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Un viaje muy bacano

Jorge Martínez Ibarra dedica su columna a su viaje por Panamá y Colombia, donde nos narra a detalle lo vivido en cada país. Entre los paisajes, la gastronomía, la infraestructura, las tradiciones y café, nos transporta a cada aventura compartida con los lugareños.

(Foto: Jorge Martínez Ibarra)

Por: Dr. Jorge Martínez Ibarra | El Caminante

Zapotlán el Grande, Jalisco. 26 de enero de 2023. (Letra Fría).- Rosy y yo iniciamos la travesía volando desde Guadalajara pasada la media noche. El primer reto era aprovechar la estancia de un día en la Ciudad de Panamá para conocer lo más posible, antes de continuar el viaje hacia Pereira, Colombia.

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Llegamos aproximadamente a las cinco de la mañana, desvelados y cansados pero con el ánimo a tope. A descansar un poco y esperar a que amaneciera para iniciar actividades. Transcurridas un par de horas, nos pusimos en marcha nuevamente. Un desayuno ligero, una buena taza de café y ¡a la aventura!.

Salimos del Aeropuerto Internacional de Tocumén; en la calle se encontraban enfilados los taxis esperando posibles viajeros. Casi al momento, se dirige hacia nosotros una voz que nos ofrece un recorrido con duración de cuatro horas por los principales atractivos de la ciudad, brindando vehículos cómodos y guías amables y certificados.

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Nos atrae la propuesta, acordamos el precio e iniciamos el trayecto. El conductor es hábil para maniobrar entre la marejada de vehículos que van por la congestionada vía de acceso hacia la ciudad. Está lloviendo suavemente, pero de manera constante. A lo lejos, observamos los enormes edificios que componen la ciudad; innumerables columnas de portentosos rascacielos. 

Conforme avanzamos, nuestro guía charlaba emotivamente sobre las leyendas vivientes del deporte panameño. Uno de sus favoritos fue el histórico Roberto “Manos de Piedra” Durán, actualmente de 70 años es poseedor de cinco títulos mundiales y está catalogado por cronistas deportivos e historiadores como el mejor boxeador de peso ligero (135 libras o 61 kg) de todos los tiempos y como uno de los mejores boxeadores de la historia. Un héroe nacional, indudablemente. 

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La alegría y el orgullo se desbordaban en el elocuente discurso de nuestro taxista que aderezaba la charla con datos, estadísticas e información biográfica del “Manos de Piedra”. Además del recuento de sus memorables peleas e inolvidables victorias, se dio tiempo para mencionarnos anécdotas vividas en el restaurante de su propiedad, el “Stone Sport Café” en el cual solía estar presente y se acercaba a las mesas a saludar y a conversar un rato con los comensales.

(Foto: Cortesía de Jorge Martínez Ibarra)

Seguimos avanzando y llegamos al Centro de Visitantes de Miraflores, también conocido como las Esclusas del Canal de Panamá o Esclusas de Gatún.  El Canal de Panamá comenzó a operar a inicios de 1914 y ha servido como un puente entre el Océano Pacífico y el Atlántico. Gracias a él, las embarcaciones evitan la necesidad de llegar hasta la parte más baja del continente americano para atravesar de un océano a otro. 

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A través de un recorrido de 80 kilómetros el cual dura poco más de ocho horas, los barcos recorren cinco diferentes conjuntos de esclusas. Cuando un barco se aproxima se abre la primera compuerta que está con el nivel de agua a la altura del océano. Luego, se bombea el agua del lago y esta comienza a llenarse hasta que se empareja con la media de la segunda esclusa y así sucesivamente. Una vez que las embarcaciones cruzan el lago, comienzan el descenso para llegar al nivel del mar nuevamente. Actualmente, la tarifa por cruzar es de 90 dólares americanos por cada contenedor de un barco y de 138 dólares por cada persona que se encuentra a bordo de un crucero o embarcación turística.

