Crónica | La incertidumbre de volver a casa

(Foto: especial)

Jessica González es una universitaria tapatía que estudia un posgrado en Badajoz, España. Su estancia en el país europeo coincidió con el brote de COVID-19, que ha golpeado duro a múltiples naciones alrededor del mundo, pero en especial en el Mediterráneo. Con el pasar de los días, el dinero se agota para Jessica, que desconoce el futuro que le espera, tanto a ella como a su país de origen.

Por: Esther Armenta

Autlán de Navarro, Jalisco. 13 de abril de 2020. (Letra Fría) La tarde en que el miedo apareció, no hubo manera de echarlo. La primera manifestación de su arribo estuvo en la vibración de los móviles sobre la mesa, pero las ondas de alarma no fueron suficientes para llegar a Jessica González, quien mantuvo un lugar en el asiento hasta después de que la incertidumbre se manifestó en dos mujeres españolas sentadas en el mismo restaurante que ella. Desconcertada por lo que sucedía, la mujer de rubios teñidos quiso obtener una respuesta de los gritos y la salida inesperada de los comensales, pero la réplica no llegó en ese momento. 

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Jessica no recuerda lo que comió durante la merienda en su visita a Marruecos, pero sabe con claridad que las emociones sentidas aquel 11 de marzo no se irán. Después de abandonar el lugar bajo la insistencia de mensajes que le advertían el peligro, hubo que buscar una nueva salida: la que la llevara del país africano a su casa temporal en España. 

En la búsqueda de una frontera abierta, la estudiante de posgrado en Marketing siguió indicaciones junto con otras tres personas. Regresar a España era una opción casi desvanecida por la sensación de que las aguas del Estrecho de Gibraltar se alzarían y se los tragaría de una vez por todas; pero aquello era una escena imposible, la ola gigante que mentalmente perseguía a Jessica no existió. En su lugar, el terror fue causado por el enemigo mundial que ha pasmado la vida del mundo: el coronavirus

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Cruzada la frontera y de vuelta en tierras europeas, el miedo ganó terreno. Se extendió por las carreteras durante 48 horas, por los más de 200 kilómetros que separaban a los viajeros de sus hogares en Badajoz, España. Por dos días quedaron varados en Sevilla, ciudad a la que habían logrado llegar desde su huida de Marruecos. La búsqueda de autobús, avión o persona que les llevara hasta su destino era casi nula; el estruendo de la gran ola persiguiéndolos seguía ahí, en forma de cansancio y angustia. 

El 13 de marzo, ya en la ciudad que desde febrero de 2020 se convirtió en su hogar, la gran ola alcanzó a Jessica. Sin oportunidad de refugiarse, le reventó en el cuerpo; lágrimas de agua salada quemaban sus mejillas hasta anegarla por completo. Semanas atrás había atestiguado cómo el miedo invadió la vida de dos de sus compañeras de piso provenientes de Italia, el país que para el 20 de marzo ocupaba el primer lugar en defunciones causadas por el virus con 4 mil muertes.

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Cuando regresó, todo había cambiado. Salir a hacer la compra, como dicen los españoles, o a hacer el mandado, como dice la tapatía de 27 años, es una rutina casi militarizada en donde se castiga el  no mantener al menos un metro de distancia entre personas y andar en la calle sin razón justificada. El estilo de vida  limitado a cuatro paredes parecía exclusivo de Italia e inconcebible en la comunidad autónoma de Extremadura, hasta hace unas semanas. Ahora, con 152 mil 474 personas infectadas de COVID-19, la cuarentena se prolonga hasta el 26 de abril en toda España. 

Siete horas de diferencia con México y detrás de su monitor, Jessica cuenta cómo uno de los viajes más esperados en su vida académica terminó por convertirse en un confinamiento lejos de su familia y cerca de la duda.

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“Yo tenía ganas de conocer otros lugares porque las distancias son muy cercanas y cualquier lugar es muy bello, pero ya si a estas alturas no voy a poder viajar, pues ni modo, no me resulta tan importante, las cosas así se dieron, no hay otra cosa que pueda hacer pero no quisiera irme en un momento justo cuando todo sea peligroso”.

Antes del brote de COVID-19 en Europa, Jessica tuvo la oportunidad de visitar Lisboa.

El esfuerzo por permanecer en casa y seguir las clases en línea, es problema minúsculo  en la vida de la estudiante en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Extremadura. El gobierno mexicano le ha dicho que este año no habrá apoyos financieros para estudiantes en el extranjero como lo habían prometido a través del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), pese a que meses antes la notificación confirmaba que recibirían el apoyo ella y al menos otros 120 mexicanos dentro y fuera de territorio mexicano. 

