David Chávez Camacho reflexiona la incertidumbre que la violencia provoca en México y América Latina, cuestionando códigos morales universales.
Por: David Chávez Camacho
Autlán de Navarro, Jalisco. 11 de noviembre de 2019. (Letra Fría) Joker, el personaje de la célebre película, ha resultado cada vez más inquietante. Lo es hacia dentro del cómic, porque ridiculiza a Batman, el guardián de un orden que pareciera ser ya más que un vacío entre signos de interrogación. ¿Cuál orden?
Y es inquietante también hacia afuera, en la realidad, convertido en símbolo detonante de un generalizado estado de incertidumbre, desamparo, frustración y enojo. Se le ve en Chile, como disfraz de quien encabeza marchas. Recuerda al Charlot de Chaplin, con las diferencias evidentes entre épocas. Hay que notar que los símbolos callejeros para protestar en nuestro tiempo no son Jesús, Zapata, el Che, etcétera, sino un payaso maltratado y enloquecido.
Imaginen a Batman; ¿qué orden podría defender? Porque obviamente no existe orden en México, donde mujeres y sus hijos son masacrados, “haiga sido por lo que haiga sido”, o donde hay 43 mil desaparecidos y 26 mil cadáveres sin identificar. Quizá en Estados Unidos exista un orden, en términos de cómic, gobernado por alguien como Donald Trump; pero hablamos de la realidad.
Lo que inquieta entre todo esto es la incapacidad actual de acordar socialmente la validez de una fuente de reglas morales. Tales fuentes existen, por supuesto; llenan bibliotecas enormes con profundos sentimientos y razones, incluso de carácter político y económico. Sin embargo, hacemos como que no existen, como que no valen.
Es de notar que un personaje del cómic salta al mundo real. Pareciera que ya no nos reconocemos en la percepción de la realidad ni en la razón escrita, sino solamente en la tecnología y en los poderes que dispone. Somos los X-Men con telepatía portátil en nuestros celulares o destructores con armas adquiribles en la tienda de la esquina.
El asunto es que estos poderes tecnológicos nos hacen saltar psicológicamente de la realidad al cómic, como los niños confundidos que saltan de la azotea vistiendo capa. El problema es que no hay cómic sin antihéroes.
Esto no se trata de las historietas, que es de desear que aún sean consideradas ficción. El tema es que, al parecer, en la realidad no tenemos idea alguna de cómo ponernos de acuerdo en algunos valores universales que todos debemos respetar. No matar, por ejemplo, es un valor universal que pareciera resultar indiferente en nuestra época. Se mata como si nada.
En materia económica, que bien puede ser la base de todo orden, las cosas pintan peor. El empleo, si se tiene, resulta ahora más importante que la vida, y el empleado es convertido en poco menos que una máquina desechable. A eso es a lo que se refieren quienes denuncian al neoliberalismo, es de suponer.
Necesitamos, pues, redescubrir lo moral, quizá reinventarlo. La dignidad humana está en juego y es un asunto de vida o muerte. No es una realidad sólo planetaria, sino de aquí, entre nosotros, en México, en Jalisco, en cada municipio, en cada comunidad. Es nuestra realidad y nadie la resolverá sino nosotros.
Pero, bueno, en Autlán ni siquiera se puede resolver el problema de la basura. ¿Cuál orden?, pregunto.
LL/LL
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