Por: Jorge Martínez Ibarra | El Caminante
Zapotlán el Grande, Jalisco. 28 de julio de 2022. (Letra Fría) La lluvia brinda calma y tranquilidad, invita a la reflexión… alegra cuando cae en los sembradíos y asusta cuando se torna violenta… hace reír y llorar…
Es el encanto de resguardarnos bajo un denso árbol y admirar la parsimonia con la cual las gotas se deslizan lentamente por las ramas, el tronco y la raíz, perdiéndose luego en la tierra…
Ya sean lloviznas o torrenciales aguaceros, granizadas o grandes chubascos, el agua que cae del cielo nos recuerda constantemente que estamos vivos…
La lluvia evoca nuestra niñez, caminando descalzos entre las corrientes de agua y regocijándonos al saltar sobre los charcos… convirtiéndonos en seres atrevidos que reíamos audaces correteando por las lodosas calles, sabiendo de antemano el castigo que nos esperaba…
Nos hace añorar bañarnos bajo el poderoso chorro de un bajante…o construir precipitadamente barcos de papel para botarlos a esos diminutos y fugaces ríos, siguiéndolos hasta su posterior naufragio…
La lluvia era escuchar el alboroto de las gallinas buscando refugio o los desaforados gritos de mi madre demandando apoyo inmediato para descolgar la ropa recién lavada y evitar que se mojara nuevamente…
Fue la llovizna en la playa, donde las gotas marcaban sutilmente la arena…
Fueron las tempestades que protagonizaron los radiocuentos que escuchaba embelesado a los ocho años a través de las bocinas de la vieja consola de la sala, los domingos a las seis…
Eran los intensos e inolvidables partidos de fútbol en un campo convertido en pantano en donde el balón era jaloneado arbitrariamente por el lodo…
Fue la tormenta que en varios campamentos inundó las casas, mojó la ropa y nos enfrió el cuerpo…
Esa que nos acompañó en una de las noches más oscuras que recuerdo, cuando censábamos cocodrilos en los esteros de Chiapas…
La nos escoltó a lo largo del trayecto hacia San Sebastián del Oeste, apremiando al limpiabrisas a trabajar tiempo extra con el fin de no perder el rumbo…
La que nos sorprendió en Isla Socorro y estuvo a punto de arrancar nuestro refugio, obligándonos a sostener la estructura metálica durante horas para evitar que colapsara…
La que remontó por los aires nuestra despensa y los trastos de cocina que al estrellarse estrepitosamente contra los árboles generaron una cacofonía que fue ahogada por el agudo silbido del tornado…
El inolvidable chubasco en la Sierra de Manantlán en el cual nuestros impermeables sirvieron de nada y nos hicieron añorar el baño caliente, la ropa seca y la taza humeante de café que horas después estaríamos disfrutando…
Ese que nos inundó mientras Rosy y yo caminábamos abrazados por el Centro Histórico de Guadalajara…
El que le confería un fondo tenebroso y lúgubre a los cuentos de terror que Alejandro escribía y posteriormente me narraba con el afán de ver el efecto de su escalofriante lectura en mi rostro y entonces, sonriendo, afirmar: -…va bien, entonces…-
La llovizna que sutilmente nos despertó en Tulum y nos dio la bienvenida al amanecer del Mar Caribe…
El torrencial aguacero de aquella madrugada que salimos a pescar y nos obligó a esperar calados hasta los huesos la salida del sol, para luego regresar a la costa…
La granizada que nos atrapó poco antes de llegar al destino y ante la cual nuestra única protección era el techo del auto que parecía aullar con cada golpe…
La tormenta que acompañó nuestro recorrido por la Sierra de Talpa de Allende y que permanentemente nos obligaba a comprobar si el camino aún era transitable…o al menos existía…
Aquella que ocasionó que el regreso a tierra desde la Isla Guadalupe fuera tremendamente agitado por las inmensas olas que aporreaban el costado de la lancha, a punto de voltearnos…
La que hizo inolvidables los recorridos en bicicleta buscando baches, tapas de alcantarilla o rejillas invisibles escondidos bajo el agua…
La que ocasionó la crecida de los ríos, impidiéndonos seguir avanzando y dejándonos ahí, varados, durante días…
Esa que no nos disuadió de trasladar al pueblo a la hija del pescador que había sido mordida por una víbora de cascabel…
La que nos acompañaba al potrero y nos volvía torpes al caminar entre el estiércol reblandecido, arriando vacas y preparándolas para la ordeña…
La que provocó la inundación en Toluca y nos forzó a buscar caminos alternos hacia Puebla…
La que nos encontró cuando paseábamos a los perros…e hizo inolvidables los rostros de sorpresa y luego de felicidad de las mascotas…
La que acompañaba el suave trote de nuestros caballos en la sierra, en el bosque, en la playa…
Esa, la que genera nostalgia y fabrica melancolía…
CAC