En esta sorprendente obra de ingeniería nos tocó la suerte de ver en funcionamiento el mecanismo cuando un barco cruzaba de un lado a otro. Impresionante. El bramido de la sirena de la enorme embarcación anunciando el cruce y saludándonos a la distancia se confundió con los emocionados gritos de algarabía de todos los presentes, incluyéndonos. 

(Foto: Jorge Martínez Ibarra)

Salimos de ahí con la emoción a flor de piel y bajo una constante y pertinaz lluvia, dirigiéndonos entonces a la Calzada del Amador, un malecón que comunicaba a la metrópoli con la zona costera. Hermosas vistas y bellos colores. El traslado fue pausado para apreciar las formaciones rocosas, las embarcaciones de la marina seca (lugar donde se mantienen las barcas de eslora pequeña) y las islas no tan lejanas. Almorzamos una deliciosa combinación de mariscos y caminamos un poco. Hora de regresar al vehículo.

El siguiente sitio fue el Casco Viejo o Casco Antiguo, el barrio histórico de la Ciudad de Panamá. Aprovechamos para tomar diversas fotografías y caminar por las estrechas calles. Nos dimos tiempo de charlar con un grupo de mujeres artesanas que ofertaban sus productos en una de las pequeñas plazoletas y comprarles algunos recuerdos. Era hora de partir. Regresamos exhaustos pero felices al Aeropuerto de Tocumén. Nuestro vuelo hacia Colombia saldría en unas horas, por lo que había que dormitar un poco.

Nuestro avión salió a las 9:00 pm y aproximadamente una hora y media después arribamos al Aeropuerto Internacional Matecaña ubicado en Pereira, capital del Departamento de Risaralda que junto con el Departamento de Caldas y el de Quindío constituyen el corazón del Eje Cafetero de Colombia, declarado Paisaje Cultural y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2011.

La recepción no pudo ser mejor: Paulo, Elcy y Sofi sonrientes como siempre, nos dieron una cariñosa y efusiva bienvenida. Era la tercera vez que visitábamos Colombia y, como las anteriores ocasiones, ésta sería inolvidable.

(Foto: Jorge Martinez Ibarra)

Su casa, fascinante. Una construcción llena de luz, aire y magia. Ya no estaba Martina, la cariñosa perra golden retriever, pero ahora estaban Max un juguetón pastor alemán y Bruno, un joven e inquieto weimaraner. Doña Inés, la madre de Paulo nos compartió además de su gran sentido del humor y su calidez, sus extraordinarios y deliciosos platillos. Inolvidable su sancocho, un caldo espeso a base de papa y yuca al cual se le agrega carne, de lo mejor que hemos probado.

Las noches eran frescas y estrelladas con alguna llovizna ocasional, lo que hacía más acogedora la estancia. Conforme aparecían los primeros rayos de sol, había que prepararse para las tareas del día, tomando un tinto como rito inicial. Más allá de las visitas a las Universidades, las charlas con diversos colegas, las conferencias con estudiantes y otras actividades académicas, algunas de las razones de nuestra estancia en Pereira, era obligado recorrer de nuevo los serpenteantes caminos del Eje Cafetero colombiano.

El café es el protagonista implícito de esta hermosa zona colombiana, no solamente embelleciendo los paisajes a orillas de las carreteras, sino en manifestándose en la cultura, la gastronomía y la idiosincrasia de la región. Así, nos deleitamos con diversos aromas, texturas y sabores, producidos en diversas veredas o fincas cafetaleras. Uno de los más inolvidables fue el que degustamos en el municipio de Balboa, perteneciente al Departamento de Risaralda.

En otro momento, la noche del 7 de diciembre, visitamos la ciudad de Quimbaya en el Departamento de Quindío, recorriendo sus calles para apreciar el Festival de las Velas y los Faroles conocido coloquialmente como el Día de las Velitas, tradición popular en honor a la inmaculada Concepción de la Virgen María.

