Solicitamos el transporte con tiempo suficiente para trasladarnos al aeropuerto, pues queríamos evitar las aglomeraciones del tráfico vespertino y solventar cualquier posible retraso. El chofer resultó ser un excelente conversador y un conductor cuidadoso, por lo que el trayecto fue tranquilo.
Nos contó la historia de sus inicios en la plataforma Didi y las diferencias (y similitudes) con otras como Uber, por ejemplo. También compartió las circunstancias que lo llevaron a conducir de manera profesional, algunas de sus experiencias más memorables y detalles de las características de su vehículo, para el cual solamente tenía elogios: “me salió buenísimo, es económico de combustible, la cajuela es muy amplia y las refacciones las consigues fácilmente”.
Después de un recorrido de aproximadamente cuarenta y cinco minutos llegamos a la terminal aérea. Agradecimos la amabilidad de nuestro piloto quien nos despidió con una sonrisa, deseándonos buen camino.
El vuelo saldría en dos horas, por lo que sin prisa nos dirigimos al mostrador para registrar el equipaje. Si bien el mío contenía solamente cinco mudas de ropa, un par de tenis, artículos de tocador, una chamarra ligera y un libro, los diversos regalos para los amigos hacían que el peso se elevara hasta el límite. Tres botellas de tequila, diversos chocolates y artesanías. La báscula titubeó un poco pero al final respiré aliviado, estaba dentro del rango permitido.
A la distancia apreciaba los gestos emocionados de aquellos que recibían a sus familiares radicados en el extranjero. Me llamó la atención cuando llegaron dos ancianos. Él, un poco encorvado por el peso de la edad con amplios lentes y un pequeño bigote, sosteniendo en la mano derecha una maleta con muchos viajes a cuestas y en la mano izquierda a ella, una menuda mujer que portaba un hermoso vestido de flores y cuyo canoso pelo enmarcaba sus bellas facciones.
Ambos se acercaban pausadamente al área de ingreso de los vuelos internacionales, cuando de repente una niña de aproximadamente ocho años, incapaz de soportar más la espera corre a su encuentro emocionada hasta las lágrimas. Lo abraza primero a él, estrujándolo con fuerza y permaneciendo así por unos instantes; se desprende momentos después y entonces se dirige hacia la alegre abuela, quien la cobija tiernamente entre sus brazos.
Unos pasos más atrás sus padres se acercan para sumarse a la eufórica bienvenida. Sonreímos, conmovidos por la escena.
La espera
Continuamos nuestro andar y llegamos a la revisión del equipaje. Descolgamos un par de charolas para ir vaciando nuestras pertenencias, mientras que la hilera tras nosotros era cada vez más nutrida.
Pasamos el arco de detección metálica y comenzamos a recoger nuestras posesiones, al tiempo que escuchábamos algunas de las exigencias del personal de vigilancia “quítese las botas”, “camine descalzo”, “apresúrese”, “abra su maleta”, “no interrumpa la fluidez de la fila” o las prohibiciones “no puede subir ese líquido al avión”, “este producto no pasa”.
Conforme me abrocho el cinturón, recojo las monedas, guardo la cartera y me ajusto la chamarra me doy tiempo de observar al personal del Ejército que se encuentra en la parte final de la sala, justo al lado de las escaleras eléctricas. Los dos jóvenes militares responsables de la seguridad del recinto echan una ojeada de vez en vez hacia donde nos encontramos, para corroborar que todo esté en orden. Luego, vuelven a sentarse, fijan la mirada en sus respectivos teléfonos móviles y se concentran en continuar con la actividad interrumpida.
Salimos de ese espacio y subimos para acceder a la sala de espera. Los innumerables locales con restaurantes, cafeterías, farmacias, tiendas diversas, panaderías y boutiques se suceden una tras otra.
Trajes sastres, vestidos, playeras, shorts, joyas, licores, artesanías, libros, medicamentos, café y gastronomía diversa para todos los gustos y bolsillos son algunos de los diversos productos ofertados. ¿Acaso todos los aeropuertos son iguales?
En un momento a nuestro lado, pasan charlando animadamente un grupo de cuatro empleados del aeropuerto enfundados en un uniforme azul marino, sobre el cual portan un llamativo chaleco verde fosforescente. Hablan acerca del resultado del partido de fútbol celebrado el día anterior.
