El gobierno de Autlán me invitó a integrar la Junta Patriótica de este año. Acepté agradecido y he participado tanto como he podido en opinar y gestionar las actividades cívicas, deportivas y culturales que se difundieron desde la semana pasada.
No está de más reconocer que este cargo, que se desempeña sin recibir sueldo, es muy meritorio en el sentido de que es una avalancha de trabajo que mis compañeras y compañeros han realizado con entusiasmo y con una actitud de servicio. Trato de contagiarme, de aprender y, de paso, reflexiono sobre lo que estos festejos les dejan a las ciudades.
Acepté la invitación por dos convicciones. La primera es que hay que hacer comunidad. Implicarse en los asuntos públicos es un acto de elemental ciudadanía, que no se restringe al periodo electoral.
Los gobiernos gestionan y proponen; deben cumplir sin regatear lo que la ley les ordena, pero, para completar el círculo, los ciudadanos debemos participar, siempre observando, siempre evaluando y, algunas veces, también siendo parte: proponiendo, moviendo sillas, implicándonos, haciendo tareas, aportando tiempo, donando un regalo para el palo ensebado.
La segunda convicción es que las ciudades educan. Sus acciones y omisiones, sus discursos y silencios, hacen que quienes las habitan desarrollen habilidades, percepciones del mundo, prioricen datos, construyan sus conversaciones, y todo eso se exprese en actividades productivas y artísticas. Incluso habrá quien a todo eso le llame identidad.
Las fiestas patrias siempre me han parecido un extraordinario espacio de aprendizaje. De manera formal, uno aprende y recuerda las clases de historia para tener presentes a personajes que vivieron y murieron en aras de edificar una patria que sigue en construcción.
Con un poco de pensamiento crítico, también se puede tener la oportunidad de discernir la narrativa oficial, identificando claroscuros, encontrando un lugar propio en esa gran Historia patria, es una lección valiosa. Coincido un poco con quien dice que tener la mente puesta en el pasado no es el camino al futuro, pero tampoco desdeño la conciencia histórica como condición de progreso.
Afortunadamente, no es la única lección. El carácter gratuito de todas las actividades de las fiestas patrias les otorga un perfil popular realmente valioso.
En la ausencia de lucro se construyen comunidades a partir de las coincidencias, de la convivencia, del orgullo que coincide para reafirmar algunos rasgos compartidos que nos permiten reconocernos y, a partir de ellos, gestionar las diferencias y soñar con alternativas mejores.
Seremos mexicanos, disfrazándonos de mexicanos, para vivir una noche mexicana en México; como dice el meme, sí, pero esa reafirmación creo que nos viene bien.
No digo que con mi participación en la Junta Patriótica vayamos a alcanzar todas esas aspiraciones, pero hacia allá hemos caminado. Mientras tanto, los invito a que participen en las actividades del programa; en una de esas nos vemos y festejamos a México comiéndonos un pozole.