Compartir para sumar: Aldo, el pedagogo autlense

Hoy que se celebra el Día del Pedagogo en México, compartimos la historia de Aldo Castillo Ramírez, un docente que dedica sus días a compartir sus conocimientos, a abonar su labor y experiencia en la educación. Aunque hace más de 30 años, Aldo ya había pisado la Universidad Pedagógica Nacional, en la Unidad 143 Autlán como un niño hijo de docentes, el destino lo llevó a ser coordinador de la Licenciatura en Pedagogía en dicha institución.

Foto: Vianney Martínez Pérez.

Por: Vianney Martínez Pérez.

Autlán de Navarro, Jalisco. (Letra Fría).«Estos que ves aquí son dos dioses aztecas que dibujó mi papá. Creo que este de acá es Huitzilopochtli y el otro Tláloc», Aldo ajustó su saco, posó y sonrió a la cámara.

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Atrás de él había un modesto salón que fungía como biblioteca; a sus laterales, cubículos que parecían haber sido fotocopiados. Aldo Castillo Ramírez también tiene el suyo. No hay que subestimar a los cubículos «ctrl+c, ctrl+v», para tener uno hay que saber ganárselo, con decirles que Aldo, para hacerse del propio, tuvo que convertirse en Coordinador de la Licenciatura en Pedagogía de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), en la Unidad 143 Autlán.

Aldo posando junto con los dibujos que realizó su papá. (Fotografía: Vianney Martínez Pérez)

Aldo tiene 45 años y hace más de 30 años, ya había pisado, en reiteradas ocasiones, la UPN, como se le conoce a su lugar de trabajo. No es que fuera un superdotado, un genio o un súper niño, la verdad es que cada sábado le llevaba a sus padres huevos con frijoles para desayunar, mientras ellos hacían de docentes.

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Su cara dice mucho cuando habla de su infancia: los ojos le brillan, el pedazo de carne que tiene entre su barba deja ver su aperlados dientes y su voz suena como la de una cuando extraña algo. La familia Castillo Ramírez tiene cuatro hijos y, de todos, a él le tocó ser el mayor, el líder, el guardián.

La infancia en la colonia Ejidal

El cubículo de Aldo se encuentra a unos cuantos metros de los que le pertenecieron a su mamá y su papá. De origen autlense, sus papás dejaron el valle campesino para formarse como normalistas. El ser criado por educadores impactó altamente en su vida, pues cuando no estaba jugando con su hermana y hermanos en la Ejidal, lo ponían a leer novelas y, de vez en cuando, a ser acompañante de sus padres por toda la República Mexicana, en los congresos nacionales de normalistas.

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Aldo y su padre. (Cortesía: Aldo Castillo Ramírez)

Todavía vive en la Ejidal, toda su vida lo ha hecho. Es una herencia de su abuelo; el hombre era ejidatario y ganó un terreno en la colonia. En aquel entonces la zona no contaba con los vecinos y servicios que ahora tiene, por eso Aldo cursó su educación básica en el corazón del municipio.

Las amistades que cosechó en la primaria y secundaria, e incluso preparatoria, lo frecuentaban solamente en el aula de clases; pasa que Aldo no tenía mucho tiempo ni ganas de visitar a sus amigos hasta el otro lado de la ciudad y prefería estar en casa, guardando recuerdos con la familia y, por su puesto, leyendo.

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Leyendo. La lectura cultivó a Aldo. Una culpable: la mamá. La matriarca de la casa lo enseñó a leer en preescolar. Cuando ya sabía bien lo que significaba cada letra, le puso uno de los primeros retos de su vida: leer El Principito. Lo logró.

Aldo de niño. (Fotografía: Aldo Castillo Ramírez)

Su papá, aunque formado como la mamá, optó por enseñarle de lo físico. Quiso que el niño jugara fútbol pero el pasto, esa planta insignificante que crece en todos lados, le causa alergia. En su adolescencia Aldo escogería al basquetbol como su deporte para momentos de recreación personal.

