//

Retrato de una defensora de los ríos y arroyos

Las visitas a los ríos de la región durante su niñez, fueron una de las principales razones que llevaron a Enya Roseli Enríquez Brambila a convertirse en una activista ambiental defensora de los ríos y arroyos.

Fotografía cortesía de Enya Roseli

Por: Darinka Rodríguez

Autlán de Navarro, Jalisco. 14 de marzo de 2022.- (Letra Fría) A simple vista el paisaje en el centro de Autlán se percibe igual que en cualquier otra mañana de lunes. El Jardín Hidalgo se siente fresco, y ya hay personas, en su mayoría adultos mayores, sentadas en las bancas alrededor de las jardineras, algunos beben pequeños sorbos de sus humeantes vasos de café o té, otros simplemente conversan entre ellos o dan los buenos días a los transeúntes que pasan por el jardín.

Anuncios

JRA PROMOTORES INMOBILIARIOS

Pero este lunes 14 de marzo hay un elemento que modifica la estética del Jardín Hidalgo. Un hombre mayor, con abundantes canas asomando por debajo de su gorra azul con blanco, lo percibe y se acerca a observarlo. Se trata de una amplia lona que está colgada entre dos árboles; es de color azul y dice con grandes letras negras «Ríos y arroyos vivos, sanos y fluyendo libres». Al observarla con detenimiento pueden apreciarse tres grandes bloques de imágenes agrupadas, las cuales muestran los ríos y arroyos de la región, los daños que sufren estos ecosistemas y las acciones que se realizan actualmente para protegerlos. En la parte inferior de lona se leen los siguientes verbos: consérvalos, denuncia, únete y actúa.

La lona fue colocada por integrantes del proyecto «Vigilando los ríos Costa Sur de Jalisco» con motivo del «Día Internacional por los Ríos, el Agua y la Vida», el cual es conmemorado cada 14 de marzo en toda Latinoamérica. El nombre de esta celebración suele variar levemente de región en región en relación a los problemas que padezcan los ríos. Uno de los lemas más conocidos fue «Ríos libres», haciendo referencia a la problemática de la construcción masiva de presas, las cuales comenzaron a cortar el flujo natural de los ríos.

Anuncios

APYSA

«Las construcciones de presas se hicieron meramente para beneficio del ser humano, para obtener agua para producción agrícola u otros fines productivos, excluyendo a las demás especies que también viven de los ríos. La principal problemática del Río Ayuquila es precisamente la presa. Otras de las problemáticas que enfrentan los ríos de nuestra región son la invasión de territorio, la deforestación del área de ribera, y la contaminación por aguas residuales, o el vertimiento de deshechos de los rastros, inclusive se arroja en ellos animales muertos, escombro y basura«, comenta indignada Enya Roseli Enríquez Brambila, activista ambiental que coordina «Vigilando los ríos Costa Sur de Jalisco».

De acuerdo con información compartida por la experta en manejo de cuencas, el municipio de Autlán se encuentra dentro de la cuenca hidrográfica Ayuquila, siendo precisamente el Río Ayuquila su río principal. En el municipio también existe una gran variedad de arroyos, como El Cangrejo, que pasa por las comunidades de El Jalocote, La Lima y llega seco a la cabecera municipal.

«Como arroyo tenemos también El Coajinque, El Ahuacapán, La Yerbabuena, en la delegación de El Chante, y el arroyo Manantlán que es muy hermoso. Tenemos otros arroyos en la parte alta, en la Sierra de Cacoma; son arroyos de montaña bastante pequeños que cambian a lo largo de su descenso hasta que se incorporan a un arroyo más grande, un río o al mar», expone la joven.

Esa explicación trae a mi mente algunos de los videos e imágenes que Enya, quien además es fotógrafa de naturaleza, comparte a través de sus redes sociales. Breves fragmentos de sus recorridos explorando la Sierra de Cacoma o la Sierra de Manantlán, en los que puede observarse a finísimos hilos de cristalina agua corriendo cuesta abajo entre la materia orgánica del suelo del bosque, serpenteando entre los árboles que con su verde follaje dejan pasar a intervalos la luz del sol.

Anuncios

Cuipala

«Muchas de nuestras montañas funcionan como esponjas por así decirlo, retienen el agua. En las zonas altas esta agua comienza a movilizarse en pequeños arroyos y empiezan a erosionar la tierra. Lo interesante de esto es cómo puede evolucionar un río: en miles de años un pequeño arroyo de montaña podría llegar a ser un caudaloso río. Algo maravilloso de estos arroyos es que a causa de la pendiente, las rocas y el cauce estrecho, el movimiento de esta agua es fuerte y está muy bien oxigenada. El agua que tomamos de aquí de Manantlán es muy fresca por ese movimiento», comparte la activista con un brillo especial en la mirada. Me pregunto si de pronto habrá recordado el movimiento, la musicalidad del agua corriendo cuesta abajo a través del bosque.

