Por Carlos Efrén Rangel
Autlán de Navarro, Jalisco. 28 de junio de 2022. (Letra Fría) De antemano acepten mis disculpas por el tono de derrota que tendrán estas líneas. Pero a veces, como hoy, me siento igual de impotente que Mafalda en aquella tira en que frustrada se pregunta hacia dónde hay que empujar a este país para llevarlo hacia adelante. Las causas de mi frustración no son recientes, pero vaya que se han agravado en los últimos días.
Uno de los hechos que más marcaron mi existencia fue recibir formación de licenciatura en una universidad jesuita, con una beca grande no crean que yo podía pagar la colegiatura sin más, pero ahí conocí a infinidad de sacerdotes de la orden y diocesanos, que se salen del molde de lo que a veces se le critica al gremio: el asumir sin mucho recato comodidades terrenales e insistir en el dogma cuando la vida pública es una basura y poco hacen por mejorarlo desde un enfoque de fe que transformaría ese basurero en un espacio más digno.
Sacerdotes que llevaron sus palabras y acciones a zonas empobrecidas de Chiapas, de Tabasco o de la Sierra Tarahumara, a los barrios más pobres y violentos de la Ciudad de México y Guadalajara es lo que recuerdo de esos años. Hace unos días asesinaron a dos de ellos: Javier Campos y Joaquín Mora, quienes se fueron a vivir su opción preferencial por los pobres al ir a construir con sus palabras y acciones un mundo más justo para todas y todos en la Tarahumara de la pobreza cruda. Quienes tienen (tenemos) fe, a eso le llaman: el reino de Dios, a un mundo más justo.
Pero según un recuento hecho netamente a través de los periódicos, un criminal local se enojó porque perdió un partido de béisbol, persiguió a otra persona, se encontró en el camino a los sacerdotes y a los tres, les quitó la vida, por un berrinche deportivo; que poquito vale la vida humana. Unos días después en El Salto, 13 personas murieron por una balacera que se vivió en un horario y a unos metros donde jugaban niños en la calle.
Pienso luego en los salones de clase en donde convivo, en donde cada vez hay más estudiantes molestos porque me niego a poner narcocorridos en aquellas sesiones en donde la música es un recurso didáctico, donde el estilo de vida de derroche de dinero y de poder se manifiesta en el trato despótico y violento hacia sus compañeros y figuras de autoridad.
A veces no encuentro el modo, porque a veces, como hoy, siento que estamos perdiendo la guerra y no solo la batalla, porque para que un alumno aprenda, yo debo proponer las mejores estrategias que lo interesen, lo motiven, organizada de tal manera que sea factible transitar de lo que sabe a lo que debe aprender, pero en algún momento el estudiante deberá esforzarse un poco y su actitud y sus palabras me lo dicen: ¿para qué, profe?
¿Para qué si los profesionistas en este país cada vez ganan menos y deben cumplir con más responsabilidades? ¿Para qué si un trabajo honesto y estable implica asfixiantes jornadas de trabajo que menoscaban la salud mental? ¿Para qué si un conocido que hizo unos trabajos con ya sabe quién trae mejor carro que usted que trabaja todo el pinche día? ¿Para qué cumplir con la ley si es preferible ser amigo del que la imparte o del que la viola con impunidad?
A veces se me agotan las alternativas, y aunque tristes mis palabras no las tomen como una rendición, quizá solo sea necesario un respiro para vislumbrar una alternativa, para buscar aliados, para construir en el microcosmos de un salón de clases relaciones respetuosas que valoren el sentido de comunidad, por dejar de manifiesto el valor de la vida y la dignidad humana por encima del dinero y del poder.
Todo lo que hemos intentado, ha fallado. Es momento de empezar a pensar por dónde sí y que nadie (y cuando digo nadie me refiero a una instancia de gobierno) lo hará por nosotros. Porque la maldad tiene la certeza que lo que hace no es malo, que se justifica todo y su maquinaria se ha echado a andar para que más personas crean lo mismo, que convivir con la muerte por un juego de béisbol, es lo normal, que está bien, y quienes sabemos que no es normal, ni está bien, nos estamos quedando solos.
MA/MA