El Caminante | Cinco encuentros con los volcanes

En esta ocasión, Jorge Martínez Ibarra nos comparte sus gratas experiencias e impresiones al visitar los volcanes más importantes del territorio mexicano.

Por: Jorge Arturo Martínez Ibarra

Autlán de Navarro, Jalisco. 11 de marzo de 2020. (Letra Fría) La palabra volcán se deriva de vulcanus o vulcano, Dios romano del fuego quien era el encargado de forjar el hierro y crear las armas que posteriormente portaban los dioses y héroes de la mitología romana. Geomorfológicamente, un volcán es un punto de la superficie terrestre por donde es expulsado al exterior el material que proviene del interior de la Tierra a elevadas temperaturas, como el magma y diversos gases y líquidos. En su cima hay una chimenea cóncava llamada cráter, que es la abertura por la cual salen dichos materiales.

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Los volcanes albergan gran diversidad de comunidades vegetales y/o animales que pueden llegar a ser un gran patrimonio para la ciencia y la tecnología como recurso social y productivo a través de la geotermia, el enriquecimiento de los suelos y el mejoramiento de cultivos por las cenizas y el material biológico que emanan, así como el uso de rocas para la industria de la construcción o el turismo, a través de la práctica de deportes de aventura como esquí, escalada, senderismo o descenso en bicicleta, por mencionar algunas actividades. Sentarse a disfrutar su belleza escénica, recorrerlo, capturar sus imágenes en fotografías o video y caminar entre sus rocas y lava seca sin duda son experiencias incomparables.

Particularmente para mí, los volcanes han estado muy presentes en distintas etapas de mi vida. Oriundo de Nayarit, el primer volcán que conocí fue El Ceboruco, localizado en el municipio de Jala, Nayarit. Mientras estudiaba en la Escuela Secundaria en Tepic a inicios de la década de 1980, un profesor llevó a nuestro grupo a un paseo de un día a ese maravilloso sitio. Recuerdo que resultó fascinante bajar del autobús y comenzar a caminar entre rocas volcánicas: negras, porosas, enormes. Imaginarnos que aquello era el resultado de una erupción resultaba verdaderamente emocionante; si bien la última registrada fue en 1870, los especialistas aseguran que El Ceboruco aún sigue activo.

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Unos años más adelante, cuando estudiaba la Licenciatura en Biología en la ciudad de Guadalajara, tuve la oportunidad de vivir dos veranos consecutivos junto con otros estudiantes en la Isla Socorro, única isla habitada del archipiélago de las Islas Revillagigedo, Colima, localizada a unos 800 km al oeste de Manzanillo y a casi 400 km al sur de Cabo San Lucas. En dicha isla se localiza el Volcán Everman, de 1130 m de altura y surgido en 1952, considerado como Patrimonio Natural por la UNESCO y categorizado en el año 2007 como Parque Nacional por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP).

En ese entonces existía una Base Militar de la Armada de México en la Isla Socorro, sitio en el cual los estudiantes nos hospedábamos. Salíamos temprano a realizar nuestro trabajo de campo (colectas, toma de muestras, registros fotográficos, etc.) y regresábamos. La primera vez que caminamos de la Base Militar al Everman implicó tres horas de marcha constante desde el amanecer; durante el trayecto no platicábamos, pues nos agotábamos más rápido, solo escuchábamos nuestra respiración entrecortada por el esfuerzo y las ganas de seguir avanzando.

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Cuipala

Un poco de agua, un bocado y a continuar por la brecha. Llegando al pie del volcán comenzamos a subir, con mucho cuidado para evitar resbalar y caer. La brecha iba rodeando el volcán hasta que llegamos a lo más alto. Desde ahí, una belleza indescriptible: la inmensidad del océano que nos rodeaba nos hacía estremecer; cientos de metros más abajo, las ballenas y los delfines se veían muy pequeños, diminutos de hecho; las águilas reales sobrevolaban la cima y las nubes estaban más cerca que nunca de nosotros. El paraíso.

