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Rosy Arellano: teatralidades

Jorge Martínez Ibarra habla de Rosy Arellano y de los doce años de existencia de la Compañía de Teatro del CUSUR. Agradece a Rosy por seguir anhelando y contagiarnos de sus sueños.

Foto: Cortesía.

Por: Jorge Martínez Ibarra | El Caminante

Zapotlán el Grande, Jalisco.-Costeña y nayarita, su llegada a este mundo fue difícil según cuenta – al nacer, dejé de respirar por unos instantes- Sobrevivió y comenzó su caminar por el mundo. Conforme crecía su tez blanca, su cabellera rojiza y su impetuosa personalidad le granjeaban igualmente amigos que detractores.

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En la conservadora primaria para niñas de su pueblo eran insuficientes los esfuerzos de las maestras por controlar sus arrebatos artísticos o su efusivo interés para participar en cuanto festejo o ceremonia escolar se llevaba a cabo. Los constantes cuestionamientos a las profesoras a través de sus inquisitivos ¿por qué? en más de una ocasión ocasionaron que su madre fuera llamada para hacerle notar la rebeldía de la cría. Ella tranquilamente se limitaba a preguntar: – ¿les faltó al respeto, se portó grosera? – Ante la molesta negativa de las docentes su argumento era simple y contundente –déjenla ser, es solo una niña inquieta- amenazando no obstante con desatar su furia si alguna osaba ponerle una mano encima.

A los trece años se trasladó a vivir Guadalajara junto con el resto de sus cinco hermanos mientras sus padres continuaron en Nayarit. La entrada a la adolescencia y luego a la juventud lejos del terruño le significó un remolino de emociones. En el bachillerato ingresó al grupo teatral de “Belenes” de la Universidad de Guadalajara el cual estaba integrado por estudiantes y era dirigido por el inolvidable Roberto Vázquez. Quedó prendada. El teatro le otorgó un profundo sentido a su vida y encauzó sus talentos. Así, inició su andar artístico presentándose en colonias, barrios, plazas y diferentes espacios culturales populares. Luego, se integró al grupo de teatro Actores Unidos del Maestro Vázquez en donde actuó en diferentes obras de autores como Moliere, Becket o Edward Albee.

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Con ellos y con ellas, con todos, generó una nueva familia diferente, excéntrica, escandalosa, cálida y divertida. Compartieron cielos y abismos, luces y sombras, alegrías y tristezas…y crecieron juntos. Su cotidianidad la conformaban pequeños mundos sino opuestos, si divergentes. Estudiaba por la mañana, trabajaba por la tarde y ensayaba por la noche. A los veintitantos años uno de sus mayores retos fue presentarse en un repleto Teatro Degollado de Guadalajara en la obra de Don Juan Tenorio interpretando a Brígida, la anciana monja tutora de Doña Inés doncella pretendida por Don Juan. Su papel le valía carretadas de aplausos al término de cada función. Ahí fue cuando la conocí.

Los diversos personajes, el versátil vestuario, el particular maquillaje, las cambiantes escenografías y los múltiples foros comenzaron a ser parte de nuestra cotidianidad. En diciembre del noventa y cuatro, el año del alzamiento zapatista, emigramos a San Cristóbal de las Casas donde vivimos y sentimos desde adentro este complejo proceso social. Convivimos con una realidad alterna, desconocida, menospreciada pero presente con distintos nombres y con múltiples rostros que marcó nuestro destino. Luego nos trasladamos a la costa chiapaneca donde nos establecimos en una aldea de pescadores en la cual la vida transcurría de manera simple. En el devenir cotidiano ellos y ellas le confiaron a Rosy sus temores, sus sueños, sus angustias, sus esperanzas. La alegría de estar y no de ser.

