Pese a la fama de holgazanes, un mexicano en promedio trabaja 2,128 horas al año, lo que supera la media mundial. Trabajar mucho no es sinónimo de ser productivo: el beneficio se privatiza y el costo se socializa.
Formalmente, la jornada laboral en México es de 48 horas semanales; incluso usando datos de instituciones ideológicamente afines al capitalismo, eso representa 24% más que el resto de las naciones afiliadas a la OCDE, y no impide que la productividad sea una de las más bajas. Ese pacto fue fuertemente cuestionado el pasado Día del Trabajo, y confío plenamente en que la situación se transforme.
Estar en casa es, en estos días, un lujo que no todas las personas pueden darse. También es un privilegio acudir al citatorio que te puso un maestro porque tu hijo reprobó matemáticas, o dedicar unas horas de tu vida a rasgar la guitarra, ese pasatiempo que adquiriste en la adolescencia y que se empolva bajo las toneladas de responsabilidades adultas.
Horas al trabajo
Dedicar muchas horas al trabajo es una de esas prácticas que ocurren desde hace tanto tiempo, y que reciben tantos elogios, que parecen naturales, aunque en realidad representen un pacto social construido y aceptado: el mundo ha convertido el ser productivo en una actividad llena de virtudes, condicionante para ser una persona de bien, y la llave que conduce al éxito según la falsa narrativa de la meritocracia. Revisar esa idea es indispensable.
Historiadores como Yuval Harari, antropólogos como David Graeber e incluso economistas como Kate Raworth coinciden en que, tal como está diseñado, la función del humano se reduce a mover el engranaje del sistema de producción y a ser un consumidor de bienes, y que cualquier evolución digna que genere prosperidad perdurable debe reducir las horas de trabajo para que podamos dedicarnos a actividades significativas: incluso el ocio, el aprendizaje, pasar tiempo con la familia, cocinarle a tus hijos, salir a caminar, platicar con el vecino.
Revisar el pacto
La cosa no ha quedado en la teoría: en Islandia se redujo la jornada a 35 horas y aumentaron la productividad en un 20%, además de reducir el estrés laboral en un 71%, según estudios de 2021.
Pienso en tantos males que nos aquejan en estos días: pienso en estudiantes que van a la escuela a meterse en problemas y que no hacen tareas, cuyos padres no pueden salirse del trabajo para tener una reunión en la escuela; pienso en periodos de burnout que he vivido yo mismo y amigos que hemos terminado con atención médica.
Pienso que, si bien mi abuelo decía que el trabajo dignifica a los hombres, nadie será menos digno si pasa ocho horas más a la semana en su casa: conviviendo con los suyos, aprendiendo algo, regañando y acompañando a sus hijos, viendo una película o saliendo a caminar.
Claro que necesitamos ser productivos, pero debemos revisar el pacto que no es natural, y que exprime los minutos de nuestra vida para acceder a un sueldo que no alcanza para estar en casa.
