Este lunes, David Chávez Camacho reflexiona en torno a el funcionamiento de las sociedades y cómo es que lo que afecta a unos cuantos, también tiene consecuencias en el resto.
Por: David Chávez Camacho
Autlán de Navarro, Jalisco. 25 de mayo de 2020. (Letra Fría) La pandemia, este asunto biológico y de opinión pública, ha llevado a la humanidad a imaginar una “nueva normalidad”. El concepto es típico de la forma en que los seres humanos pensamos, siempre desde la memoria, el único contenido del pensamiento.
Por eso nos resulta difícil imaginar otros modos de vida. Y por eso el pensamiento que toma forma en el lenguaje se expresa en tal concepto, “nueva normalidad”, pues sólo acepta lo “normal”, y lo “anormal”, que es lo desconocido, lo interpreta como miedo y terror.
Como sea, es lo que hay: memoria, y con eso tenemos que vivir. Así que vale la pena revisar la memoria y saber qué nos sirve y qué no para vivir mejor.
Un asunto que nuestro pensamiento ha redescubierto en su contenido es que somos una sociedad, y que tal condición social nos convierte en una especie de organismo, uno sólo, de tal forma que si a uno le va mal, le irá mal a otro. Si se enferman los chinos de un brote epidémico, por muy lejanos que nos parezcan, es posible que cualquier otro pueblo del mundo se vea contagiado, y viceversa.
Lo mismo aplica dentro de toda sociedad o comunidad. Si hay quienes viven en pobreza, con enfermedades, con violencia, etcétera, tarde o temprano ello afectará a toda la sociedad. Eso fue lo que la pandemia de COVID-19 vino a recordarnos.
De ahí que resurja el tema de la solidaridad humana, y no por efecto de una u otra ideología, pues no hace falta ser de izquierda y mucho menos ser de derecha para observar lo obvio: sin solidaridad no hay sociedad viable.
Es, como se ve ante lo ocurrido con el SARS-COV-2, un asunto de vida o muerte. No es viable o sustentable, como se dice, ver al vecino o al prójimo en la miseria y hacer como que no se sabe que los efectos que sufre tarde o temprano afectarán a todos.
Lo anterior es evidente no sólo en materia de salud, sino en todo ámbito. Por ejemplo, el de la seguridad. Los estudiosos de lo penitenciario saben que por todo el mundo, con las diferencias previsibles entre países y culturas, un 70 por ciento de los delitos cometidos por personas privadas de la libertad son patrimoniales y tienen causa económica.
No hay detrás de esta obviedad ningún argumento ideológico, ni siquiera moral, sino la evidencia práctica de que somos una unidad biológica y cultural, aún en la diversidad superficial que nos ilusiona en diferenciarnos nacional o racialmente.
Desde hace siglos somos psicológicamente los mismos, asustados por un relámpago. Es efectivo reconocer nuestra vulnerabilidad y recordar que, si hemos sido fuertes a lo largo de nuestra larga historia, es porque hemos sabido organizarnos y tener sentido de comunidad.
El pandémico año 2020 ha marcado un antes y un después en la historia humana. Cuando pronunciamos la frase “problemas y riesgos a la salud de la comunidad”, sabemos que no referimos un asunto hipotético.
El “antes” ha sido un largo y sinuoso camino para la humanidad, nos toca ahora a nosotros asegurarnos de que haya un “después”.
LL/LL
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