Por: Mary Páez
Autlán de Navarro, Jalisco. 31 de marzo de 2022. (Letra Fría) ¡Mario! Saca el automóvil. Con aires aristocráticos, Doña Mari pedía a su sobrino Mario, sacara el coche de una improvisada cochera. Era una de las pocas familias de mi pueblo que tenía un medio de transporte motorizado; era una cuestión de estatus, de distinción, de poder adquisitivo, que evidenciaba el avance de una familia respecto a la generalidad del pueblo en subdesarrollo montando bestias o bicicletas.
¿De dónde eres? Nos preguntaban de vez en cuando los citadinos, al responder sobre nuestro lugar de origen, acto seguido venía la “ofensa”: ¡Pueblo bicicletero! Con el coraje a flor de piel, uno amortiguaba lo que en aquel tiempo era una ofensa, un insulto, un agravio al origen, al terruño, a nuestras condiciones de vida en nuestros pueblos. ¡Caray! Andar en bicicleta era un signo de atraso y pobreza material, pero, sobre todo, hablaba del atraso en los medios de transporte.
A varias décadas de esta realidad aparentemente limitada y empobrecida de algunos municipios, hoy, se piensa el tránsito en bicicleta como una aspiración política y modelo de desplazamiento para los centros urbanos que sufren la saturación de vehículos generadores de altos índices de contaminación del aire y de enfermedades psíquicas.
Las estadísticas muestran, cómo el poder adquisitivo ha colocado a Jalisco en el tercer lugar a nivel nacional en su parque vehicular. Según el Instituto de Información Estadística y Geográfica (IIEG) al 2021 Jalisco registra más de 4 millones de vehículos activos, de estos, el 64.5 por ciento circulan en la zona metropolitana de Guadalajara. Hay un auto por cada dos personas.
Las cifras son impresionantes, pero en la realidad, pasamos de la impresión al enfado, el cansancio, el agotamiento físico y mental que provoca la saturación de coches en las vías de tránsito de nuestras ciudades, porque esto ha dejado de ser un problema de la metrópoli para ser, un problema de las pequeñas ciudades donde el coche más que agilizar la vida, la entorpece.
El pueblo bicicletero, dejó de ser una forma de vida de afrenta para convertirse en una aspiración y anhelo para desahogar las ciudades, porque sólo la diversificación en los diferentes modos de transporte traerá consigo el reequilibrio en los desplazamientos. La apuesta política por dar lugar a políticas públicas a favor de los ciclistas es una medida que busca dotar de una red de tránsito, de carreteras en territorios de todos los tamaños con vías diseñadas a favor de los ciclistas y los peatones. Se trata de repensar el diseño de las ciudades y vías de comunicación con alternativas amigables para nuestro entorno.
El uso de la bicicleta, sin duda, permitirá un mejor funcionamiento de las ciudades, porque una ciudad saturada y contaminada se vuelve agotante, peligrosa, sufrible en todas sus formas; un país de avanzada pensará en construir las ciudades innovadoras en su concepto de armonía, felicidad y disfrute en el tránsito para la población.
¡Que vengan más pueblos bicicleteros!
Bienvenidas las políticas publicas que piensan, planean y programan vías de transito diversas, bienvenido el cambio de “chip” de lo que significa el lujo o la comodidad; que la apuesta sea por el uso de la bicicleta en vías seguras, que la apuesta sea por transitar nuestras ciudades en el goce de caminarlas y sentirlas en sus colores, percepciones del mundo, contagios y el encuentro con el temporal que nos despeina y quizás pinta la piel para hacernos sentir que estamos vivos, humanos, cercanos y no robotizados.
Hoy, ser un pueblo bicicletero, ya no es afrenta, es un lujo, una aspiración de las grandes ciudades que urge materializar.
MA/MA
Queda prohibida la reproducción total o parcial. El contenido es propiedad de Letra Fría.