A Donald Trump, expresidente de Estados Unidos y candidato republicano para volver a la Casa Blanca, le dispararon una bala que le rozó la oreja.
El rostro ensangrentado, el servicio secreto protegiéndolo cuerpo a cuerpo, la bandera ondeando a sus espaldas y los francotiradores en las azoteas completan el escenario propicio para que el discurso del magnate encuentre numerosas cajas de resonancia: seguridad, protección al mercado, fortalecer las fronteras; nosotros los buenos, los otros los malos.
El contexto del hecho es importante. El vecino del norte está en campaña. A juzgar por las encuestas, un poco más de la mitad del país observa con preocupación los males seniles del presidente Biden, candidato demócrata a seguir en la oficina oval, pero también observa la incapacidad del partido por proponer otra candidatura viable.
Mientras que la otra mitad se preocupa por el regreso de Trump, encontrado culpable de cometer delitos, con palabras y acciones subidas de tono: el mundo entre buenos y malos, el triunfo de la meritocracia, productividad por encima del cuidado ambiental, la cancelación de derechos. Y entonces, el disparo.
Las reacciones
El ataque obliga a los adversarios a declarar deseos de que pronto sane, a llamar al diálogo, a resaltar los valores de la democracia, a condenar el hecho, a mostrarse de su lado. Mientras que a él le permite asumir un rol de víctima, de héroe, de sacrificio. Una narrativa poderosa.
Washington queda lejísimos, pero lo que se dice y se decide ahí no puede resultarnos indiferente. Es verdad que la decisión no está en nuestras manos; serán los ciudadanos norteamericanos quienes elijan en noviembre y nuestro papel es, por definición, reactivo.
En primer lugar, debemos abandonar las ideas de que solo tenemos enfrente un derrumbe trágico o la salvación completa. Serán varios puntos medios entre lo uno y lo otro.
Aún a la distancia, lo que nos compete es ampliar los horizontes, buscar lazos más allá de las puertas que podrían cerrarse, encontrar otras referencias, dialogar a partir de los puntos en común.
Autlenses en Estados Unidos
Los cientos de autlenses que viven y trabajan en Estados Unidos son el punto en común más trascendente. Pero aún ellos tienen percepciones distintas: hay a quien el regreso de Trump le viene bien, sobre todo si han comenzado a invertir en negocios que generan empleos; y hay a quien le espanta si los procesos de regularizar su estatus migratorio aún no terminan.
Cada vez con mayor frecuencia, asoman en el mundo líderes que han llevado su discurso y acciones a los extremos. Afinar nuestra capacidad de reconocer y valorar las diferencias, de convivir en medio de visiones distintas, construir metodologías que permitan empatar intereses, es un camino que podemos recorrer desde Autlán, la región y desde cualquier escuela. Es algo que debe aprenderse.
Washington queda lejísimos, pero la actualidad reclama que pensemos global y actuemos local. Esa oreja ensangrentada tendrá repercusiones domésticas que haremos bien en considerar y enfrentar con civilidad.
