El progreso de un país y de la democracia, sin un desarrollo cultural significativo, no son posibles. No hay inversión más urgente, y a la larga más rentable, que aquella que se haga en el ámbito cultural y educativo, pues ello fomenta y estimula el desarrollo del individuo en tanto ser capaz de decidir en libertad sobre lo que le afecta y, por otro lado, motiva su participación afectiva en el desarrollo democrático de la comunidad a la que pertenece.
Parece normal que la cultura se considere una cuestión secundaria dentro del conjunto de las necesidades que se plantean en la vida de los pueblos. Existen otras prioridades, problemas de diversa índole, que hacen que no le prestemos toda la atención y todos los recursos que merece la acción cultural. Y, sin embargo, sabemos bien, porque así nos lo enseña nuestra propia historia, que se trata de algo esencial, de las bases en que se sostienen los demás temas y cuestiones y que sin ellas no funcionan como debieran. La cultura es como la argamasa que cohesiona los pueblos, que sostiene y consolida la vida de las comunidades.
La cultura de un pueblo, de una comunidad, es la suma de las formas de pensar, de entender la vida y el mundo, de las formas de expresarse, de comunicarse y de relacionarse los unos con los otros, de las formas de trabajar, de vincularse con la naturaleza, con el entorno que compartimos y que nos identifican y diferencian de otros pueblos. Esa cultura tiene una expresión «histórica» porque, a lo largo de los años se han ido acumulándose las distintas formas de pensamiento y expresión cultural que sirvieron en cada momento concreto del desarrollo de nuestro pueblo. Y esa «cultura histórica» se manifiesta hoy a través de las costumbres y tradiciones, del patrimonio arquitectónico, de la música y las fiestas populares, de las diversas manifestaciones artísticas que enriquecen la vida de los ciudadanos.
Las políticas culturales de un municipio deberían centrarse en mantener esa cultura histórica, en incrementar cualitativamente la capacidad de gestión de la administración local, elevando sensiblemente la atención hacia nuevas necesidades sociales, apoyando las iniciativas de la sociedad civil y procurando los recursos necesarios para la creación de infraestructura y la oferta de servicios culturales. Esto facilitaría una participación ciudadana más activa en la vida cultural desde asociaciones y colectivos conformados por aquellos ciudadanos que se preocupan por el desarrollo cultural y del progreso de la ciudad. Dejo para otra reflexión la enorme importancia que tiene para el desarrollo cultural la producción cultural propia, el trabajo que artistas en todos los campos de las artes realizan en una comunidad.
Sin embargo, los gobiernos locales generan acciones culturales que se diseñan y operan a partir de ciertos vacíos e inconsistencias de la institucionalidad cultural normativa y orgánica, por lo que la gestión cultural municipal está determinada en gran parte por los perfiles y visiones de la cultura que tengan los agentes culturales que ocupan los puestos de las direcciones de cultura y de los espacios culturales municipales, pero el acceso y permanencia a estos se da a partir de
una fidelidad política partidista al candidato que gana la presidencia municipal y no tanto a la experiencia de los agentes en el ámbito cultural.
Los datos nos dicen que casi el 80% de los agentes culturales municipales cambian cuando cambia la administración, y el 56% de esta toma la responsabilidad de la política cultural local sin ninguna experiencia previa en el campo de la gestión cultural. Esto en parte se debe a la carencia de lineamientos normativos que establezcan funciones y perfiles mínimos requeridos para ocupar el puesto, criterios de evaluación y un sistema de seguimiento que permita sistematizar experiencias y analizar impactos y alcances de las políticas culturales locales.
No obstante, los gobiernos locales, como parte de su cotidianidad, organizan actividades culturales, sobre todo de carácter artístico y patrimonialista, sin embargo, gran parte de dichas acciones son efímeras, realizadas a partir de la ocurrencia y sin un diagnóstico previo que permita construir planes estratégicos a corto, mediano y largo plazo.
Además de la descentralización urgente en materia estatal y federal, se debería trabajar en fortalecer las capacidades en gestión cultural de los agentes municipales y en generar lineamientos normativos que propicien la participación ciudadana efectiva en el desarrollo de la política pública en materia de cultura, que gestione el patrimonio cultural tangible e intangible local; genere circuitos culturales que beneficien a la producción y consumo cultural local; y forme públicos a partir de una oferta pertinente a los diversos grupos sociales.
Sin manifestaciones contraculturales como las que marcaron la pauta en el desarrollo artístico y cultural en El Grullo en décadas pasadas, luego de años de altibajos, una nueva administración municipal ha iniciado con proyectos interesantes, pero la experiencia nos dice que el ímpetu no siempre va acompañado de un fortalecimiento institucional y una profesionalización en la gestión cultural municipal, además de no ofrecer garantías de continuidad. ¿A qué podemos apostar?
