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Mundo Antiguo

Jesús Medina García dedica su columna Simpatía por el Débil, a Robert Plant, mítico vocalista de Led Zeppelin por sus 74 años de existencia y esperanza rockera.

A Robert Plant, mítico vocalista de Led Zeppelin por sus 74 años de existencia y esperanza rockera

Por: Jesús D. Medina García | Simpatía por el débil

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Autlán de Navarro, Jalisco. 21 de agosto de 2022. (Letra Fría) Salió tarde de trabajar, no tenía deseos de llegar a su casa, sencillamente no quería llegar a ningún lugar. Era una de esas noches lluviosas de Guadalajara y el ir circulando en el auto a baja velocidad por las encharcadas avenidas, escuchando tenuemente a Led Zeppelin, le producía placer. Hubiera querido sostenerse con esa sensación por tiempo indefinido.

La lluvia suele exaltar los estados de ánimo, a él le recordaba cuando a los quince años besó por primera vez a una mujer en la boca, cerrando los ojos y sujetándole las manos con firmeza. Cuerpos mojados en la azotea de un edificio.

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Se encaminó hacia el oriente de la ciudad para estacionarse sin mucho entusiasmo a las afueras de un cabaret. El sitio se encontraba semivacío. Como era su costumbre cuando entraba a uno de esos lugares peligrosos, se dirigió con lentitud hacia el baño, esa táctica la utilizaba para percatarse de quien, como y donde se sentaba la gente, reconoció a un par de stripteasers saludándolas con un ademán. De regreso del mingitorio se sentó con ellas, platicaron de cualquier cosa, se despidieron. Afuera, la ciudad se inundaba, los pocos autos que circulaban, taxis en su mayoría, se deslizaban con luces altas encendidas, descubriendo baches y árboles caídos. Estaba fuerte la lluvia, ssshhh. Ssshhhh, las gotas de lluvia cayendo.

Llue llue llue llueve y cayendo van las gotas

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Solo por hacer lago, bebió y fumó, pero ni las gracias de Lady Dayanne que en la pista mostraba con admirable sensualidad lo mejor de sí misma, le sacaban de esa nada en la que se había sumergido, por lo que abandonó el lugar.

Inició un nuevo recorrido, se distrajo observando a unos ebrios que se jaloneaban a las afueras de una vinatería (Javier Mina y la 36 Guadalajara, Jalisco, México. 4:45 a.m.), en el auto se escuchaban las notas de “Escalera al Cielo”, Led Zeppelin y la fantasmal voz de Robert Plant.

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A esa realidad se sumergía como en un ensueño distorsionado cuando unos golpecitos en la ventanilla lo sobresaltaron, era un viejecillo empapado que le decía:

– llévame a casa por favor-

La primera reacción fue de temor y desconfianza, sin embargo, el verlo mojarse y lo avanzado de su edad lo conmovieron, 

– ¿a dónde va? – Le preguntó casi a gritos:

 – a mi casa, vivo por aquí cerca, llévame-

Para tantearlo le aventó la segunda pregunta:

– no soy taxi ¿eh?, además qué anda haciendo tan desbalagado a estas horas de la madrugada, es peligroso ya sabe… las andancias cobran factura.

– ándale llévame –

Tenía que decidirse pronto, podría ser una treta, pero si así fuera…. finalmente, lo único que ganaría sería la certeza de su muerte a cambio de la incertidumbre de su vida triste. 

– ¡Súbase pronto pues!  –

 Permanecieron unos segundos en silencio, se percató de que ocultaba algo bajo el brazo derecho…. Violento le preguntó:

– ¡qué trae ahí! – 

. – nada, mira-, arrojando con la otra mano la manga le mostró un muñón que salía obsceno de su hombro derecho, a la vez que le miraba fuertemente con sus pequeñísimos ojos y su descomunal nariz que parecía señalarlo. Lo fue guiando por las obscuras calles casi sin cruzar palabra:

 -ahí vivo, te invito un cafecito-

– no gracias-, contestó el abandonado.

– ¡ándale nomás un ratito!, nomás vivo con mi mujer y mis dos hijas y ahorita deben de andar en el quinto sueño-.

 Aceptó.

Sigilosamente entraron a la casa, una gran veladora alumbraba la imagen de un San Francisco tridimensional, a donde te movieras se te quedaba viendo, llegaron a un portón casi al final de la casa, contento encendió la luz. 

. -Mira aquí vivo, pásale para acá-, abrió el portón que daba a una especie de bodega, triunfante acotó: 

-este es mi taller y esta es una maquina ajustadora, aquí perdí el brazo, soy diseñador de calzado y de los buenos-

Se regresaron a la recámara, había cientos de discos de vinil y un modesto aparato para escucharlos.