Teniendo como contexto a un pueblo jalisciense del siglo XX, Aldo era un poco más culto que el resto de los compañeros de clase. No hubo problema, nadie lo fastidió en el recreo o lo esperó en la salida para «agarrárselo a madrazos». Fue por su empatía, por sus nulas ganas de sobresalir o, quizás, tuvo suerte, pero él lo describe en que sencillamente «muchos no saben que yo sé muchas cosas».

El efecto mariposa

«A partir de secundaria tuve problemas con algunas materias que no eran de mi interés», recordó. Sí, cuando empezó a crecer, poco a poco fue comprendiendo que no todos los campos académicos eran lo suyo, como cuando estaba en la preparatoria. En el bachillerato, Aldo conoció el dolor de cabeza a través de el taller de «Análisis Clínicos». Dice que fue su culpa, que se creyó como le pintaron a las ciencias exactas. Para evadir su mala decisión, se pinteaba las clases, reprobando semestre tras semestre, lo que le ocasionó un expediente irregular de desempeño escolar. La institución no le permitió continuar estudiando.

Aldo en su juventud. (Cortesía: Aldo Castillo Ramírez)

Sin saber qué hacer, se fue a Colima. El taller de «Análisis Clínicos» y Colima podrían ser de los efectos mariposa más importantes en su vida. Decidió cursar la prepa abierta. Ahora Aldo contaba con una posibilidad mayor de ingresar a la licenciatura que quisiera en la Universidad de Colima, ya que contaba con certificado de bachillerato emitido en la entidad.

No tenía muy en claro qué quería estudiar, lo único que pensó es que deseaba ver a las matemáticas lo menos posible. Metió papeles en Economía, Informática, Pedagogía y Filosofía. En un principio, el tema de las computadoras le fascinó e ingreso a Informática, grande fue su sorpresa cuando comenzó a llenar sus apuntes de complejas ecuaciones. Dejó la licenciatura.

«No elegí Pedagogía desde un inicio porque yo me resistía a ser maestro. Cuando realmente me decidí, reconocí que tendría ventaja en la universidad por todo lo que viví con mis papás, pero para mí la pedagogía era una ciencia que se encargaba de la educación, hasta ahí», Aldo rememoró.

Estudiar pedagogía no le resultó tormentoso, sobre todo cuando pensaba en su futuro, porque él sabía perfectamente que un pedagogo no tiene porqué enseñar a infantes, cosa que jamás le ha llamado la atención. En cuanto a las materias, había unas pesadas y otras llevaderas, incluso la única asignatura que reprobó le gustaba. En su defensa, Aldo confiesa que la causa por la cual repitió clase con el profesor Juan Carlos Yáñez fue su actividad política en la universidad, su papel como presidente de la de sociedad de alumnos en su licenciatura lo absorbió.

«El borrego y el brujo, mis camaradas», son y eran los amigos que acompañaron a Aldo en su vida de foráneo. Estudiaban con él. No se veían frecuentemente, pero si necesitaba algo, estarían ahí, firmes. En la universidad, Aldo siempre tuvo casa llena, de hecho Autlán se fue detrás de él: su hermana, una amiga de ella y su novia, que ahora es su esposa. De vez en cuando se pasaban por ahí gente de psicología a estudiar.

Aldo y sus amigos en la juventud. (Fotografía: Aldo Castillo Ramírez)

La Licenciatura en Pedagogía le mostró la realidad de muchas personas. En su generación, asistía una compañera con ceguera, pero «imagínate, si algunas cosas eran difíciles para nosotros, cómo serían para ella. Nos enseñó que cualquier dificultad se puede sobrellevar. Eso sí, en cualquier cosa nos apoyábamos, porque mis compañeros siempre fueron muy compañeros».

Se tituló por promedio y Examen Ceneval, quería hacer tesis, pero ya no hubo tiempo ni necesidad. Años después, Aldo haría un espacio en su agenda para estudiar y recibirse como Maestro en Pedagogía, en el Instituto de Pedagogía Crítica de Chihuahua.

Un golpe de realidad

«Cuando salí, pensé que iba a encontrar trabajo rápidamente, pero no. Me fui a buscarle hasta Michoacán, al final fui a caer a la prepa católica», se remontó a su primer empleo como profesionista. Pensó que nunca iba a ejercer, el campo laboral parecía complicado, hasta que dio con el Bachillerato Tecnológico de Autlán (BTA).

