había caído una tormenta, e impedía el paso «del gusano de fierro», justo en la parte alta de la Sierra de Perote, a las faldas de la montaña Cofre de Perote.
Hacía mucho frío, y lo único racional que se podía hacer era esperar que las brigadas de trabajadores rieleros, abrieran el paso con sus herramientas, motosierras, hachas, cadenas. Llegaron de en medio de la bruma, trepados en un carrito de fierro, con sus cascos, guantes, impermeables, dispuestos a resolver el problema. Prácticamente nos rescataron. Hombres rudos, acostumbrados al trabajo pesado, a las temperaturas extremas, a la explotación de que son sujetos.
Melancólico por el episodio de la muchacha y agobiado por un tremendo frío… yo creo que unos 3 grados bajo cero era la temperatura, me sentía algo desesperado, fue entonces que puse atención a la charla de los asientos traseros, donde unos cuatro ferrocarrileros jubilados, conversaban en voz alta, narrando sus aventuras y anécdotas personales, algunas cargadas de buena dosis de sorna o épica caballeresca de arrabal. Pero traían una beberecua muy buena para el frío que se llamaba «Pericón», era un mezcal que elaboraban por esas tierras jarochas…
Como no queriendo la cosa me acerqué a sus lugares, en una actitud de franca necesidad, y al poco rato ya estaba yo tomando pericón, gracias a la generosidad de los señores.
Llegué ebrio a Jalapa, con una maleta y sabrá Dios como, pero cuando abrí los ojos estaba en una cama de hotel, y mi mente no registraba varias horas de mi existencia. ¿qué había hecho ese tiempo, dónde, como, con quién, de qué se habló?
Invadido por la zozobra, realizo un segundo inventario: la cartera, el reloj…los lentes, parece que no hay motivo de preocupación. Con cautela abro la ventana y en vez del sol observo sobre la superficie del mar la sonrisa de la muchacha del tren.
Recuerdo el heroísmo de los trabajadores que en verdad nos rescataron del frio, los ferrocarrileros jubilados platicando y compartiendo el Pericón. Los héroes anónimos, los que nadie conoce hasta que se mueren en un accidente.
CAC