Doña Lidia y su jamaica orgánica 

Doña Lidia se define como ama de casa y una mujer dedicada a la siembra. Dejó su rancho en Apulco para mudarse a El Limón. Ahí vive desde hace casi 18 años y produce -desde hace al menos cinco años- jamaica orgánica, la más buscada en los municipios cercanos.

Foto: Mayra Vargas / Intervención gráfica: Jengibre audiovisual.

Por: Mayra Vargas | #NoSomosVíctimas

El Limón, Jalisco.- Desde los 11 años de edad, Lidia Araiza Guerrero supo que tendría que enfrentar la vida sin su mamá ni su papá. Fallecieron justo en su niñez. A partir de ese momento una pareja decidió hacerse cargo de ella, la criaron y le enseñaron lo básico del campo, a sembrar jitomate, chile y maíz. Hoy, doña Lidia, como le dicen las personas, tiene 67 años y recuerda con cariño a quien llama “mamá Chana” y su esposo, que también dejaron este plano hace 25 años.

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Doña Lidia se define como ama de casa y una mujer dedicada a la siembra. Ella dejó su rancho cerca de Apulco en el municipio de Tuxcacuesco para irse a El Limón, declarado como el primer municipio en transición agroecológica de México. Ahí vive desde hace casi 18 años y produce -desde hace al menos cinco años- jamaica orgánica, la más buscada en los municipios cercanos. 

Ella vive con su esposo y dos de sus hijos, además de un nieto que está con ella desde pequeño y que ahora tiene 22 años. En su niñez, su mamá Chana le dio un consejo. Le dijo que era importante que ella cuando cumpliera 15 años aprendiera a trabajar la tierra “a echar algo en el llano”, para que no tuviera que depender del hombre con quien se casara. 

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Mamá Chana le dio a Lidia el mensaje más valioso que aplicaría durante toda su vida: trabajar y ser independiente: “Ahí me enseñé yo, con el señor y la señora… una escarbando y la otra echando la semilla de maíz o de jitomate, de lo que sea, y después pensé: Eso que me dice mi mamá Chana es bueno y ahí fue donde me enseñé y empecé a sembrar jitomate, chile, maíz y al último jamaica”. 

Además de sembrar, doña Lidia sabe hacer queso, requesón y panelas para autoconsumo. Cuenta que su mamá Chana tenía muchas chivas y que esa curiosidad que tenía cuando era niña le permitió aprender a elaborar esos productos lácteos. 

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Foto: Mayra Vargas.

Doña Lidia es una experta en la siembra y cosecha de la jamaica, por eso la mayor parte de su producción se va para una de las empresas más fortalecidas de la región: La Cooperativa de El Grullo, un supermercado que abastece a cientos de familias de municipios aledaños. Ahí la jamaica de Lidia se ha colocado como uno de los productos favoritos de los consumidores, es la más buscada y pronto se termina.

La jamaica de doña Lidia es tan buena que la buscan para llevarla a los Estados Unidos. “Jamaica me hace falta cuando la cosecho…vienen de una parte, vienen de otro lado, y sí se vende. Antes yo salía a vender en bolsitas, rancheando, pero ahora ya no necesito ranchear, ya se me vende sola”, cuenta emocionada. 

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Ella le apuesta a la jamaica porque dice que le da mayor producción que el maíz, pues hasta 800 kilos ha cosechado en una muy buena temporada. 

Además de la producción en el campo también tiene animales, al menos 80 gallinas y ocho chivas dependen de ella. Si le llega un apuro económico no duda en vender alguno de sus animales. Los huevos que producen sus gallinas son principalmente para autoconsumo, los demás los vende, pues hay personas de El Grullo y El Limón que le piden porque saben que las gallinas son alimentadas con puro maíz, que también produce doña Lidia, pero en menor escala. 

La delicadeza de producir jamaica orgánica 

“Yo lanzo la semilla, hago unos pocitos con una coa y le voy echando. Voy poniendo de 2 semillitas, de 5 semillitas y hay veces que me nace una o si llueve fuerte el agua se la lleva y tengo que volver a sembrar. El maíz es más fácil, va más honda la semilla y la jamaica no tanto, va encimita”, cuenta doña Lidia. 

