Rosa Eugenia García Gómez
Zapotlán El Grande, Jalisco. 07 de julio de 2022. (Letra Fría) Rieleras y juanes, no porque haya sido noticia en 12 ocasiones en este año el asesinato de periodistas, así como innumerables informaciones de violencia en contra de profesionales del gremio, deja de consternar cada historia que habla de atentados para acallar la voz de denuncia, pero también la de crítica informada basada en la investigación y corroboración de datos.
La violencia en contra de los periodistas no puede ser normalizada. El ataque que sufrió Susana Carreño, una mujer que ejerce el periodismo de manera profesional en una región, la de la costa norte de Jalisco, indigna porque las acciones en contra de la vida de una persona no pueden ni deben ser parte de la cotidianidad.
A veces quisiéramos, en nuestro afán de entender las violencias, clasificarlas, estructurarlas, sectorizarlas, por eso cuando se conocen las historias de candidatos en campaña o de gobernantes de los diferentes niveles no es raro el alud de declaraciones relativas a la peligrosidad del ejercicio de la política en México.
Lo mismo cuando algún empresario es noticia de secuestro, de asesinato, de atentados, pensamos que también en este país tiene su grado de peligrosidad ser emprendedor exitoso con la capacidad de acumular ciertas sumas de capital.
Hace un par de semanas los titulares periodísticos de todo el país hablaban del atentado en contra de dos sacerdotes de la Compañía de Jesús junto con un guía de turistas en la sierra Tarahumara. Leí notas donde hoteleros y trabajadores del ramo en la zona, decían que ellos también se sentían en peligro. El papa Francisco se pronunció y lamentó los sucesos para cerrar con una frase aparentemente gastada, pero no por ello menos lapidaria, ni carente de certeza: “¡Cuántos asesinatos en México!”.
En México se asesinan periodistas, políticos, empresarios, trabajadores, sacerdotes. Pero también mujeres y hombres de todas las edades y los sectores socioeconómicos. Y la constante es la impunidad, esa parte de la ecuación social que siempre está presente.
Pero no quiero olvidar que esta reflexión surge por lo sucedido a Susana Carreño.
Ya lo he apuntada en otras entregas, el ataque a una periodista es también una afrenta a una democracia que no existe sin libertad de informar y lo que más ofende es el discurso oficial de lamentaciones vanas que inicialmente quiso centrarse en el móvil del asalto, y que por supuesto no pudieron sostener ante la presión social y los posicionamientos de quienes con mucho orgullo y con mucho trabajo cotidiano integramos el gremio.
Susana está en camino de recuperarse y es deber del estado, investigar las razones de la violencia que recibió por su trabajo periodístico, pero sobre todo, que al estado no se le olvide que es responsable de la seguridad de todos y cada uno de los periodistas y de los habitantes de este país.
MA/MA