 -Te voy a poner mi canción preferida, se llama Mi Desgracia, con los Martínez Gil, de la época dorada de los tríos. Esta es mi desgracia-

Alzó la voz señalando el brazo incompleto, el pedazo de brazo que le quedaba. Se recostó en un camastro, ajeno a la globalización y atrapado en su inmortal mundo antiguo.

-Escucha lo que dice la canción… mientras…. voy a la cocina por un café, aquí espérame-

En cuanto dio la vuelta, “el fantasma invitado” se dedicó a husmear el ambiente, había unos cuadros con imágenes extrañas, tijeras, desarmadores y cuchillos sobre una mesa.

Recordó que le había dicho que sus hijas: están dormidas. Se dejó llevar por el morbo. Silenciosamente se deslizó hacia la sala, observo dos puertas cerradas y la proyección del fuego de la veladora, tras los objetos; los ojos del Santo de Asís lo perseguían. En esos momentos apareció el viejo, se le acercó mirándole molesto, lo cogió del brazo y lo condujo en silencio hacia su cuarto.

-No te dije que aquí me esperaras- reprochó siniestro. El invitado no contestó, extendiendo la mano para sujetar la taza de café, guardó silencio varios segundos, se sintió lejos, mucho muy lejos, un instinto desconocido se iba apoderando de su voluntad, los antebrazos se le fueron llenando de sangre, sintió un endurecimiento, se desconoció. Era como si otra voluntad sustituyera a la propia, el tiempo se desarticulaba.

En cuclillas y dándole la espalda, el viejo hurgaba entre los cientos de discos.

El pobre hombre dejó el café sobre la mesa, tomó con decisión el cuchillo más grande que encontró, las manos le sudaban, por fin; el tiempo se detuvo. Tres veces dejó caer la mano sobre la espalda del anciano, aunque en realidad nunca lo tocó.

Dejó el cuchillo en su lugar, el viejo volteó sonriendo, agitando un disco al tiempo que le decía:

 – ¡este es el que quería que escucháramos, Vida Tirada, ¡con Daniel Santos y la Sonora Matancera! –

Por primera vez en toda la noche una expresión sincera brotó de sus entrañas. Sonrió, sonreía con candidez mientras se dejaba caer sobre el colchón sin que nada le importase.

– Lo pude haber matado, no hay diferencia, este viejo sigue vivo o está muerto, o no está muerto ja ja o hace cuanto murió…. no importa…la verdad no me importa mucho, a fin de cuentas-.

 ¡Qué fácil resulta ser asesino! Se repetía en silencio. Se levantó abruptamente:

– ¡ya me voy!  

-no, no, espérate…

-ya me voy- repitió, encaminándose etéreo a la salida, se despidió del San Francisco con un ademán, el cielo insinuaba que pronto amanecería, un viento grisáceo y seco se apoderaba de la superficie de las casas, los vidrios nebulosos de los autos estacionados sobre las banquetas destilaban gotitas de madrugada.

El anciano insistía en que se quedara, ante sus negativas ordenó: 

– ¡Entonces llévame a donde me recogiste puesss…! –

– ¿Para qué? -, ¿en son de qué?  le preguntó asombrado. 

-ay a ver si me encuentro a otro- le dijo irónico y con un extraño tono de voz.

 -a otro qué- preguntó el extraño visitante.

– a otro cabrón que se anime a acabar lo que tú no pudiste… o sí pudiste, o alguien ya lo había hecho-

Guardó silencio, se miraron incorpóreos, fantasmales. El viejo inclinó la cabeza a manera de despedida. Él le regresó el saludo subiéndose a su carro.

El viejo se fue con increíble agilidad sorteando los charcos, cada charco era un año de vida brincada. Se fue con su etéreo mundo antiguo a cuestas. Así se fue, como venteando a la muerte y a la vida. Al mismo tiempo. Venteándolas tan temprano, allá; en aquella la existencialista Guadalajara.

Dos días antes en una madrugada lluviosa aproximadamente a las 4:45 de la mañana del día 20 de agosto de 1994 se había reportado un espantoso choque en Javier Mina y la 36, Guadalajara, Jalisco, México.

Los ocupantes de los vehículos involucrados en el siniestro fallecieron en el percance. Cuando los socorristas llegaron con las “quijadas de la muerte”, en uno de los vehículos aún resonaban las notas de Escalera al Cielo. Led Zeppelin y la fantasmal voz de Robert Plant.

CAC

Historiador y escritor. Ha publicado en diversas revistas, medios y modalidades. Es profesor investigador titular de la Universidad de Guadalajara.

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