Para la siembra se apoya de uno de sus hijos, pero para la cosecha de la jamaica tiene que contratar a al menos ocho o diez personas, pues el proceso es muy minucioso y se necesitan varias manos. 

La cosecha es todo un arte. Cada proceso es minuciosamente supervisado por doña Lidia para que la jamaica salga perfecta. Cuida desde el corte, que éste sea correcto; vigila surco por surco la recuperación de la semilla y cada aspecto necesario para tener una buena cosecha. 

“Los hombres están mochando la bellotita de la planta, y las mujeres sacan la semilla de la jamaica con un tubito. A mi me toca revisar que la mochen bien, que se vayan surco por surco. Hay otros que no saben y dicen que al cabo doña Lidia no ve, pero sí me doy cuenta”. 

Foto: Cortesía doña Lidia.

Además de la siembra y cosecha, hay algo que ella realiza antes de estos procesos, pide y confía en el buen temporal. Para ello realiza un ritual que le ha dado resultados: “Yo cuando voy a empezar me llevo mi palma bendita y la pongo, y luego me llevo una imagen que tengo allá de la virgen de Guadalupe y le rezo diario que llego, para que nos llegue la lluvia y que no nos falte el agua”, revela. 

Aparte de esta fe, que permite a doña Lidia no desistir en cada nuevo temporal de siembra, cuando ella está en la parcela, lista para tirar semillas de jamaica surco por surco, recuerda a su mamá Chana y al hombre que la crío junto a ella. “Me acuerdo mucho de ellos, hasta se me revelan… se me viene a la mente cuando me estaban enseñando y lo que me decía la señora:  Hay que enseñarte a todo, a echar unos jitomatitos, que se te vayan dando y ya tú vendes o te lo comes. Así que a ellos nunca los olvido”. 

Doña Lidia siguió el ejemplo de sus padres adoptivos: ella también llevó a sus hijos desde pequeños al campo, para que en su adultez pudieran tener esa autonomía y saber trabajar la tierra. 

*Esta publicación forma parte del proyecto #NoSomosVíctimas, de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie, financiado por la Embajada Suiza en México.

Créditos de todos los materiales generados para este trabajo:

Investigación y texto: Mayra Vargas.

Edición de texto: Carmen Aggi Cabrera y Mely Arellano.

Fotos: Mayra Vargas, Vianney Martínez y Jhoseline Ramírez.

Intervención gráfica: Jengibre Audiovisual.

StoryMapJS: Mayra Vargas.

Producción de videos: Jasmin Hurtado.

Mayra Vargas Espinoza es una periodista mexicana radicada en Guadalajara, Jalisco. Es coordinadora editorial del Noticiero Científico y Cultural Iberoamericano (NCC Iberoamérica), miembro del Consejo Editorial de Letra Fría y responsable del área de Investigaciones Especiales. Principalmente cubre temas relacionados con la ciencia, entre ellos medioambiente y salud, además de comunidades indígenas y derechos humanos. Sus trabajos se han publicado en medios locales, estatales, nacionales y de América Latina. Forma parte de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia y de Chicas Poderosas México. En 2015 ganó el premio especial James Rowe al periodismo de investigación, otorgado por el Foro de Periodismo Argentino, mientras que en 2020 ganó el Premio Estatal de Innovación, Ciencia y Tecnología de Jalisco, categoría de divulgación científica, con el proyecto colectivo del NCC Iberoamérica. Cursó el taller internacional de periodismo cultural y técnico científico, organizado por la RAI Italia, junto con el Centro Italiano di Studi Superiori per la Formazione e l'Aggiornamento in Giornalismo Radiotelevisivo de Perugia.

Recibió mención honorífica en el 2do. Hackatón de Periodismo Científico e Innovación, organizado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en Guadalajara, Jalisco, también en 2015.

Ha publicado trabajos en diversos medios como Aristegui Noticias, en la revista digital Votán MX y Zona Docs.

Desde 2017 es miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia (Red MPC), con sede en la Ciudad de México y es miembro activo del Capítulo Juvenil Costa Sur de la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco (BSGEEJ) desde junio de 2018.

Ganó el Premio Juventud 2019 en Autlán, Jalisco.

Periodista en Letra Fría desde 2013.

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