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En este sitio la cerveza se convertía en un código casi obligado para iniciar una conversación sumándose de a poco las sonrisas, las historias y las remembranzas, algunas de ellas opacas y otras luminosas. Compartimos comidas, bebidas y momentos, muchos momentos que todavía permanecen en nuestra memoria. Luego marchamos a Tapachula. En el año que duró nuestra estancia sufrimos un calor húmedo que llegó a ser abrumador, percibimos los enredados problemas de las ciudades fronterizas y advertimos la eterna desconfianza de la gente. Decidimos volver. Llegamos a Guadalajara con una nueva versión de nosotros mismos y Rosy se reencontró con el teatro, su eterno y fiel acompañante.

Inició su trabajo como profesora en la Universidad de Guadalajara y con ello nacieron nuevos y mayores retos; combinaba la academia con el arte y la agotaba la rigidez de una motivándola el esplendor del otro. Abonó sus jardines con paciencia y cosechó frutos. A los estudiantes les encantaba esa vivaz profesora que les proyectaba su pasión por la vida, por la docencia y por la actuación; diversas obras cortas fueron llevadas a cabo por esos noveles actores quienes se divertían enormidades con ese reto artístico poco común en el ámbito universitario.

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Fundó el grupo La Grulla Viajera nombrado así en memoria de su madre, reuniéndose de nuevo con los viejos amigos de la juventud. Los ensayos constantes fortalecían la camaradería y las noches de bohemia enmarcaban las bulliciosas charlas salpicadas de cómplices sonrisas, carcajadas, anécdotas y perennes recuerdos. Años después, emigramos al sur de Jalisco y nos establecimos en Zapotlán el Grande donde ella propició el desarrollo de la Compañía de Teatro del Centro Universitario del Sur (CTC) de la Universidad de Guadalajara. Mediante obras infantiles, pastorelas, teatro guiñol y montajes con contenido social les otorgó a los actores–estudiantes el poder de transformar sus vidas y las de otros a través del teatro. En ese proceso, nos convertimos en nómadas artísticos transitando por innumerables caminos y gestando diversas historias.

Como aquella presentación en el Auditorio de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, rodeados de ilustres personajes; como el recorrido por la sinuosa carretera a Colotlán envuelta en hermosos paisajes y profundas barrancas; como el viaje a Toluca donde éramos quince en una casa cuya ubicación nos permitió probar las tortas de tamal en un puesto callejero; como el recorrido por Pátzcuaro el Día de Muertos; como la función en El Fresnito, donde los niños apedrearon a los diablos de la pastorela en apoyo al Arcángel Gabriel; como los múltiples premios obtenidos en Lagos de Moreno por el montaje de Las Mujeres Sabias; como las lágrimas que rodaron por las mejillas de aquella anciana durante la representación de Nora en Tuxpan; como el público puesto de pie en Etzatlán al final de La Muerte Alegre, aplaudiendo emocionado; como el emotivo estreno de El Viaje de los Cantores en Zapotlán el Grande con la presencia del dramaturgo Hugo Salcedo, su autor.

Como la participación en los diversos Festivales de San Gabriel y Guadalajara; como la función en Atemajac de Brizuela en la cual los entusiastas espectadores nos confesaron que era la primera obra de teatro que veían en su vida; como la pastorela en Tapalpa donde los actores tiritaban de frío cubiertos apenas por el delgado vestuario; como las funciones en los teatros al aire libre, en los centros comunitarios, en los parques, en los quioscos, en las colonias, en las escuelas, en los asilos, en los barrios, en los atrios de las iglesias; como el rostro emocionado de los espectadores al ver a su hijo, a su hija, a su hermano, a su vecina, a su compa arriba de un escenario recreando a alguien que no es él, que no es ella, que quizás no sea nadie y que a la vez somos todos.

Enhorabuena por los doce años de existencia de la Compañía de Teatro del CUSUR y gracias Rosy por seguir anhelando y contagiarnos de tus sueños.

MV

Profesor e Investigador del Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara. Productor audiovisual. Apasionado de los viajes, la fotografía, los animales, la buena lectura, el café y las charlas interesantes.
Columnista en Letra Fría.
Correo: jorge.martinez@cusur.udg.mx

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