Tres de ellos se burlan socarronamente del último, (al parecer por la derrota de su equipo), quien haciendo de tripas corazón solo sonríe, argumentando que la suerte les favorecerá en el próximo duelo. A la distancia aún escuchamos las sonoras carcajadas que seguían poniendo a prueba el temple del fanático deportivo.
La diversidad
Conforme avanzamos, una multifacética gama de colores, vestimentas, lenguajes, tonos de piel y estaturas nos comienzan a rodear. Personas de diversos orígenes étnicos, culturales y geográficos se integran momentáneamente al colectivo que al igual que ellos, va en busca de su destino.
Algunos tienen prisa y lo manifiestan con bruscos movimientos para acceder al paso. Otros en cambio, disfrutan del momento tarareando alguna canción escuchada en sus diminutos audífonos, cuidando que sus críos no desaparezcan a la primera provocación de curiosidad, saboreando un panini o degustando un aromático café.
La gente se sucede dinámicamente en grupos grandes, pequeños, en parejas, con niños, con perros…sí, me llamó la atención la gran cantidad de canes preparados para viajar en clase turista. Al paso escucho a una señora comentar discretamente con su marido: “nunca me imaginé que permitirían viajar con animales en la cabina”, manifestando con una mueca su total desagrado a la situación.
Uno de los peludos pasajeros llamado Rocky, un hermoso setter irlandés color café caoba comienza a ponerse inquieto ante el bullicio de quienes inician la fila para el próximo embarque. Los padres humanos intentan tranquilizarlo por medio de caricias en el lomo y palabras dulces y suaves, consiguiendo su objetivo… hasta que llegan los impetuosos chicos de un equipo infantil de fútbol que fascinados por la belleza del animal lo rodean, emitiendo alegres exclamaciones. Sin posibilidad de escapatoria, éste se resigna y tirándose mansamente sobre uno de sus costados se deja querer, sometiéndose plácidamente a las muestras de cariño de los recién llegados.
Las caras felices a punto de iniciar el viaje contrastan con las de fastidio de aquellos obligados a una larga y en ocasiones interminable escala en el trayecto. Estos últimos se desparraman cual viscosa gelatina entre los asientos de la sala de espera.
Algunos dormitan, otros leen (pocos, en realidad) y otros más charlan animadamente (a veces con demasiado aliento) a través de la tablet o el celular con algún amigo virtual, situado en cualquier parte del mundo.
Las elegantes azafatas y los sonrientes pilotos recién descendidos de diversos vuelos entrecruzan sus caminos en los pasillos, arrastrando sus minúsculas maletas con la parsimonia de quien tiene sus movimientos estudiados.
El abordaje
Bebés adormilados en sus carriolas son repentinamente privados del sueño por un estruendoso e ininteligible anuncio del próximo despegue o el aviso urgente de embarque (“última llamada, última llamada”) dirigido a los pasajeros morosos. Un grupo de ellos llegan a toda velocidad con expresión de angustia al punto de registro justo a tiempo para evitar ser abandonados.
Jadeando y sudorosos por el esfuerzo, su semblante se alivia habiendo logrado su cometido y desaparecen rápidamente en el túnel de embarque, cual si fuesen engullidos por un prehistórico animal.
Falta ya poco para subir a la aeronave y nos espera un trayecto de al menos cinco horas, por lo que comienzo a caminar y a estirar las piernas y los brazos. Terminada la breve calistenia, me siento y reabro mi libro para continuar con la lectura pendiente. Ella hace lo mismo a mi lado.
Después de un rato, el altavoz llama a los pasajeros del vuelo 127 para formarse e iniciar el abordaje. Nuestros lugares están situados en la parte media de la aeronave por lo que nos corresponde la tercera fila de ingreso.
Los pases de abordar son registrados mediante un escáner y nos solicitan los pasaportes, cuyas fotos poco favorecedoras nos animan a cerrarlos rápidamente.
Comenzamos a alinearnos por el ducto de entrada prestos a posicionarnos en nuestros asientos y a colocar el equipaje en los compartimientos destinados para ello. Comienza así nuestro cuarto viaje a Colombia, ese que nos depararía diversas aventuras y nos dejaría imborrables recuerdos.
MV