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¿Es tan terrible el lenguaje inclusivo?

¿Es realmente tan terrible el lenguaje inclusivo? ¿De verdad corremos el riesgo de destruir el mundo si escribimos “todes” y “niñes”? Carlos Efrén Rangel comparte algunas premisas de las que vale la pena partir.

Foto ilustrativa. Pixabay.

Por: Carlos Efrén Rangel | Un letrero en la Pizarra

Autlán de Navarro, Jalisco.- Ya han pasado las olas más grandes que los nuevos libros de texto han generado, y aunque en muchas escuelas de Jalisco ya están físicamente y se usarán a partir de esta semana que arrancó el ciclo escolar, la marea sigue alta y no se puede decir que sólo ha mojado al Gobierno Federal, sino pregúntenle al gobernador Enrique Alfaro. En fin, ya con más tiempo es posible saber que si bien las publicaciones tienen algunas fallas, el tema que más contrariedades ha generado, ha sido lo relacionado con la educación sexual que van a recibir los niños, sobre todo en materia de reconocimiento de la diversidad.

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La manera de abordar el reconocimiento, hay para quien es una imposición ideológica y responden enfocando sus cañones a distintos frentes, pero hoy me quiero referir a uno en particular que me es significativo, porque desde que empecé a pagar mis propias cuentas es la materia prima con la que trabajo: el lenguaje. ¿Es realmente tan terrible el lenguaje inclusivo? ¿De verdad corremos el riesgo de destruir el mundo si escribimos “todes” y “niñes”? Hay algunas premisas de las que vale la pena partir.

La primera es que un rasgo de vitalidad de cualquier idioma es que está en constante evolución, la prueba más palpable es que esta columna está escrita en español y no en latín, que es la principal raíz de la que formó nuestro idioma, y que al paso de los siglos se le han agregado palabras y expresiones de infinidad de lenguas y han desaparecido otras que dejan de ser relevantes. Digamos entonces que los cambios son inherentes y una buena noticia.

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La otra premisa y que desde mi punto de vista debe servir para bajar las neuras tanto a promotores del lenguaje inclusivo como a sus detractores, es que numerosos estudios reconocen que no es el lenguaje el que moldea a la realidad, es más bien al revés. El que en un libro de texto se escriba “Niñes” bajo ninguna circunstancia aumentará las estadísticas de personas que acudan al Registro Civil a escribir en su género la opción “No binario” y, por el contrario, el hecho de que en este momento ya es posible legalmente asumir ese género, obliga a que exista una palabra para nombrar una realidad que ya existe y para la cual, no había hace tiempo un concepto propio para definirla.

Ahí les van otros ejemplos de cambios: la palabra “celular”, hasta hace veinte años significaba lo relacionado con las células, un concepto absolutamente biológico. El mundo cambió y ahora esa palabra se refiere sobre todo el aparato en el que es más probable que usted esté leyendo estas líneas y yo le agradezca por eso.

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Ahora, tampoco es obligación hablar o escribir poniéndole una “E” al final de cada palabra, porque además la gramática del lenguaje inclusivo tampoco lo recomienda. Los verbos, los adjetivos, los adverbios, etc. se quedan igual y solo se cambia en aquellos sustantivos en que sea necesario remarcar la presencia de ambos géneros, o de la opción no binaria, dándole al lector la capacidad de leer de acuerdo a su realidad, ejemplo: hace unos días fui con mi hija a una cafetería y en el menú decía “hola niñe, ¿Qué te podemos servir?”, yo que soy un varón cisgénero leí “Hola niño, ¿Qué te podemos servir?” y mi hija leyó: “Hola niña…”. Es una de las mejores formas de leerlo.

Tampoco es obligatorio hablar como nos enseñó Vicente Fox: “mexicanos y mexicanas; chiquillos y chiquillas”, el desdoblamiento es otra alternativa para reconocer la realidad que es diversa y plural, ganando en exactitud, pero perdiendo en economía de palabras.

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A estas alturas, asumo que mis lectores ya identificaron que la respuesta que yo puedo dar a la pregunta que sirve para titular esta columna, es que no, no es terrible el lenguaje inclusivo, tampoco creo que sea una imposición, tampoco creo que quien lo habla es un tarado ni quien no lo usa es un cavernícola, es una opción que las personas pueden tomar o no hacerlo y que será su uso con el tiempo lo que habrá de regular u olvidar su aplicación.

En general, siento empatía por las causas que busca reivindicar el lenguaje inclusivo, pero tampoco me siento bien incomodando a mis interlocutores, desde la empatía puedo decir que no es mi batalla, o no tanto. Así que uso el lenguaje inclusivo sin tanta alaraca. Sobre eso ahí va el último ejemplo: esta semana mandaré a imprimir bien bonito una idea que me pareció motivadora y relevante para que mis estudiantes la lean en el salón todos los días y originalmente dice: “Si no estás dispuesto a aprender, nadie te puede ayudar; si estás dispuesto a aprender, nadie te podrá parar”, y para evitar el masculino genérico en realidad va a decir: “Si no tienes disposición a aprender, nadie te puede ayudar; si tienes disposición a aprender, nadie te podrá parar”.

Espero que nadie se ampare por eso. 

MV

Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestro en Educación Básica.

Actualmente es profesor de español en secundaria y de Maestría en la Unidad 143 de la UPN. Desde los 17 años ejerció como reportero y comunicador en radiodifusoras y periódicos locales en Autlán. Aficionado práctico de la literatura, la crónica taurina y las columnas de opinión.

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