Crónicas al Estremo | No nos están haciendo ningún favor

En esta ocasión, Sebastián Estremo denuncia la explotación laboral a la que son sometidos los trabajadores en tiempos de crisis y llama a exigir condiciones dignas, que son un derecho que todo empresario debe garantizar a sus empleados.  

Por: Sebastián Estremo

Autlán de Navarro, Jalisco. 22 de junio de 2020. (Letra Fría) En octubre de 2018, personal de la editorial Edimend S.A. de C.V. me contactó para que realizara uno de esos famosos bomberazos. Querían 27 mapas en 10 días para unos libros de texto. Naturalmente no había contrato de por medio y el trabajo no era muy bien pagado. Sin embargo acepté (no es tampoco como que abunden estas oportunidades para alguien que es cartógrafo por su cuenta). Cumplí con los requerimientos en el plazo establecido. Acordamos que una vez que emitiera mi factura tardarían entre 30 y 90 días para hacerme el depósito. Recibí el pago casi diecisiete meses después, en marzo de 2020.

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Para que esto ocurriera tuve que presionar durante meses por teléfono y por correo. Incluso contraté a una abogada. Fue solamente hasta que se dieron cuenta de que la situación podía escalar en su contra que se apresuraron a hacer el depósito. ¡Que no me vengan a contar cuentos chinos de que una editorial tarda un año y medio en juntar 10 mil 296 miserables pesos! Pese a los malos tratos por parte de algunos, traté de ser paciente con los empleados de la sección de pagos, por la simple razón de que son empleados. No son ellos los que me debían el dinero ni tampoco dependía de ellos que me llegara. En una de esas a ellos también les adeudaban, ¿cómo saber? No hay que desquitarse con quien no la debe. Durante el frustrante proceso escuché de todo, pero hubo algo en particular que se me quedó grabado en la cabeza; palabras más, palabras menos, el mensaje era “no se preocupe, nosotros sí pagamos”. ¡Uy, gracias! ¡Qué generosos! ¡Faltaba más!

En aquel tiempo me puse a charlar con otros colegas del gremio para entender mejor a qué me estaba enfrentando. Escuché varias historias de proyectos cancelados de última hora y adeudos prolongados: tres meses, seis meses, el máximo eran doce meses. Pero al parecer yo rompí el récord. Resultó claro que es el modus operandi de esta editorial. De esta y de muchas otras empresas que se aprovechan de la precariedad laboral para hacerse los que la virgen les habla. Es raro el caso de alguien que demande por una cantidad tan nimia (en términos laborales) como poco más de 10 mil pesos, aunque para muchos ese dinero pueda representar una gran diferencia: una renta, una deuda, el gasto diario… Si uno decide hacerse de asesoría jurídica una parte invariablemente se irá para el abogado, por lo que generalmente más bien vale la pena esperar. Los dueños se arriesgan poco y así pueden seguir operando por años. Ellos sí, autoasignándose su jugoso cheque cada quincena. En fin… La sorpresa me llegó cuando una compañera, que antes ya había trabajado con ellos, me repitió el mismo mensaje que había escuchado antes: “lo bueno es que ellos si pagan”.

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¡Basta! ¡Un poco de dignidad, caramba!

¿Cómo que lo bueno es que ellos sí pagan? ¿Entonces ahora uno debe de estar agradecido con ellos? ¿Pues es lo menos que pueden hacer, no? Contratan a alguien para que realice una actividad, acuerdan las condiciones, entre ellas el monto (que usualmente es más bajo de lo que debería), ese alguien lo realiza en tiempo en forma. ¡Pues lo que corresponde es pagarle! Sin peros. Sin pretextos. Sin pretensiones de bondad.

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Durante ese año y medio desde Edimend me decían que tuviera paciencia (¡y vaya que la tuve!) por la situación económica que atravesaban, que por eso no me podían pagar. Seguro a muchos de ustedes les habrán dicho algo parecido. ¿Y uno qué culpa? Si no son capaces de cumplir un compromiso, aun teniendo la sartén por el mango, pues no los hagan. ¿Acaso los empresarios se tientan el corazón con sus empleados cuando surge alguna eventualidad? ¡Por supuesto que no! Que se entienda: aquí no me estoy refiriendo ni a excepciones (que no son más que excepciones que confirman la regla) ni al compadre que por azares de la vida tiene una tienda de abarrotes y un día te hizo el favor de emplear a una de tus hijas para que desde chica se vaya haciendo de su propio dinerito para sus gastos. Estoy hablando de escalas más grandes. De los peces gordos que tan solo con dar la orden pueden definir el futuro de cientos, miles o hasta millones de personas. Busquen la lista de las personas más ricas de México, de su estado, a veces incluso hasta de su municipio. Me estoy refiriendo a ellos, a ese tipo de personas.