El rasgo que más resalta de Enya es su mirada; es luminosa, cálida, risueña. Tiene la cualidad de ser fuerte y amable al mismo tiempo, como el tierno brote de una planta rompiendo la tierra para buscar la luz del sol. Escuchas sus anécdotas y te la imaginas en su niñez, en esos viajes que emprendía con sus padres para visitar los ríos de la región, sumergiendo sus pies en el agua fría de los arroyos, o con la mirada deslumbrada ante la inmensidad del Usumacinta.

«Desde niña he viajado gracias a mis padres, aquí en la región siempre nos llevaron a conocer los ríos y bañarnos, porque así nos llevan a los niños cuando es verano. En una ocasión fuimos al Cañón del Sumidero en Chiapas, el Usumacinta es gigante, y yo dije <<Wow, qué cosa más majestuosa>>, ocho años tendría yo. Después volví a ir como a los 18 años, y veo el río con basura, y con algunas partes de la barranca secas», me platica Enya, y percibo como su expresión se ensombrece.

Esta cercanía que desde pequeña mantuvo con los ríos, y el atestiguar los cambios que han sufrido estos a consecuencia de la actividad humana, fueron de las principales razones que llevaron a Enya a convertirse en una activista defensora de los ríos y arroyos.

Anuncios

Gallery

«Mi papá me contaba que él se bañaba en El Coajinque, porque no era peligroso, no llevaba las cosas que le arrojan ahora, de basura y así. Otras personas también me comparten sus testimonios, de que me cuentan que se bañaban en ríos y arroyos de aquí del municipio, en los que actualmente ya no se puede por muchas razones».

Para llegar a ser una activista ambiental enfocada al estudio, exploración y defensa de los ríos, Enya Roseli Enríquez Brambila ha recorrido un arduo camino tanto personal como académico. El primer paso lo dio en el año del 2012, cuando comenzó a estudiar la Ingeniería en Recursos Naturales en el Centro Universitario de la Costa Sur (CUCSur), en la Universidad de Guadalajara.

«Desde ese tiempo sabía que quería hacer algo por el medio ambiente, por los recursos naturales, sufría por como se estaban desvalorizando. Entonces comencé a explorar. Trabajé con aves, trabajé con insectos, trabajé de voluntaria en proyectos en Tapalpa y Cuernavaca, buscando dónde hacía click. Yo pensaba, se que me gusta el ambiente y quiero hacer algo por él ¿Pero dónde?», comparte la joven activista.

La claridad para Enya llegó cuando cursó la materia de «Restauración de ríos y riberas» con la Dra. Claudia Ortiz como su profesora. Aprender acerca del concepto de cuenca y sus franjas ribereñas, le mostró que muchas de sus inquietudes e intereses se conectaban a través de los ríos.

«Me di cuenta de que el ecosistema del río es muy único por su conectividad en el territorio; el agua conecta a las aves, los insectos, las plantas, los seres humanos. Siguiendo ese camino tuve la oportunidad de ir a Guatemala a conocer sus comunidades y ver cómo estaban tan conectadas con sus ríos, y que a pesar del significado tan profundo que tenía para ellos, se estaban desvalorizando y degradando, algo que también vi que sucedía aquí en la región. Esta experiencia resultó en un proyecto que comenzó en 2016 acá en El Jalocote, ya vamos a cumplir casi seis años de limpieza del arroyo en conjunto con la comunidad. Para salvar los ríos no solamente hay que hacer investigación, hay que hacer también comunidad», explica Enya.

Al igual que el cauce de un río, cada una de las acciones que la activista fue realizando como estudiante, la conectaron con una oportunidad en el futuro que le permitió fluir en dirección a sus objetivos. Así fue que al salir de la universidad se postuló a la maestría «Manejo Integral de Cuencas Hidrográficas» en Costa Rica, con un proyecto que proponía una estrategia para que los ciudadanos de a pie pudieran involucrarse más con el cuidado de sus ríos, y que los monitoreos de la salud de estos ecosistemas no fuera exclusiva de las instituciones e investigadores.

La metodología que Enya desarrolló durante su maestría la realizó en el estado de Chiapas, en el río de El Tablón. Después de eso regresó a Autlán y al Centro Universitario de la Costa Sur, pero ahora como profesora de las materias de «Conservación de suelo y agua» y «Ecotecnologías y desarrollo sustentable».

Actualmente la activista está becada por CONACYT para desarrollar una investigación sobre la salud de los ríos en la región, con un enfoque de participación ciudadana, bajo la idea de que está en manos del ciudadano de a pie defender sus ríos, y que lo pueden hacer a través de pequeñas acciones como visitar un río, tomar una foto, reportando los daños y actuando.

Fotografía cortesía de Enya Roseli

El activismo ambiental; un camino sinuoso

«Fortaleza emocional y mental» son las primeras palabras que pronuncia Enya cuando le pregunto acerca de qué se necesita para ser una activista ambiental.

