Los días que corren en las escuelas son los últimos del ciclo escolar, el cansancio acumulado ya hace densas las jornadas y difícil la concentración, así que es necesaria la búsqueda de estrategias que, sin abandonar la misión de enseñar y aprender, hagan más pasaderos los días.
Para mis grupos de secundaria diseñé e implemento un proyecto en que escuchamos mucha música propuesta por los alumnos. Es decir, tenía previsto que Fuerza Regida, Junio H, La Santa Grifa, Bad Bunny y varios más del estilo fueran protagonistas, pero era una trampa: los puse a analizar las letras y algunas cosas interesantes ocurrieron.
La intención nunca fue perder el tiempo escuchando la música que a los adolescentes se les antojó, pero sí pasarla por el filtro crítico inicial de un semáforo de valores: en verde están las letras que dignifican a las personas, las acciones honorables con un lenguaje que se puede usar en cualquier espacio, y en rojo las canciones que normalizan la violencia, sexualizan a las personas, defienden delincuentes y romantizan las adicciones.
El resultado
Debo confesar que me sorprendió la facilidad y rapidez con que los estudiantes clasificaron las canciones en el semáforo. Lo que merecía el verde fue catalogado como verde y lo que merecía el rojo fue clasificado como rojo sin timidez. Nadie hizo ningún esfuerzo por justificar elegir canciones promotoras de violencia o que romantizan adicciones.
Eso rompió un prejuicio mío: la gente escucha canciones violentas sabiendo que son violentas. ¿Entonces, por qué las escucha?
El filósofo francés Michel Foucault estableció que la subjetividad, y con ello la personalidad, se conforma con la interacción dinámica de los discursos, las tecnologías y las prácticas de poder. En el contexto mexicano, los adolescentes, que están en el proceso de vida que implica construir su personalidad, perciben los corridos como un espejo de la realidad y no como una causa de hechos lacerantes.
Las letras de canciones que romantizan adicciones, normalizan violencia o sexualizan a personas —principalmente mujeres— presentan acciones de poder que son sinónimo de éxito. A esa conclusión llegó un estudio que realizó la Universidad Autónoma de Nuevo León en 2022, en el que siete de cada diez canciones que analizaron del género hacen referencia explícita a crímenes y violencia como símbolo de éxito.
La esperanza
Nos queda un concepto como esperanza: alfabetización mediática, que implica enseñar a los estudiantes a hacer filtros críticos de los contenidos musicales, de cine, de televisión o redes sociales, para que los contenidos sean consumidos con libertad, pero con criterio.
Lo malo del asunto es que, según la UNESCO (2021), apenas 30 % de los planes de estudio en América Latina lo incluyen, y en México ningún nivel lo contempla.
La prohibición de la música no atacará una de las raíces del mal: los corridos no crean delincuentes, pero sí normalizan discursos de poder que ofrecen un escenario violento o hipersexualizado como el único camino posible hacia el éxito. Que los jóvenes decidan con ética y libertad: esa será nuestra tarea.
