Una colega que vive entre Cuautla y Ayutla (la imprecisión es para proteger su identidad), me llamó hace unos días para preguntarme cómo hacer llegar a los medios de comunicación regionales una queja de que en su colonia llevan tres semanas sin agua potable.
Me contó que, para remediar la mala gestión, a veces les mandan una pipa que llena botes afuera de las casas. En el gobierno municipal ya no les contestan el teléfono, y hay quien asegura que les dejarán la solución a la siguiente administración.
Durante las vacaciones, visité brevemente la casa de unos amigos que viven en una colonia al sur de Autlán. En la cochera tenían siete cubetas y un tambo con agua. Les advertí del dengue y la necesidad de evitar criaderos, y ellos me recordaron que el agua potable les estaba llegando al ritmo de unas seis horas por semana, y que se han adaptado a almacenarla cuando llega, e incluso a captar algo de las lluvias, que utilizan en los sanitarios.
Agua de madrugada
Pero mi anécdota favorita sobre este tema la protagonizó una familia que vive más o menos en la misma zona, donde el agua tarda hasta dos semanas en salir por la llave. Al acumularse días sin el servicio, las familias priorizan el agua para el sanitario y la regadera, aplican técnicas de ahorro al lavar trastes y, de plano, lavar ropa se deja para otro día. Sin embargo, de pronto, las playeras limpias pueden terminarse.
La hija adolescente de esta familia escuchó que llegó el agua a las dos de la mañana y venció todas sus resistencias para salir de la cama y completar la faena a esa hora.
El ruido despertó a la madre, quien se levantó a ver qué ocurría, y ambas se sorprendieron, asustadas, pues ninguna esperaba ver a la otra en el lavadero. Solo que la hija se defendió de la “extraña presencia” con un jicarazo de agua helada.
Derecho al agua
Con todo derecho, podemos reclamar al gobierno en turno. Es su responsabilidad primaria, y cuando se acumulan jornadas sin agua, se agota la paciencia.
Esto refleja que hay situaciones más allá de bombas descompuestas, fallas en el servicio eléctrico o un tramo de tubo que no aguantó la presión. Podemos arrepentirnos del voto o confirmarlo, y tarde o temprano eso solo servirá para desahogarnos. También podríamos reconocer que el problema es más grave y más grande.
En marzo de este año, se reportó que dos terceras partes del territorio mexicano padecieron sequía. Las lluvias han paliado momentáneamente esta preocupación, pero en esencia el diagnóstico es el mismo: no hay agua suficiente.
Debemos cambiar la forma en la que la consumimos, y los gobiernos deberán mejorar la manera en la que la distribuyen, hasta toparse con una realidad: tener agua en casa cuesta mucho dinero, y alguien tendrá que pagarla.
Lo ideal sería que, como casi todo en la vida, se mida la cantidad que consume cada quien. Que pague más quien gaste más, y que esos recursos sirvan para evitar el desperdicio, para tratar las aguas grises, y para diseñar y aplicar programas que enseñen a usar mejor el líquido.
Que se mida el consumo de las industrias, incluidas las agrícolas, y que se asuma que el agua limpia es un derecho humano, que debe ser cuidado y gestionado como tal.