El escándalo en el que se vio inmiscuido Salinas-Pliego en meses recientes ejemplifica a la perfección lo que estoy hablando. Los trabajadores de sus tiendas de raya se han visto obligados a presentarse a laborar con todo y emergencia sanitaria. Grupo Salinas no está dispuesto a perder un centavo, aunque eso le pueda costar la vida a miles de individuos. Trascendió en los medios el discurso de varios directivos de Banco Azteca con sus trabajadores en el que, además de amedrentarlos con posibles afectaciones a su sueldo si es que hablaban mal de la empresa, se les exhortaba a “dar gracias a Dios porque tienen trabajo”. Otra vez. Como trabajadores no nos caería mal una pizca de dignidad y no tragarnos tan pronto estos discursos baratos. Aunado a esto no me dejarán mentir; en una empresa, la sección de “Recursos Humanos” suele ser de todo menos “humana”. De hecho, ese mismo concepto es muy revelador, el ser humano como “recurso”, como si fuéramos cosas. ¡Y es que sí! Bajo el capitalismo los trabajadores somos precisamente eso, cosas desechables: mercancías. Para prueba los fallecidos por COVID-19 en las maquilas del norte del país. Nadie debería morir por tener que ir a trabajar.

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En los últimos años se han publicado varios estudios académicos y artículos periodísticos serios que muestran que México es de los países de América Latina donde más horas se trabaja a la semana. También señalan que con el paso de los años el salario mínimo cada vez alcanza para menos cosas. Si a eso le agregamos las horas de traslado que acumulan los trabajadores en las grandes metrópolis del país, el mexicano básicamente vive para laborar y percibir bajos salarios. ¿Dónde está el progreso? Me da la impresión de que la gente de a pie no lo ve muy claro que digamos. Los grandes empresarios nacionales e internacionales que presumen de invertir en el país y de generar fuentes de trabajo no solamente se enriquecen a costa de la necesidad de gran parte de la población, sino que además sus actividades usualmente implican la destrucción del entorno, el agotamiento y/o contaminación de las fuentes de agua, el envenenamiento del aire, el desalojo y despojo a comunidades. Las grandes industrias “generadoras de riqueza” producen mercancías que no van acorde con las necesidades de las personas, otras veces sí responden a estas, pero son de tan baja calidad que más bien ponen en riesgo la vida (desde la industria refresquera o de comida chatarra hasta las inmobiliarias que construyen a muy bajo costo y lucran con la especulación mientras miles duermen en las calles).

Pero vaya, de esto se ha hablado mucho y no estoy descubriendo el hilo negro. Hay algo más. Algo mucho más importante de fondo. Es una obviedad enorme, pero es tan grande que se nos ha olvidado. O mejor dicho han hecho que se nos olvide: los seres humanos no venimos a este mundo a trabajar. Al menos no para enriquecer a alguien más. Si hemos de trabajar que sea para producir el bienestar común, para satisfacer las necesidades reales de las personas, para que nuestro trabajo sea también una fuente de crecimiento personal y no el motor de la alienación.

Hay una consigna dentro de la esfera política anarquista que es muy polémica para muchas personas. Dicen: ¡Nosotros estamos contra el trabajo! Otros responden: ¿Pero cómo? ¡Si gracias a mi trabajo vivo y alimento a mis hijos! Que se entienda. Esta consigna se opone al trabajo asalariado, al trabajo como instrumento de explotación que va contra toda idea de bienestar y cooperación humana, no al trabajo como actividad creadora. Claramente hay personas que disfrutan de realizar las actividades de su empleo. Pero ese no es el punto, la crítica es contra la estructura laboral, contra la idea de producir para satisfacer las necesidades del mercado y no las de la sociedad. No es la actividad por sí misma la que determina la explotación sino la forma en la que se organiza quién y cómo se deben llevar a cabo estas actividades. Gracias a estas ideas críticas es que los mártires de Chicago pusieron el primer ladrillo para la consecución de demandas laborales mínimas de las que (con todo y limitaciones propias de nuestros días) nos seguimos beneficiando hasta hoy: el límite de trabajo de ocho horas, vacaciones pagadas, seguridad social, entre otras. Estas conquistas que conmemoramos cada 1 de mayo parten de esta premisa tan básica, de que nuestro valor como personas no se reduce a nuestra productividad. ¡Somos más que nuestro trabajo!