En el BTA le asignaron la tarea de enseñarle a personas que estaban en plena «edad de la punzada» sobre el desarrollo, funcionamiento y efectividad en las relaciones humanas; lo curioso es que ni siquiera Aldo sabía en aquellos años qué demonios era el Desarrollo Organizacional. Trabajaba cuatro horas a la semana y cada una se la pagaban en 50 pesos. Se comenzó a desesperar; de por sí, no era muy de su agrado aguantar a adolescentes a pleno medio día.

Aldo en sus primeros años de vida laboral. (Fotografía: Aldo Castillo Ramírez)

«Yo ya pensaba en renunciar, pero una maestra dejó el IESA», el Instituto de Estudios Superiores de Autlán, ahora Universidad del Valle La Grana (UNIVAG), era la opción de pregrado para los egresados de bachillerato que desearan continuar con su preparación profesional. A Aldo le ofrecieron trabajar 23 horas a la semana y «ahí me fue súper bien, la verdad es que era muy pesado porque solo nos daban un receso de 10 minutos, pero ahora me sentía feliz».

Le gustó no solo por el incremento de la paga, sino porque su sueño de compartir conocimiento con adultos se había cumplido. Aldo permaneció como profesor en el IESA una década; al mismo tiempo consiguió una nueva oportunidad para ejercer.

«En el 2006 se lanzó la convocatoria para plazas aquí, en la UPN. Yo me enteré dos días antes de que cerrara», sin pensarlo Aldo envió su documentación hasta Guadalajara. Por su experiencia recibió una plaza de 12 horas, en Melaque.

Gracias a su desempeño, en ambas universidades adquirió reconocimientos, como su nombramientos como Decano en la Licenciatura en Educación del IESA y oportunidades de enseñanza en Manzanillo por la UPN. Ahora ya no se mueve de Autlán, trabaja 40 horas a la semana y forma parte de la plantilla de coordinadores de la UPN.

Compartir para sumar

«Para mí, la pedagogía es una ciencia que se encarga del análisis educativo, pero también es la parte normativa que dictamina cómo tiene que ser el proceso de la educación y la parte artística, la visualización que tienen los sujetos de educar», resumió, tras explicar que es un concepto personal y no definitivo.

El tiempo funcionó en Aldo para madurar. Reconoce que sus metas realistas se han cumplido y espera concluir su camino profesional. Quiere jubilarse y cuando lo haga, anhela retomar sus inicios: disfrutar a su familia y buscar un nuevo hobbie (probablemente se deje llevar de nuevo por la lectura).

Aldo actualmente en su cubículo de la UPN. (Fotografía: Vianney Martínez Pérez)

«Nunca se rindan. No se dejen llevar por lo que las personas piensen, habrá cosas que marquen y nos hagan replantearnos nuestras decisiones, pero no debe ser excusa para detenerse y abandonar nuestros sueños; siempre y cuando sea para un bien propio y no afecte a los demás», sonrió.

La historia de Aldo Castillo Ramírez es una en un millón del grupo de personas que abrazan la ideología de compartir para sumar. Aldo, es un docente que dedica sus días a compartir sus conocimientos, a abonar su labor y experiencia en la educación. A través de sus enseñanzas a universitarios, cientos de egresados cultivan a adolescentes e infantes que levantaran y decidirán el futuro de un país.

Cada 26 de junio, México conmemora el Día del Pedagogo, un fecha para celebrar a quienes impactan miles de vidas; así fue con Aldo, que, como una cadena, se formó gracias a sus padres y a las personas quienes, mucho antes, cultivaron la buena educación.

Edición: MV

Queda prohibida la reproducción total o parcial. El contenido es propiedad de Letra Fría.

Estudiante de la licenciatura en periodismo en el Centro Universitario del Sur, de la Universidad de Guadalajara, con afinidad al periodismo narrativo, de derechos humanos y fotoperiodismo. Corresponsal de Letra Fría en proceso electoral 2021.

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