Agenda ciudadana | Del “Estado soy yo” al “yo no soy Estado”

David Chávez Camacho analiza la situación política del país tras los altercados en Culiacán y la liberación de Ovidio Guzmán López.

Por: David Chávez Camacho

Autlán de Navarro, Jalisco. 21 de octubre de 2019. (Letra Fría) Observar a los encargados de la seguridad en el país luego de lo ocurrido en Culiacán fue inhabitual. En síntesis, se presentaron a confesar que fallaron.  El presidente de la República no; él recurrió a su idea personalista de la Presidencia. Pareció decir que, si él decide o avala esto o aquello, lo que ocurra está bien. Obviamente, el presidente ya debe revisar su discurso.

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Los opinadores —y ahora todos los somos a través de redes sociales— calificaron la situación como Estado Fallido. Es excesivo aceptar tal diagnóstico, como es excesivo rechazarlo, y no sólo por este operativo, sino por los 40 mil desaparecidos y los 26 mil cadáveres sin identificar, las múltiples fosas clandestinas y la violencia delincuencial por aquí y por allá. Cuidadosos con el lenguaje, los encargados de la seguridad en el país matizaron: no, no es Estado Fallido, es sólo un operativo fallido.  Pero queda la duda, cercana a la certeza, de que todo falló, el operativo y el Estado.

El Estado, según las definiciones de los juristas es “la organización jurídica de una sociedad bajo un poder de dominación que se ejerce en determinado territorio”. Y se sabe —¿se sabrá?— que al Estado lo componen la población, el territorio y el poder político. Cuando en las pintas callejeras se suele escribir que “fue el Estado”, se confunde a éste con uno de sus elementos: el poder político y sus órganos de gobierno.  Simplificando, hay que indicar que si hay Estado Fallido es porque somos una sociedad fallida en asuntos de ley.

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Si lo ocurrido en Culiacán fue o no fallido, ni caso tiene analizarlo. Lo fue. El asunto es saber qué debe ocurrir ahora. Es tan revisable el gobernante que piensa “El Estado soy yo”, como lo es el ciudadano común que piensa “El Estado no soy yo”.  Se ha dicho que el presidente de la República debe replantear su estrategia, y parece que sí lo necesita, pero hemos llegado a tal grado de “Estado Fallido” que todos los mexicanos debemos replantearnos nuestras actitudes y nuestras acciones diarias. También nosotros somos el Estado.

Las fiestas familiares ambientadas con narcocorridos, la mezquindad económica e ideológica de los grandes empresarios, la hipocresía eclesial, el abuso machista, la indiferencia ante la degradación medioambiental, la demagogia política, la glorificación de los sicarios, etcétera, etcétera, nos pintan como Estado, como sociedad organizada bajo un orden jurídico, bajo reglas que permiten distinguir bien de mal. ¿Somos congruentes al respecto?

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El gobierno federal se excedió en prudencia —una prudencia tardía, pues la debieron tener antes de iniciar el operativo referido—, pero también el tal Ovidio y su familia se excedieron en uso de fuerza, en soberbia. Ambos bandos tendrán costos. Al criminal le conviene pasar inadvertido, ser invisible, y Ovidio no lo fue. El colmo de la exhibición fue el agradecimiento familiar al presidente López Obrador, lo que ya fue una burla al mandatario y a la sociedad.

Por lo demás, en nada importa lo que digan Calderón o Fox, o quien sea que lo haga de manera política partidista. Este asunto es social, y es un asunto de vida o muerte.

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