“El trabajo mata”, Catania, 2019 (Foto: Sebastián Estremo),

Estas ideas influyeron en grandes revolucionarios de todo el mundo y prendieron la llama de importantes movimientos sociales que mejoraron las condiciones de vida de millones de personas. En México tenemos el claro ejemplo de los hermanos Flores Magón, o la huelga de Cananea. En Ucrania se dio la revolución campesina de la Makhnovtchina liderada por Néstor Makhno que combatió la opresión de los grandes terratenientes. En Italia, le mondine, las trabajadoras en los campos de arroz, inspiraron mucho del movimiento antifascista del país que cobraría tanta fama décadas más tarde. La célebre canción Bella Ciao tiene sus orígenes en los canti di risaia, como se le conoce a toda la tradición musical que compusieron estas campesinas (de cierto modo con un concepto muy parecido al del corrido). Los planteamientos críticos a la explotación laboral siguieron permeando la mente de millones de personas durante todos estos años. Algunos como Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, dos obreros italianos que laboraban en la costa este de Estados Unidos y que hacían trabajo político, fueron incriminados por un crimen que no cometieron y condenados a muerte por el gobierno estadounidense por sus ideas subversivas. Hubo una época en que directores de cine italianos recuperaron y narraron gran parte de las vivencias de la clase trabajadora, vivencias válidas hasta el día de hoy: I compagni de Mario Monicelli, Sacco e Vanzetti de Giuliano Montaldo, Riso amaro de Giuseppe de Santis y un largo etcétera. Lastimosamente poco a poco esta tradición cinematográfica cada vez es más escasa.

A veces pareciera que no es solamente el cine el que va en picada. Todo este ímpetu parece estarse desvaneciendo. Son pocos los procesos políticos organizados que van más allá de movimientos de resistencia coyunturales. La Revolución del Rojava en el Kurdistán y los procesos del EZLN son dos excepciones, aunque viven permanentemente amenazados. Por poner un ejemplo fresco y tangible de esta crisis social, hace no mucho los jugadores del Veracruz de la liga de futbol mexicana exigieron con una acción simbólica (ni siquiera con una huelga) que les pagaran meses de adeudos de su trabajo. ¡De un trabajo que ya habían realizado! Un caso que dicho sea de paso es recurrente en nuestra poderosísima liga. Tristemente no faltó aquel que, amparándose en los pobres resultados de los escualos, se puso del lado de Fidel Kuri, del lado de los dueños. Y más lamentable aún fue la nula solidaridad gremial resumida en la persona de Ricardo “Tuca” Ferretti que animó a su equipo a boicotear el acto simbólico de sus compañeros de profesión. Esquiroles les llaman. Pero bueno… esa es otra historia que desarrollo más a fondo en otro texto de mi columna (“Lo más importante de lo menos importante”).

No hay sociedad más enferma que aquella que ha normalizado la explotación, no hay trabajador más derrotado que aquel que se pone del lado de personajes como Salinas-Pliego, que en plena pandemia ha demostrado como es que se llega a ser multimillonario. Los Simpson hacen una muy buena parodia de esto: “No me hice rico firmando cheques” dice Bill Gates (“El autobús de la muerte”, episodio de la novena temporada). Llegamos al punto donde la necesidad de las personas, el conformismo y la poca perspectiva de un futuro mejor nos hacen decir: agradece que tienes un trabajo. Lo bueno es que ellos sí pagan. Estoy muy agradecido porque me dan mi dinero a tiempo; porque me dan mi hora de comida; porque me dan mis prestaciones; porque este año sí me dejaron tener mi semana de vacaciones; porque tengo seguridad social. ¡Dejemos de minimizar la explotación! ¡Dejemos de ver como seres magnánimos a aquellos que nos dan solamente lo que nos corresponde! ¡Dejemos de sabotear a los que pelean por lo suyo! ¡Dejemos de conformarnos con miserias! ¡Dejemos de estar agradecidos! Nada de eso. Solamente tenemos una vida y nos la estamos gastando en el trabajo. No nos están haciendo ningún favor porque el tiempo no vuelve ni perdona.

LL/LL

*Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente. Se prohíbe su reproducción si es con fines comerciales.

Sebastián Estremo nació en la Ciudad de México en 1991. Es Licenciado en Geografía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y Maestro en Estudios de Asia y África con especialidad en Medio Oriente por El Colegio de México, se desempeña como cartógrafo y profesor particular de turco y de francés.

Apasionado por la historia, la geografía y los idiomas ha emprendido diversos viajes por México y el mundo recopilando las historias de vida de las personas que se han cruzado por su camino. Su género preferido es la crónica y su inspiración el periodista polaco Ryszard Kapuściński.

Ha publicado crónicas de sus viajes por el Kurdistán en medios independientes y artículos periodísticos y mapas en medios electrónicos.

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