Encontré una relación entre la bala que impactó la oreja de Donald Trump y unos albañiles que trabajan cerca de mi casa.
Estoy muy agradecido porque la semana anterior recibí numerosos comentarios sobre mi opinión en torno a las implicaciones domésticas de la enorme popularidad de Donald Trump. Llamó mi atención que abundaron las voces que pusieron en tela de juicio lo ocurrido: montaje, mentira, fraude, ficción, otra vez montaje, fueron interpretaciones muy recurrentes.
Hay que reconocer que una parte importante del mundo considera que lo que le ocurrió a Trump no fue real.
No culpo a nadie. Los académicos le llaman posverdad, un término tan ambiguo con el que tristemente nos hemos familiarizado. Los políticos mienten, disfrazan cifras, proponen una narrativa atractiva aunque verosímil, obligando a que la realidad se ajuste a sus visiones, y no al revés.
Estoy seguro de que a estas alturas ya pensó en múltiples ejemplos: los otros datos del presidente, la insistencia del gobernador de Jalisco por ocultar la tragedia humanitaria en relación a los desaparecidos, son algunos de los más cercanos.
La novedad no radica en las mentiras de los políticos, ellos lo han hecho siempre así, lo novedosamente grave es que, en general, a las personas nos incomoda poco distinguir entre verdades y mentiras, es más relevante que el discurso se ajuste a nuestras visiones para reforzarlas.
Las farsas y la verdad
Lo cierto es que la maquinaria de las farsas es cada vez más sofisticada, desde el clásico que dicta que hay que repetir mil veces un engaño para que se vuelva real, hasta la inteligencia artificial que recrea con una exactitud pasmosa situaciones que en realidad nunca ocurrieron.
Por eso no me resulta extraño que tantas personas duden si realmente Trump recibió un balazo. Más cuando es un tipo acostumbrado a mentir con desparpajo para lograr sus objetivos. Pero retrata una realidad indeseable, si asumimos que todo es un engaño, tampoco hay posibilidades de caminar ante la ausencia de terreno firme.
Yo no tengo una respuesta definitiva. Tengo en la conciencia la voz de mis maestros de periodismo, Juan Carlos Núñez y Sergio René de Dios, quienes nos decían que la verdad periodística es una verdad chiquita y humilde, pero irrebatible y comprobable.
También tengo a más de 100 adolescentes a quienes tengo que enseñar a leer el mundo, y tengo unos albañiles trabajando frente a mí, que me dan una respuesta.
Discernir
Los albañiles recibieron una carretada de arena, el de los materiales se las vendió como una de las mejores y ellos la necesitan para construir un muro sólido. Entonces sacan un instrumento humilde: es un cuadro de madera que tiene una red metálica, y ellos, antes de cualquier otra cosa, pasan la arena por esa red; arriba se quedan piedras y basura, abajo cae arena fina y limpia con la que se aprestan a construir la pared.
Cernir arena y discernir ideas y datos son situaciones muy similares. Necesitamos filtros, referencias, necesitamos quitar las piedras, pero aprovechar la arena. Para eso será necesario asumir que algunas cosas son verdad, aunque sean incómodas, y otras son personas que mienten y deberemos confiar menos en ellas, aunque expresen detalladamente la realidad tal como nos gustaría que fuera.