Por: Carlos Efrén Rangel | Un letrero en la pizarra
Autlán de Navarro, Jalisco. 28 den noviembre de 2022. (Letra Fría).- Pertenezco al grupo de personas que solo ve futbol durante el Mundial. No me siento moralmente superior a quien sí tiene entre sus prácticas cotidianas sentarse frente a la tele a ver partidos, sencillamente hace varios años decidí abandonar la afición que solo me generaba corajes y muchas vergüenzas. Pero la euforia mundialera es inmensa y termina por alimentar las ilusiones de que un día de estos, lleguemos al quinto partido o la playera verde protagonice una narrativa de triunfo que nos inspire a todos.
El sábado, cuando terminó el encuentro que la selección perdió contra Argentina, utilizando mis redes sociales insulté al técnico Gerardo Martino con la ofensa más mexicana. El acto, por majadero, provocó justificadas reacciones en contra, y este no es el espacio para retractarme, me nació del alma y con la experiencia que, en esencia, el espectáculo en los estadios representa un espacio legítimo donde catárticamente uno puede expresar lo que lleva en el corazón, mis deseos hacia ese señor que dirige al combinado nacional siguen siendo los mismos: le traigo muy mala leche.
Los salones de clase son un microcosmos social que se alimenta de todo lo que ocurre fuera: durante la última semana no existió una sola sesión en la que no habláramos de futbol, de las selecciones, de las estrellas mundialistas.
Como soy un tramposo que procura que sus estudiantes aprendan aún en los ratos que creen que estamos perdiendo el tiempo, aproveché el escenario árabe para hablarles de Sherezade, la fantástica narradora de Las Mil y Una Noches, de la influencia de esa cultura en la nuestra mediante palabras que usamos a diario: “alberca”, “arroba”, “azúcar”, “marfil” y de paso, hablamos de derechos humanos, de la equidad de género y de los límites y alcances que los comediantes y youtubers que andan en Qatar, deberían tener al momento de construir mensajes misóginos, machistas, homofóbicos o clasistas.
En un grupo nos agarró el partido de Brasil y nos sirvió para escuchar música tradicional de Serbia y para comparar la tala de la selva del Amazonas con la destrucción de los bosques jaliscienses para sembrar aguacate. La hemos pasado bien.
Bueno, esta última frase necesita una acotación: la hemos pasado bien, mientras no hablemos de México. Todos teníamos fe, aún cuando numerosos indicadores anunciaron la catástrofe. Mis tres lectores saben que una de las escuelas en las que trabajo es en El Grullo, ciudad en la que últimamente han surgido futbolistas exitosos, que son la punta de lanza de una comunidad que vive con intensidad y organización ese deporte. Entonces los estudiantes le saben.
Cuando se analizaba el tema, ellos que ven y juegan futbol, nos hablaban a veces de tácticas, pero otras de prácticas de corrupción: “jerarquías” le llaman en el argot futbolero a la corrupción, a la influencia lasciva de jugadores veteranos con la capacidad de vetar a los mejores, a quienes por esfuerzo y talento en este momento podía ofrecer mejores condiciones de competencia.
Los conocedores, porque no son pocos los que pasan algunos días al mes en campamentos de equipos profesionales, nos hablaron de promotores, de agentes, de empresas que deciden quién juega y quién no.
El sábado pasado no nos ganó Messi, nos ganó la corrupción y el privilegio de los jerarcas. Y esas lecciones, mis estudiantes las aprenden, y pese a todos los esfuerzos, observamos que sus pasos no se encaminan hacia la dignidad, sino hacia la acumulación de jerarquía personal a costa del fracaso colectivo.
Por eso, cuando el partido terminó, mis dedos teclearon esa ofensa hacia Martino, por ser él, la personificación de esa escenificación del desastre: no la de Qatar, sino la del desastre de la lección del privilegio y la derrota con la que viviremos en casa.
No repito la ofensa para evitar que los algoritmos de la plataforma castiguen a Letra Fría que amablemente me abre la puerta, pero citaré a Octavio Paz, para expresarle al señor Gerardo “Tata” Martino, que lo conmino a que encamine sus pasos hacia un lugar lejano, vago e indeterminado a encontrarse con su progenitora.