Por: Lourdes Cano Vázquez
Guadalajara, Jalisco; 03 de julio de 2019. (Letra Fría).- Durante los años de mayor esplendor del PRI como partido hegemónico en el país, la figura presidencial era vista como una especie de ídolo; incuestionable, todopoderoso; una democracia de nombre que no tenía frenos ni contrapesos.
El día primero de septiembre el país prácticamente se paralizaba. El informe presidencial era un acontecimiento, la gente salía a las calles, el presidente salía en un carro descubierto, saludaba a la multitud que le aventaba serpentinas y flores; el palacio legislativo se convertía en un templo de aplausos y adulaciones, la oposición no existía, era sepultada entre la demagogia y la simulación.
La televisión se unía en una cadena nacional que no permitía más contenido que el informe de gobierno, es decir, que estábamos prácticamente obligados a verlo. Pero vino después el año de 1997, donde el PRI perdió por primera vez la mayoría en el Congreso de la Unión y después la alternancia partidista en la presidencia de la República, y el día del presidente se diluyó poco a poco, hasta finalmente desaparecer.
Pero la historia tiende a repetirse y en este 2018 Morena obtuvo carro completo: la presidencia de la República y la mayoría en el Congreso; el electorado le dio omnipotencia de nueva cuenta al jefe del ejecutivo; el presidente vuelve a ser esa figura robusta y omnipotente ante los otros Poderes de la Unión, que además goza de una popularidad no vista probablemente desde los años setenta.
Todo este antecedente viene al caso porque este lunes regresamos en el tiempo y volvimos a tener un día del presidente; ese que salía a las calles a que la gente lo saludara, ahora no le avientan serpentinas, le cuelgan collares de flores y le dan báculos sagrados; la gente lo ve como el mesías esperado, el que finalmente sacará al país del fracaso, el ídolo de la multitud.
El PRI ha tenido diversas transformaciones a lo largo de su historia, pero no una tan sutil y al mismo tiempo tan evidente como la que vivimos en este su nuevo sexenio en el poder; Empezó el autor de su himno colocando la nueva piedra angular, después se llevó a algunos de sus miembros más tristemente célebres, Manuel Bartlett, por ejemplo y junto con ellos, esas conocidas prácticas como el dedazo, el acarreo, el paternalismo gubernamental o el nepotismo y el compadrazgo.
Y de repente tratando de cambiar es como volvimos a tropezar con la misma piedra, estamos de nuevo en el siglo XX, con el presidente todopoderoso, sin oposición, idealizando a un solo hombre como la única salvación a todos los problemas, creyendo gracias a nuestra ignorancia y nula memoria histórica, que esta vez todo será diferente.
MA/AJEM