Un tercer encuentro memorable fue con el Volcán Paricutín, el más joven del mundo, en Michoacán. El 21 de febrero de 1943 brotó de la tierra violenta y estrepitosamente y acabó con dos pueblos: Paricutín y San Juan Parangaricutiro. De Paricutín no quedó nada; de San Juan Parangaricutiro permaneció en pie sólo la iglesia, rodeada de lava.

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Los pobladores fueron reubicados en un nuevo territorio, denominado San Juan Parangaricutiro. Tuve la suerte de visitar por primera vez este peculiar paisaje de grandes rocas volcánicas, piedras, bellos y boscosos paisajes a principios de la década del 2000 con un grupo de estudiantes de Biología, yo como su profesor.

Esta vez no subí al volcán, me quedé en la parte baja, junto a la iglesia. Este paisaje surrealista resultaba inquietante y fascinante a la vez; acceder a través de los gigantescos trozos de magma, ahora ya convertida en piedra volcánica a la torre de la iglesia y de ahí desplazarse lentamente por el techo hasta llegar al otro extremo, mientras el impresionante paisaje en derredor mostraba un poco de la fuerza y la distancia que debió tener el arrastre de la lava desde el volcán al pueblo, me permitió imaginar el sobresalto que para los pobladores locales debió significar el nacimiento del Paricutín, justo debajo de sus parcelas.

Unos años más adelante, radicando ya en Ciudad Guzmán, Jalisco, llevé a cabo una tradición que para la gente del sur del estado tiene un significado muy especial: visitar el volcán Nevado de Colima.La parte más alta del volcán es el Parque Nacional Nevado de Colima, Área Natural Protegida decretada en 1934 por el entonces Presidente Lázaro Cárdenas del Río. El Nevado cuenta con espectaculares escenarios naturales, una vasta y heterogénea flora y fauna y diversas historias y leyendas a su alrededor.

Quizás la más popular sea la leyenda de “El bandido Colombo”, un personaje de la novela La hija del bandido de Refugio Barragán de Toscano; este forajido asaltaba a los comerciantes y habitantes de la parte baja y posteriormente escondía sus tesoros en las diversas cuevas de El Nevado. Respecto a ello, se cuentan muchas y diferentes historias al respecto. Desde leyendas que aseguran haber visto vagar el espíritu de Colombo, hasta aquellas que relatan los sitios probables en los cuáles pueden estar enterrados sus tesoros.

He tenido la fortuna de visitar El Nevado de Colima en varias ocasiones y todas ellas han sido muy significativas; así, explorar cuevas, caminar por las brechas, capturar imágenes en foto y video, comer al pie de los árboles con amigos de las comunidades locales, arrojar bolas de nieve en invierno, apoyar en el combate de los incendios forestales o simplemente, charlar acerca de lo majestuoso de este volcán, es algo que queda para toda la vida.

El fin de esta travesía volcánica es el Nevado de Toluca, volcán localizado 22 km al suroeste de Toluca, capital del estado de México. En una estancia por este bello estado tuve la oportunidad de visitarlo. El inicio fue un trayecto en auto de aproximadamente cuarenta minutos por un camino sumamente sinuoso combinado con unas espectaculares vistas.

Posteriormente, una vez estacionado el auto, un pequeño recorrido a pie en el cual la altitud de 4645 msnm y la temperatura invernal de 12 °C con fuertes vientos lo hicieron inolvidable. El intenso frío al ir subiendo a la parte alta del cráter no me impidió apreciar la belleza de dos lagunas separadas por una pared de lava: la laguna del Sol y la de la Luna. Regresamos al anochecer, con las estrellas cubriéndonos las espaldas y una amplia sonrisa en mi agotado rostro.

LL/LL

*Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente. Se prohíbe su reproducción si es con fines comerciales.

Profesor e Investigador del Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara. Productor audiovisual. Apasionado de los viajes, la fotografía, los animales, la buena lectura, el café y las charlas interesantes.
Columnista en Letra Fría.
Correo: jorge.martinez@cusur.udg.mx

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