Si bien es una celebración religiosa, también una manifestación multicultural basada en valores como el trabajo comunitario, la unión familiar, la recursividad y la creatividad. La gente del barrio se pone de acuerdo para escoger un diseño, lo inscriben y proceden a elaborar los faroles colocando en su interior una pequeña vela, logrando iluminar con ello diversos sectores de la ciudad. Son cerca de 30,000 faroles encendidos y extendidos a lo largo de 230 cuadras, habiendo en promedio 130 por cuadra. Es un espectáculo conmovedor y sumamente colorido.

(Foto: Jorge Martinez Ibarra)

En Armenia, capital del Departamento de Quindío, tuvimos una velada maravillosa con una grandiosa vista al valle previamente al recorrido que llevaríamos a cabo por la cordillera central. Una noche de cerveza y patacón, trozos aplanados y fritos de plátano verde. Hablando de noches memorables, cómo olvidar aquella en la cual compartimos con Elcy, Paulo, Isabel y Daniel la deliciosa muestra de multivariada gastronomía, charlas interesantes y gusto futbolero.

Nunca olvidaré, por cierto, la afición por el deporte de patear la pelota del querido Daniel Ariza. En su preciosa casa en Manizales, capital del Departamento de Caldas, el delicioso ajiaco preparado por Isabel junto con un par de Cervezas Club Colombia fue el preámbulo del emocionante partido que sería disputado entre Argentina vs Países Bajos en el pasado Mundial de Qatar. Si yo me considero un fanático futbolero, Daniel me dijo “hazte a un lado que ahí te voy”.

Gritos, maldiciones, risas nerviosas, comentarios técnicos y análisis especializados aderezaron nuestra conversación durante la transmisión de dicho encuentro. Al final, Argentina se impuso y nosotros seguimos brindando, a la salud de los héroes caídos y de los que seguían de pie.

La música, otra protagonista relevante de esta estancia, la vivimos intensamente. Primero, en ese bar de motociclistas en el cual preparaban unas deliciosas hamburguesas con queso y papas fritas, un gato se balanceaba diestramente entre las vigas que sostenían el techo hasta que se quedaba dormido, el baterista era el dueño del negocio y el grupo tocaba rolas de rock en español a petición del pequeño pero escandaloso grupo de colombiomexicanos presente en una de las mesas del centro.

El segundo lugar, en la fiesta prenavideña a la cual asistimos con los colegas de la Universidad Libre de Colombia invitados por Elcy y Paulo en la cual las cumbias, el merengue, el vallenato y por supuesto la salsa, nos permitieron a Rosy y a mí disfrutar vivamente una tertulia colombiana y movernos a ritmos diferentes, a decir de Paulo “como ratones envenenados”.

La tercera vez fue cuando en su casa viajamos a través de los sonidos de diversos intérpretes y estilos musicales. La noche transcurrió entre cantos, bailes, sonrisas y muchos recuerdos. Aún tarareo los estribillos de las nuevas canciones aprendidas.

Otras acompañantes constantes fueron las arepas y, dicho sea de paso, nunca faltaron en nuestro camino y nos alegraron el paladar en cada mordisco. Ya sea sencillas como acompañantes de un platillo, con queso ó rellenas de carne o huevo, son deliciosas. Mención aparte merece la arepa de choclo, preparada a partir de granos de maíz tierno, leche, azúcar y sal con un toque de mantequilla, una exquisitez. Gracias Sofi y Lis por la insistencia en ir a comerlas, aún recuerdo su suave sabor.

Querida familia colombiana, hacen que nuestra vida sea más feliz. Nos vemos en la próxima. 

MV

Profesor e Investigador del Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara. Productor audiovisual. Apasionado de los viajes, la fotografía, los animales, la buena lectura, el café y las charlas interesantes.
Columnista en Letra Fría.
Correo: jorge.martinez@cusur.udg.mx

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