Por: David Chávez Camacho.
Autlán de Navarro, Jalisco. 30 de diciembre de 2019. (LF).- El año que termina fue extraordinario, tras décadas de neoliberalismo impune. Las sociedades ya recordaron que son sociedades y que no todo puede ser percibido exclusivamente como negocio. Con ello recordamos que la historia no llegó a su fin, como decían los profetas del Mercado, y que en el caso de que así hubiese sido, terminar y volver a comenzar es precisamente historia.
Lo que acabó es la idea de progreso con final feliz seguro, aquella que podríamos llamar ideología de electrodoméstico. Pensemos en los abuelos y bisabuelos, quienes vivieron la época de la comodidad descubierta y adquirida a crédito de la lavadora y del refrigerador, de la aspiradora y del horno de microondas, que como anuncio publicitario se suponía anunciaban un futuro prometedor de paraíso eléctrico.
Esa imagen de papá, mamá, hijos y perrito en una casa amueblada, como estampa de calendario comercial, ilustraba una especie de divinización de la economía y de su sirviente la política. Según tal idealización, había caminos seguros por los que transitaba la “gente de bien”, que derivaba en una situación estable y reconocida. En congruencia, el sueño de los padres era que sus hijos ingresaran a la Universidad, se licenciaran y, tras titularse con felicitaciones y lagrimitas familiares, se emplearan de manera automática e inmediata.
Con el modelo de familia tal, que ahora no es único y que en este texto se propone como símbolo de la sociedad tradicional, se ignoraba una variable que en realidad es ley: uno de los hijos se llamaba Abel y el otro Caín. Con el neoliberalismo, ese exceso de autonomía de lo económico, del Mercado, en una cultura de “todo se vale”, el esforzado y honrado Abel recibió un golpe de codicia y terminó bajo embargo ejecutado por el banco Caín y Cía., sintiéndose además culpable de no ser exitoso.
Cuando Abel fue con Dios-Estado, éste se hizo el desentendido, convertido en Padre Ausente que desmanteló las instituciones, y en pieza de museo. De hecho, Caín se había convertido en presidente del paraíso y el ángel con su espada estaba ya a su servicio. Abel tuvo que cruzar los muros hacia el desempleo, la marginación y la informalidad. Por supuesto, luego le asaltaron, ya que el crimen se patrocinaba desde el poder de Caín, como un negocio más.
Habiendo perdido toda compartición de poder, a Abel sólo le quedó el amor, así que se multiplicó y tuvo un hijo al que aquí identificaremos caprichosamente como Joker. A éste no le resultó fácil, sino muy difícil, de hecho, imposible, volver al camino tradicional, porque la tradición ya había sido socavada por Caín y su propaganda de “todo se vale”.
Abel murió desahuciado en una cama del Seguro Social sin ni siquiera algodón, y el pobre Joker fue mal visto, desconocido, agredido, ignorado, y cuando sintiéndose mal, inadaptado, perturbado, acudió a una institución pública como el IMSS, donde se le dijo que no había presupuesto para atenderle ni pastillas para olvidar, sintió la rabia y el resentimiento suyos y de Abel, y un día descubrió que podía ser violento y sentir que existía. Se le vio en Chile, luego en Ecuador, en Argentina y en México, destrozando la decoración que disfrazaba de desarrollo a la inequidad.
Mi deseo de Año Nuevo es que la sociedad, nuestra sociedad, nosotros, salvemos en 2020 al Joker.
MV/ME