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Ellas meten los goles

Por: Carlos Efrén Rangel | Un letrero en la pizarra

Autlán de Navarro, Jalisco. 26 de julio de 2022. (Letra Fría) Su nombre es una combinación de María y algo más, compartimos escuela como estudiantes de secundaria, por lo que más de una vez hicimos fila para comprar una torta de jamón y luego correr a las canchas a patear balones o tobillos, lo que estuviera más a la mano.

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En ese tiempo faltaban un par de años para que llegara el nuevo milenio y con ello, tantas transformaciones tan indispensables, como que María pudiera jugar sin más preocupación que evitar faltas o lavarse bien la cara antes de volver al salón. 

María jugaba bien, pateaba con precisión con la pierna izquierda y soltaba rápido al balón para que los rivales no la golpearan, nunca pidió tregua por jugar con los hombres, y en la cancha fingía una rudeza que la mantenía más o menos a salvo.

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Los recreos eran para cascarear, para divertirse, pero la gran competencia a la que teníamos acceso era el Torneo Intramuros por el día del estudiante y para eso en mi equipo invitamos a jugar a María, se emocionó y prometió llevar playera roja igual que nosotros. 

Pero el día del torneo María no se asomó a las canchas de futbol, tampoco llevaba playera roja, no ofreció explicaciones, aunque en la distancia se notaba que en la mirada se anegaba de tristeza.

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Teníamos una amiga en común, quien sí me contó la razón de la ausencia: el padre de María no le permitió jugar futbol porque tenía la convicción que pateando balones su hija se convertiría en lesbiana, “el futbol es cosa de hombres” y la amenazó con cancelar una fiesta de XV años que ya se veía en el horizonte.  

Al paso de los años comenzaron a aparecer equipos femeniles. En la prepa supimos de una estudiante de primer semestre se ausentaba durante semanas porque viajaba para jugar y algún pago recibía, que hacía pruebas en equipos semiprofesionales en los que a veces la dejaban varios días practicando y al final no se pudo consagrar, regresó a estudiar y fue una participante permanente en las ligas femeniles que por esos años surgieron. 

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Hace cosa de dos años me acordé de María, mi compañera que dejó de jugar futbol por el miedo de vivía su padre de que se hiciera lesbiana. Me la recordó una alumna, que me repitió exactamente el mismo temor paterno, por eso evitaba jugar en la escuela a pesar de las muchas invitaciones, apuestas y retos que recibía; aunque ella, joven de otra época, encontró apoyo en su madre para participar en una liga femenil los sábados y juntas enfrentaron con relativo éxito el temor paterno que la condenaba a no patear balones, o tobillos, los que estuviera más cerquita. 

Pienso en todo lo anterior al enterarme el final que tuvo en la Copa Jalisco la selección femenil de Autlán en Puerto Vallarta, y que a pesar del resultado sé que ese grupo de chicas ya pueden andar por la vida luciendo una etiqueta de triunfo que el deporte con su capacidad de representación simbólica puede dar. 

La selección varonil local naufragó, según he leído, a causa de una conformación injusta del representativo: emulando al Tata Martino que no convoca al Chicharito solo porque le cae gordo; en cambio la selección femenil no solo logró ganar partidos, también provocó que algunos grupos de personas se organizaran para viajar con ellas, convencieron que juegan lo suficientemente bien como para pagar un boleto y verlas jugar en la Chapultepec, y provocaron que la gente las siga en redes sociales, las aplauda, conozca sus nombres y algunas cosas de su vida, que no falte quien diga: ella es mi amiga, la que metió el gol, la que juega de portera, la que entró de cambio.

También sé que tras de ellas hay por lo menos tres generaciones de mujeres que reclaman su derecho a saltar a la cancha, y a recrear esa representación simbólica de la guerra sin fusiles, de tejer historias épicas con un balón que más que fuerza o velocidad agradece que lo traten con la desfachatez de la infancia y que no pide el acta de nacimiento para anidarse en las redes, solo jugar, por el gusto, por las ganas de trascender, porque pocas cosas tan placenteras como patear un balón o un tobillo, lo que esté más a la mano. 

Aún queda trecho por recorrer para que la cancha esté más pareja. Estoy seguro que de haberse jugado hoy, María se hubiera podido poner la playera roja y dar muchos pases en el centro de la cancha. Falta que les paguen mejor, y que se viva el deporte sin todos los prejuicios que lo acompañan.

Ya se irán desquebrajando, mientras tanto, que orgullo que en Autlán se meten goles, es una gran lección que las autoras de esos goles sean las mujeres. No necesitamos revisar el VAR para darnos cuenta de la trascendencia de esa lección.  

CAC

Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestro en Educación Básica.

Actualmente es profesor de español en secundaria y de Maestría en la Unidad 143 de la UPN. Desde los 17 años ejerció como reportero y comunicador en radiodifusoras y periódicos locales en Autlán. Aficionado práctico de la literatura, la crónica taurina y las columnas de opinión.

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