Con calma, la mujer varada en una nación que no es la suya, recuerda que eran las dos de la mañana cuando recibió el correo electrónico. Esa noche no pudo dormir, pero no estaba sola, el resto de estudiantes experimentaban el mismo vacío lleno de confusión, enojo, duda, miedo. Antes de volar a España, Jessica tenía 75 mil pesos prestados por su familia, en este momento su cuenta bancaria posee menos de la cuarta parte del dinero, pero le sobran dudas y miedo, el temor de volver a casa con la cuenta vacía. 

La próxima vez que tome un avión será el 21 de julio con destino al país de origen, y aunque 102 días la separan del arribo, sus pensamientos toman la delantera al viaje. En su cabeza despegan preguntas sin que logren aterrizar las respuestas, mientras la institución y la Universidad de Guadalajara, escuela de procedencia, le dan una resolución definitiva a la incógnita de cómo sobrevivir con los pesos que le quedan. Le ha planteado su situación al casero de su piso, el que le aseguró que el pago puede esperar hasta resuelto su conflicto, pero Jessica debe cubrir servicios de luz, internet y alimentación; tan solo esta última le consume de manera semanal 800 pesos mexicanos, casi 32 euros.

En este viaje las cuentas traspasan el valor material, su costo ha tocado las fibras emocionales de quienes se resisten a aceptar que el apoyo no llegará, por eso escriben una carta de 16 páginas dirigida a María Elena Álvarez-Buylla Roces, directora general del CONACYT, con quien buscan encontrar una explicación que solucione el problema; pero hasta la fecha no hay respuestas. Los más de 100 mil pesos prometidos podrían nunca llegar.

Durante su espera, los mexicanos en el extranjero deberán vivir y revivir la pandemia; la primera bajo su piel y desde las latitudes en que se ubican; la segunda será narrada por su familia y amigos a la espera de que con ellos, todo vaya bien.

Con el rostro pixelado y la voz clara, Jessica González, todavía en la pantalla, describe cómo la tristeza predomina cuando visualiza a México enfrentándose con el COVID-19. “Es triste, muy desesperante” dice, sus emociones se canalizan en la lapicera verde que sostiene en su mano izquierda y a la que no deja de presionar el émbolo, luego se justifica y termina contando que es difícil “porque no hay algo mínimo que puedo hacer, solo tratar de hablar con las personas que conozco, pero el pensamiento colectivo no los hace ver la realidad y piensan que por estar lejos no llega (el virus).”

La familia de Jessica tiene una tienda en Guadalajara, Jalisco. De no tomar las precauciones necesarias, la vida familiar podría reventar. “Me preocupa mi abuelita”, lanza desde Badajoz, a 9 mil 104 kilómetros de su abuela. Tiene 90 años, lo que la incluye en el grupo vulnerable — ancianos, diabéticos, hipertensos y obesos—, además, acepta que la mayoría de sus tíos también superan los 60 años y viven también en Jalisco, el estado que al 9 de abril confirma 139 casos positivos de coronavirus y 8 defunciones provocadas por la enfermedad respiratoria.  Hasta el viernes 10 de abril hay 3 mil 441 mexicanos enfermos de coronavirus.

Visto desde sus ojos, la emergencia sanitaria se visualiza desde el pasado, por lo vivido en España, y en el presente por la manera en que avanza en México, en donde dice no entender por qué las personas no siguen las recomendaciones que preservarán la salud de los suyos. 

“No sé por qué se lo toman así pero hasta donde yo sé algunas personas están haciendo caso y otras no,  para nosotras es aún más preocupante porque no sabemos qué va a pasar en un lugar donde están viviendo algo que ya vivimos hace semanas y no están tomando las precauciones necesarias, no sabemos hasta dónde va a llegar y esa es una de las razones por las cuales no queremos regresar.”

Es cierto, Jessica y el resto de becarios no quieren regresar a México, dicen que el traslado vulnera sus cuerpos y la salud de sus paisanos cuando lleguen al destino, por eso buscan que el CONACYT pueda financiar su estadía, la que les habían asegurado y hoy es arrebatada sin preámbulos. 

LL/LL

*Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente. Se prohíbe su reproducción si es con fines comerciales.

Periodista egresada de la Licenciatura en Periodismo en el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara. Afinidad por el periodismo de investigación, narrativo y derechos humanos. Fue co conductora de Matutino LF. Reportera en Letra Fría desde de mayo de 2019 hasta febrero de 2022.

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