Carlos Efrén Rangel
Autlán de Navarro, Jalisco. 31 de mayo de 2022. (Letra Fría) En esta columna expreso mi deseo que una parte de la pandemia no se vaya nunca.
¡Qué rarita se ve la gente sin cubrebocas! Hará cosa de dos semanas que la omnipresente prenda dejó de ser obligatoria en las escuelas de Jalisco y con eso, por fin, estudiantes y maestros nos pudimos ver la cara. Fue sorprendente encontrar rostros con bigote y barba, sonrisas antes imperceptibles y muecas que los primeros dos días nos divirtieron a todos.
Las máscaras sanitarias no han desaparecido del todo del paisaje educativo, pues un buen número de estudiantes y profesores mantienen la medida, lo que sin duda también ha ayudado a reducir infecciones por otras enfermedades virales a las que ya estábamos más habituados, como la gripe.
Aunque el fin de la pandemia no ha llegado, las estadísticas de coronavirus más recientes sí nos permiten reformular algunas acciones cotidianas. Con eso, las escuelas también han podido recuperar actividades de las que apenas pudimos valorar su trascendencia cuando las perdimos: la convivencia y la práctica deportiva en los recesos, los festivales que cohesionan las relaciones sociales y los festejos por el Día del Niño o del Estudiante; el aprendizaje es un motor cuyo combustible son la alegría y las risas.
Hace unas semanas me sentí terriblemente mal. Pues una parte de mi ser profesional extrañaba de manera genuina experiencias de la pandemia, el sentimiento fue fuente de culpa, porque durante los dos años que el COVID azotó con fuerza miles de personas vivieron -vivimos- amargos días de enfermedad, muerte y dificultades económicas graves. Así que fue necesario poner el deseo en la balanza.
Encontré que, lo que echo de menos son algunas prácticas educativas que aprendimos a utilizar en el confinamiento, y que ahora se han etiquetado como desastrosas. No me refiero a la superficialidad de usar celulares y computadoras para casi todo, me refiero a, por ejemplo, las habilidades de búsqueda autónoma de información que desarrollaron los estudiantes, al poder de la autorregulación del tiempo que sí lograron muchos jóvenes, hablo de la libertad de decidir caminos de crecimiento y aprendizaje, de asociación con personas con afinidad de proyectos sin la limitante de la presencia física, del uso de herramientas infinitamente más poderosas que el cuaderno y la pluma.
Abundan, y me dicen que sobre todo en secundaria, las posturas que buscan suprimir las competencias desarrolladas a distancia, porque a algunos profesores les hacen memes, o porque alguna nanguera típica de adolescentes es retratada por un video.
El viernes pasado, en la séptima sesión del CTE, los profesores de Jalisco nos reunimos con colegas de varias escuelas y todos los niveles, compartimos el producto de un proceso de sistematización de prácticas docentes, es decir, un análisis con una metodología que abonan sustento a la reflexión. Me llamó la atención que todos en sus exposiciones, que insisto, gozan de mayor validez que una simple opinión, desean recuperar saberes y habilidades desarrolladas en la pandemia.
Así que vamos a diluir la nostalgia por lo que se ha ido, y trabajemos por tomar lo mejor de los modelos presenciales y de distancia, para que el fin del cubrebocas en la escuela no signifique el desenlace de prácticas que preparen a los estudiantes para un mundo, que nunca en la vida volverá a ser completamente análogo, aunque eso sí, sea una profunda causa de alegría ver las sonrisas y las muecas que el cubrebocas ocultó por tanto tiempo.