“Una camioneta gris, con placas de California” es el inicio de un narcocorrido de Los Tigres del Norte, el primero que recuerdo. Sé que antes hubo otros, pero en mi historia de vida, las aventuras de Pedro Márquez y su novia para cambiar muchos dólares por droga fueron mi encuentro con eso que ahora llaman apología del delito, una idea pantanosa porque convive muy cercana con la libertad de expresión.
Aunque en el papel las diferencias son más o menos claras —pues mientras la libertad de expresión protege la difusión de ideas y opiniones, la apología del delito busca incitar o justificar acciones ilegales—, en la práctica no es tan sencillo.
Expresiones y regulación
Pienso ahora en las expresiones más contundentes con las que se busca incitar y, sobre todo, justificar acciones ilegales; pienso, sobre todo, en las que tienen acceso mis estudiantes: la música, por supuesto; series que se transmiten por plataformas; redes sociales; pero también videojuegos. Existe una legislación que prohíbe a la radio y la televisión tradicional difundir este contenido, pero no aplica en internet.
Una dificultad de regulación radica en que el grueso del contenido en las canciones, las series, las fotos y los videojuegos no hace una alusión directa a actividades ilegales. El discurso muestra el estilo de vida glamuroso y excitante de quien logra experimentar un ascenso social, viviendo sensaciones tan humanas como el amor y el desamor, la aventura de los viajes o la ternura de los hijos, pero en mansiones y ranchos, entre caballos y vehículos de lujo. Deja a la interpretación que la forma de conseguirlo fue quedando bien con un patrón no identificado y haciendo trabajos no explicitados.
Sobre el tema, otro desacuerdo es el impacto real de estas expresiones. Sus defensores dicen que solo retratan una realidad que ya existe y que, al quitar los narcocorridos o las narcoseries, esta igual persistiría.
Posturas
Otra postura sostiene que la apología del delito sí construye expectativas que los jóvenes integran en su proyecto de vida, difuminando los dilemas éticos al transitar el camino que los conduce a su meta.
Pienso en dos marcos teóricos que ayudan a entender. Desde una lógica capitalista, el crimen organizado es una empresa que produce capital, y cualquier negocio que aspire a ser exitoso requiere una sólida e inteligente estrategia de marketing.
Pienso también en una visión compleja de la realidad, donde es imposible reducir a una sola causa el desarrollo de fenómenos tan grandes: los narcocorridos no son los únicos responsables de que los jóvenes aspiren a ser sicarios o a lavar dinero, pero mucho abonan a la idea.
Elegir conscientes
La raza tiene derecho a elegir la música que quiere escuchar o las series que los entretengan, pero deben ser conscientes de que sí hay una relación entre verlas y la epidemia de desapariciones y muertes que tanto nos lastima.
Teniendo presentes estas relaciones, uno ya valora cuándo y dónde escuchar a los emblemáticos Tigres, a Nata o a Los Alegres del Barranco; si se comparten historias de Markitos o de una abuelita asesina a la que tantas personas justifican su acción ilegal.
Actuar con libertad, pero con conciencia de las implicaciones. Un salón de clases, un recinto universitario, no son un espacio para eso.
