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Por favor, intégrenme 

Carlos Efrén Rangel reflexiona en su columna Por favor, intégrenme, sobre lo que significa vivir con una discapacidad.

(Foto: Redes por la discapacidad)

Tenemos que superar la exclusión, por favor intégrenme. 

Diez minutos bastaron para vivir en carne propia fuertes sensaciones de frustración, exclusión y por momentos resentimiento. Luego, honestamente, esa misma experiencia me llevó a cuestionarme que vivo condiciones tan favorables que hay quien no vive, por lo mismo, debo revisar qué tanto es un privilegio que está en mis manos derribar.

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En los ambientes educativos en los que me muevo se suelen utilizar eufemismos para referirse a la situación: a veces le dicen atención a la diversidad, como si la homogeneidad fuera la marca de la casa y no un mosaico multicultural lleno de diversidad la que construye cada aula.

Antes, le llamaban Necesidades Educativas Especiales, cuando todas, todos y siempre tenemos algo de especial. Y como nombrar una realidad ayuda a transformarla, entonces vale la pena decirles a las cosas por su nombre: tenemos que superar la exclusión, por favor intégrenme. 

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Pasé diez angustiantes minutos en una silla de ruedas.

Mis compañeras de la Unidad de Servicios de Apoyo a la Educación Regular (USAER) organizaron un rally en la secundaria y en seis escuelas más del municipio de El Grullo, para conmemorar que el 3 de diciembre es el Día Internacional de las Personas con Discapacidad.

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Algunas escuelas somos suertudas y maestras especialistas en reducir las Barreras para el Aprendizaje y la Participación (BAP), acuden a nuestras aulas a darnos orientaciones para atender condiciones sobre las que muchos maestros no tenemos respuestas. 

Dentro del rally en el que acompañé a un grupo, me pidieron que tomara el lugar de una discapacidad motriz y que me subiera a la silla de ruedas.

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Le di una alegre vuelta a la cancha de basquetbol, pero la frustración comenzó cuando tuve que resolver retos cotidianos como bajar o subir una escalera para llegar a un salón y peor, cuando me pidieron que participara a la par del grupo, con un reto relacionado con burlar obstáculos y llegar a una meta, más que me dieron como apoyo a un niño que con ojos vendados, sentía el rigor de ser ciego.

No resolvimos ni la mitad de los retos que consistió en sortear barreras que otras personas pusieron ahí, para nada son naturales. En otras estaciones, gente sin movilidad en las manos debía atarse las agujetas, o sin escuchar seguirle el ritmo a un grupo que debía mover tapetes para cruzar una cancha.  

No sé si todos quienes participamos sentimos lo mismo, quizá hacen falta algunas ideas previas, como reconocer que lo que nos permitirá observarnos con la igualdad humana, no serán acciones compensatorias, si no derribar barreras.

La más grande, es la que nos legitima como personas en esta época y es la que nos otorga valor a partir de nuestra capacidad de ser productivos y buenos consumidores. 

En la silla de ruedas pude dialogar con mi compañero de rally, escuchar las instrucciones de la maestra, seguí respirando, regañé a dos estudiantes por participar en juegos bruscos que los ponían en riesgo, pero no logré pasar los obstáculos.

Mi compañera de USAER deseosa que yo viviera la experiencia completa, me azuzaba: “te van a ganar los niños, vas muy lento, te falta motivarte” cosas así. Pero no gané, no pude derribar las barreras que otros me pusieron. 

El sol pegaba con fuerza y puse de pretexto que debía volver al salón a atender al grupo de la siguiente clase. Me bajé de la silla de ruedas y con mucha mala leche, encaminé mis pasos para eludir el problema.

Más tarde, ya con calma, asumí que en el rally y en la vida, no existen dos seres homogéneos, y que la atención a la diversidad es un eufemismo para nombrar una necesidad mayor: alguien decidió excluirlos porque no producen al ritmo que el capital demanda, y más que acciones que compensen, es necesario eliminar obstáculos, por lo menos, los que uno mismo pone. 

Las personas que viven una discapacidad, piden que los integren a la comunidad, no es un acto de caridad, ni de favor como dice el título de esta columna. Es un acto de justicia, una condición para que los discursos de desarrollo y bienestar, no sean únicamente retórica para incrementar los privilegios.

 

Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestro en Educación Básica.

Actualmente es profesor de español en secundaria y de Maestría en la Unidad 143 de la UPN. Desde los 17 años ejerció como reportero y comunicador en radiodifusoras y periódicos locales en Autlán. Aficionado práctico de la literatura, la crónica taurina y las columnas de opinión.

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