«Hieren tus sentimientos. Incluso tú misma te vas a herir al ver las situaciones que no puedes cambiar, porque eso duele. A mí me duele sentir y percibir que algo está mal cuando la realidad es que nadie siente eso. Te dicen <<Eso es normal ¿Por qué te enganchas?>>, incluso tu misma familia puede hacer ese tipo de comentarios. Es una realidad y te va a doler. Entonces emocionalmente tienes que ir trabajando en eso, porque hay muchas situaciones que te pueden llevar para abajo», me confiesa Enya y suena brutalmente sincera.

La frustración y la decepción son otros dos sentimientos con los que una activista, y no solo ambiental, tiene que lidiar, me cuenta ella. El agotamiento de todas las actividades que deben realizarse, en las cuales se invierte energía y tiempo, muchas veces sin que se perciba un cambio.

«Hay días en los que dices <<¿Por qué estoy aquí?¿Dónde está el cambio? Yo estoy dándole a esto todo mi tiempo y siento que no avanzo>>. Es difícil, pero también cuando pasan cosas es muy gratificante. Me ayuda mucho también recordar dos frases. Una es: <<Hagámoslo por simple hecho del arte de hacer>>. Y la otra es: <<Yo estoy colaborando no para cambiar el mundo, sino para cambiar mi mundo>>. Quizás un activista no va a cambiar en un día las cosas, pero sí cambia por dentro. Cada día una está luchando también por dentro», afirma con determinación la joven activista.

Sin embargo, Enya no niega que seguir el camino del activismo sea muy retador, no solo porque no exista una bolsa económica para remunerar este trabajo que implica viajar, tomar fotos, escribir, difundir, etc; sino porque inclusive el activismo puede tornarse inseguro para quien lo practica.

«Obviamente uno es entre comillas una molestia para otras personas, porque haces que se voltee a donde antes no se volteaba a ver. Es inseguro ser activista en México, es un lugar donde si defiendes los ríos tienes que blindarte para no meterte en problemas. A mí no me han amenazado directamente por mi trabajo, pero siempre que hago algo me ponen muchas condiciones; no digas tal cosa o no vayas a tal lado, ese tipo de microagresiones. Afortunadamente estoy de la mano con instituciones, y no le entro de lleno, trato de estar segura porque pues también soy una activista mujer», declara ella.

Al comentarme esto último, me surge la duda de cuáles pudieran ser los retos particulares que enfrentan las mujeres que se dedican al activismo ambiental, así que le pregunto directamente a Enya para disipar mis sospechas. Ella me comenta que una de las principales actitudes con las que ha tenido que lidiar es que automáticamente se asuma que como mujer no puede estar al frente de alguna acción, proyecto o colectivo ambiental. También me comenta que existe una diferencia abismal entre los adjetivos que utilizan para describir su actitud como activista en comparación a los que usan con sus colegas hombres.

«Una vez fuimos a hacer un proyecto a una comunidad, yo iba con un amigo. La persona con la que llegamos para trabajar asumió firmemente que yo no era la responsable, sino que era mi amigo, y aunque él le decía que yo era la encargada, él no se la creía. No se nos da ni siquiera el beneficio de la duda, se asume que no somos las que estamos al frente. Por otro lado me han dicho histérica, dramática, intensa, solo por compartirte algunos de los adjetivos que me han puesto por querer hacer un cambio. Me pongo a pensar en activistas hombres con las mismas conductas siendo descritos como luchadores, perseverantes y apasionados», externa Enya.

Después de lo que hemos platicado, no quedan dudas de lo sinuoso que puede ser el camino que siguen las defensoras de los ríos, tanto así que tengo la certeza de que solo con escuchar lo que implica, la mayoría de las personas no se animarían a recorrer el mismo sendero que Enya Roseli, por eso me sorprende mucho verla tan firme e impasible. Traigo a mi mente nuevamente los videos donde camina a un lado de los arroyos de montaña, y me pregunto que clase de cosas le dice el río cuando están a solas en la intimidad del bosque.

<<¿Qué te enseña el río cuándo estás a solas con él>> me animo a preguntarle finalmente.

«El río me ayuda a ver que nada se detiene, todo va cambiando, todo lleva un curso. El agua va caminando, va caminando, va caminando, tiene un sonido constante. Observar y aceptar eso me ha dado paz en muchos procesos de mi vida. Que esto que está pasando ahorita después va a conectar con otra cosa más allá», expresa con una voz que desborda calma.

Enya dice que esos momentos tan íntimos con el río son otra de las razones por las que no le gustaría que se perdiera la vida de esos ecosistemas. Cuenta como por el contrario a esas experiencias, cuando visita un río que está contaminado, lleno de sangre, negro y sin árboles siente como una peste dentro de ella, una preocupación de que esa vista pueda ser el escenario del futuro en general.

Edición: Gladiola Madera

Queda prohibida su reproducción total o parcial. El contenido es propiedad de Letra Fría.

Egresada de la Licenciatura en Periodismo del Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara. Colaboró como reportera para Radio Universidad de Guadalajara Ciudad Guzmán, y en el periódico mensual El Puente. Apasionada de las letras y la defensa de los Derechos Humanos.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos y para mostrarte publicidad relacionada con sus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Configurar y más información
Privacidad